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30 de agosto de 2011

La fiesta y la cruzada


TRIBUNA: MARIO VARGAS LLOSA

La fiesta y la cruzada

PIEDRA DE TOQUE. Creyentes y no creyentes debemos alegrarnos del éxito de la visita del Papa a Madrid. Mientras no tome el poder político la religión no solo es lícita, sino indispensable en una sociedad democrática

EL PAIS - MARIO VARGAS LLOSA 28/08/2011
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Bonito espectáculo el de Madrid invadido por cientos de miles de jóvenes procedentes de los cinco continentes para asistir a la Jornada Mundial de la Juventud que presidió Benedicto XVI y que convirtió a la capital española por varios días en una multitudinaria Torre de Babel. Todas las razas, lenguas, culturas, tradiciones, se mezclaban en una gigantesca fiesta de muchachas y muchachos adolescentes, estudiantes, jóvenes profesionales venidos de todos los rincones del mundo a cantar, bailar, rezar y proclamar su adhesión a la Iglesia católica y su "adicción" al Papa ("Somos adictos a Benedicto" fue uno de los estribillos más coreados).

      La noticia en otros webs

      Ninguna iglesia podría ser democrática sin renunciar a sí misma y desaparecer
      La cultura no ha podido reemplazar a la religión ni podrá hacerlo, salvo para pequeñas minorías
      Salvo el millar de personas que, en el aeródromo de Cuatro Vientos, sufrieron desmayos por culpa del despiadado calor y debieron ser atendidas, no hubo accidentes ni mayores problemas. Todo transcurrió en paz, alegría y convivencia simpática. Los madrileños tomaron con espíritu deportivo las molestias que causaron las gigantescas concentraciones que paralizaron Cibeles, la Gran Vía, Alcalá, la Puerta del Sol, la Plaza de España y la Plaza de Oriente, y las pequeñas manifestaciones de laicos, anarquistas, ateos y católicos insumisos contra el Papa provocaron incidentes menores, aunque algunos grotescos, como el grupo de energúmenos al que se vio arrojando condones a unas niñas que, animadas por lo que Rubén Darío llamaba "un blanco horror de Belcebú", rezaban el rosario con los ojos cerrados.
      Hay dos lecturas posibles de este acontecimiento, que EL PAÍS ha llamado "la mayor concentración de católicos en la historia de España". La primera ve en él un festival más de superficie que de entraña religiosa, en el que jóvenes de medio mundo han aprovechado la ocasión para viajar, hacer turismo, divertirse, conocer gente, vivir alguna aventura, la experiencia intensa pero pasajera de unas vacaciones de verano. La segunda la interpreta como un rotundo mentís a las predicciones de una retracción del catolicismo en el mundo de hoy, la prueba de que la Iglesia de Cristo mantiene su pujanza y su vitalidad, de que la nave de San Pedro sortea sin peligro las tempestades que quisieran hundirla.
      Una de estas tempestades tiene como escenario a España, donde Roma y el gobierno de Rodríguez Zapatero han tenido varios encontrones en los últimos años y mantienen una tensa relación. Por eso, no es casual que Benedicto XVI haya venido ya varias veces a este país, y dos de ellas durante su pontificado. Porque resulta que la "católica España" ya no lo es tanto como lo era. Las estadísticas son bastante explícitas. En julio del año pasado, un 80% de los españoles se declaraba católico; un año después, solo 70%. Entre los jóvenes, 51% dicen serlo, pero solo 12% aseguran practicar su religión de manera consecuente, en tanto que el resto lo hace solo de manera esporádica y social (bodas, bautizos, etcétera). Las críticas de los jóvenes creyentes -practicantes o no- a la Iglesia se centran, sobre todo, en la oposición de ésta al uso de anticonceptivos y a la píldora del día siguiente, a la ordenación de mujeres, al aborto, al homosexualismo.
