18 de julio de 2016
TRIBUNA 18 de julio de 1936 La cruel contienda fratricida traumatizó a una sociedad y es el origen de nuestro tiempo presente
18 de julio de 1936
La cruel contienda fratricida traumatizó a una sociedad y es el origen
de nuestro tiempo presente
Varios civiles
huyen hacia Almería en febrero de 1937 durante la guerra civil.
Durante la dictadura del general Franco, entre 1936 y 1975, el 18 de
julio era “Fiesta Nacional” conmemorativa de la “Iniciación del Glorioso
Alzamiento Nacional”. No en vano, ese día se extendió por toda España la sublevación
militar comenzada el 17 en las guarniciones del Protectorado de Marruecos, que
sólo triunfaría parcialmente en la mitad del país, abriendo la vía a la
conversión del golpe militar en una guerra civil.
Como resultado de esa división de España surgieron dos bandos
combatientes que librarían una contienda de casi tres años de duración, hasta
abril de 1939. Por un lado, una España republicana donde el acosado gobierno
reformista del Frente Popular lograría aplastar inicialmente a los insurrectos
con el recurso a fuerzas armadas leales y la ayuda de fuerzas milicianas
revolucionarias. Por otro, una España insurgente de perfil reaccionario y
contrarrevolucionario donde los militares sublevados afirmarían su poder
omnímodo como paso previo al asalto del territorio enemigo.
La guerra de 1936-1939 fue una cruel contienda fratricida que constituye
el hito transcendental de la historia contemporánea española y está en el
origen de nuestro tiempo presente. De hecho, fue un cataclismo colectivo que
abrió un cisma de extrema violencia en la convivencia de una sociedad
atravesada por múltiples líneas de fractura interna (tensiones entre clases
sociales, entre sentimientos nacionales, entre mentalidades culturales…) y
grandes reservas de odio y miedo conjugados.
La contienda española fue así una forma de “guerra salvaje” precisamente
por librarse entre vecinos y familiares conocidos, bastante iguales y siempre
cercanos (no por ser todos desconocidos, diferentes y ajenos). Y por eso
produjo en el país, ante todo, una cosecha brutal de sangre: sangre de amigos,
de vecinos, de hombres, de mujeres, de culpables y de inocentes. Sencillamente
porque en una guerra civil el frente de combate es una trágica línea imprecisa
que atraviesa familias, casas, ciudades y regiones, llevando a su paso un
deplorable catálogo de atrocidades homicidas, ignominias morales y a veces
también de actos heroicos y conductas filantrópicas.
La guerra civil abrió las puertas al abismo en España. No trajo la Paz
sino la Victoria y una larga dictadura
El triste corolario de una contienda de esta naturaleza fue apuntado por
el general De Gaulle: “Todas las guerras son malas, porque simbolizan el
fracaso de toda política. Pero las guerras civiles, en las que en ambas
trincheras hay hermanos, son imperdonables, porque la paz no nace cuando la
guerra termina”.
En efecto, al término de la brutal contienda civil de 1936-1939 no
habría de llegar a España la Paz sino la Victoria y una larga dictadura. Y
entonces pudo comprobarse que, cualesquiera que hubieran sido los graves
problemas imperantes en el verano de 1936, el recurso a las armas había sido
una mala “solución” política y una pésima opción humanitaria. Simplemente
porque había ocasionado sufrimientos inenarrables a la población afectada,
devastaciones inmensas en todos los órdenes de la vida socio-económica, daños
profundos en la fibra moral que sostiene unida toda colectividad cívica y un
legado de penurias y heridas, materiales y espirituales, que tardarían
generaciones en ser reparadas.
El balance de pérdidas humanas es terrorífico, puesto que registró las
siguientes víctimas mortales: 1º) Entre 150.000 y 200.000 muertos en acciones
de guerra (combates, operaciones bélicas, bombardeos). 2º) Alrededor de 155.000
muertos en acciones de represión en retaguardia: cien mil en zona franquista y
el resto en zona republicana. Y 3º) En torno a 350.000 muertos por
sobre-mortalidad durante el trienio bélico, derivada de enfermedades, hambrunas
y privaciones.
Por si fuera poco, a esa abultada cifra de víctimas habría que añadir
otras dos categorías de pérdidas cruciales para el devenir socio-económico del
país: 1º) El desplome de las tasas de natalidad generado por la guerra, que
provocó una reducción del número de nacimientos que se ha situado en unos
500.000 niños “no nacidos”. 2º) El incremento espectacular en el número de
exiliados que abandonaron el país, ya de manera temporal (quizá hasta 734.000
personas) o ya de forma definitiva (300.000: el exilio republicano español de
1939).
Recordar hoy aquel 18 de julio de hace 80 años que abrió las puertas al
abismo en España no sólo quiere dar a conocer mejor lo que fue una inmensa
carnicería que traumatizó a una sociedad. También supone ejercitar una
obligación de profilaxis cívica apuntada dos milenios atrás por Cicerón, que
padeció en primera persona las guerras civiles que acabaron con la República en
Roma: “Cualquier género de paz entre los ciudadanos me parecería preferible a
una guerra civil”. Con su corolario: “Nunca más la guerra civil”.
Enrique Moradiellos es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de
Extremadura.
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