P E R I S C O P I O
Blog Contra-Revoluciónario
viernes, 9 de agosto de 2019
ESPERANZAS - 10/08/2019
El territorio del Imperio Romano de Occidente se encontró en cierto momento convulsionado al mismo tiempo por dos fuerzas enemigas, que trituraban sus restos moribundos: los bárbaros procedentes de las orillas del Rhin y los árabes que habían traspuesto el Mediterráneo invadiendo amplias franjas del litoral europeo. Europa cayó en el caos. Toda la estructura del Imperio Romano de Occidente se pulverizó. Sólo quedó en pie la estructura eclesiástica, que recibió de Roma la orden de no abandonar los territorios en que ejercía su jurisdicción espiritual. En el orden temporal, era el caos.
El bautismo de Clodoveo, rey de los Francos, administrado por San Remigio, constituyó un marco decisivo en la conversión al cristianismo de los pueblos bárbaros que invadieron el Imperio Romano.
Sin embargo, del entrechoque de los ejércitos, de las razas y de las batallas, en medio de un caos general, se fue formando lentamente en los campos la estructura feudal. Y en las bibliotecas de los monasterios los libros en que se había refugiado la cultura grecolatina comenzaron a proyectar su luz sobre nuevas generaciones, que fueron aprendiendo lentamente que vivir no es sólo luchar, sino también estudiar.
Poco a poco, sin que casi nadie se diese cuenta, los dedos febriles y desordenados del caos fueron produciendo un tejido nuevo: la cultura medieval. La civilización medieval fue tejida por manos benditas, como las de San Bruno en el siglo XI, fundador de la Orden de los Cartujos, que construyó en Francia la famosa abadía denominada la Gran Cartuja.
La Iglesia, sí, en la cual no cesaron de relucir santos que dejaron en la Tierra la sabiduría de sus enseñanzas y la fuerza viva de los ejemplos que hasta ahora el mundo no olvidó.
Muchos sacerdotes, fieles a la doctrina y a las leyes de la Santa Iglesia, fueron por todas partes suscitando almas que comenzaron a brillar en las tinieblas, como al comienzo se pusieron a brillar en el cielo las estrellas por acción del Creador. Esas fueron las manos sagradas que gradualmente limpiaron el caos del espíritu, de las leyes y de los hábitos de los pueblos europeos.
¿Pero dada la apostasía global de la jerarquía eclesiástica en nuestros días, hacia dónde volver las esperanzas? Hacia el propio Dios, que jamás abandona a su Iglesia santa e inmortal. Es por medio de ella que hará, en los días lejanos o próximos, cuyo advenimiento su misericordia y su justicia establecieron, aunque permanezcan misteriosos para nosotros, el espléndido renacimiento de la civilización cristiana, el Reino de Cristo por el Reino de María.