      Mi impresión es que estas cifras no han sido manipuladas, que ellas reflejan una realidad que, porcentajes más o menos, desborda lo español y es indicativo de lo que pasa también con el catolicismo en el resto del mundo. Ahora bien, desde mi punto de vista esta paulatina declinación del número de fieles de la Iglesia católica, en vez de ser un síntoma de su inevitable ruina y extinción es, más bien, fermento de la vitalidad y energía que lo que queda de ella -decenas de millones de personas- ha venido mostrando, sobre todo bajo los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI.
      Es difícil imaginar dos personalidades más distintas que las de los dos últimos Papas. El anterior era un líder carismático, un agitador de multitudes, un extraordinario orador, un pontífice en el que la emoción, la pasión, los sentimientos prevalecían sobre la pura razón. El actual es un hombre de ideas, un intelectual, alguien cuyo entorno natural son la biblioteca, el aula universitaria, el salón de conferencias. Su timidez ante las muchedumbres aflora de modo invencible en esa manera casi avergonzada y como disculpándose que tiene de dirigirse a las masas. Pero esa fragilidad es engañosa pues se trata probablemente del Papa más culto e inteligente que haya tenido la Iglesia en mucho tiempo, uno de los raros pontífices cuyas encíclicas o libros un agnóstico como yo puede leer sin bostezar (su breve autobiografía es hechicera y sus dos volúmenes sobre Jesús más que sugerentes). Su trayectoria es bastante curiosa. Fue, en su juventud, un partidario de la modernización de la Iglesia y colaboró con el reformista Concilio Vaticano II convocado por Juan XXIII.
      Pero, luego, se movió hacia las posiciones conservadoras de Juan Pablo II, en las que ha perseverado hasta hoy. Probablemente, la razón de ello sea la sospecha o convicción de que, si continuaba haciendo las concesiones que le pedían los fieles, pastores y teólogos progresistas, la Iglesia terminaría por desintegrarse desde adentro, por convertirse en una comunidad caótica, desbrujulada, a causa de las luchas intestinas y las querellas sectarias. El sueño de los católicos progresistas de hacer de la Iglesia una institución democrática es eso, nada más: un sueño. Ninguna iglesia podría serlo sin renunciar a sí misma y desaparecer. En todo caso, prescindiendo del contexto teológico, atendiendo únicamente a su dimensión social y política, la verdad es que, aunque pierda fieles y se encoja, el catolicismo está hoy día más unido, activo y beligerante que en los años en que parecía a punto de desgarrarse y dividirse por las luchas ideológicas internas.
      ¿Es esto bueno o malo para la cultura de la libertad? Mientras el Estado sea laico y mantenga su independencia frente a todas las iglesias, a las que, claro está, debe respetar y permitir que actúen libremente, es bueno, porque una sociedad democrática no puede combatir eficazmente a sus enemigos -empezando por la corrupción- si sus instituciones no están firmemente respaldadas por valores éticos, si una rica vida espiritual no florece en su seno como un antídoto permanente a las fuerzas destructivas, disociadoras y anárquicas que suelen guiar la conducta individual cuando el ser humano se siente libre de toda responsabilidad.
      Durante mucho tiempo se creyó que con el avance de los conocimientos y de la cultura democrática, la religión, esa forma elevada de superstición, se iría deshaciendo, y que la ciencia y la cultura la sustituirían con creces. Ahora sabemos que esa era otra superstición que la realidad ha ido haciendo trizas. Y sabemos, también, que aquella función que los librepensadores decimonónicos, con tanta generosidad como ingenuidad, atribuían a la cultura, esta es incapaz de cumplirla, sobre todo ahora. Porque, en nuestro tiempo, la cultura ha dejado de ser esa respuesta seria y profunda a las grandes preguntas del ser humano sobre la vida, la muerte, el destino, la historia, que intentó ser en el pasado, y se ha transformado, de un lado, en un divertimento ligero y sin consecuencias, y, en otro, en una cábala de especialistas incomprensibles y arrogantes, confinados en fortines de jerga y jerigonza y a años luz del común de los mortales.
      La cultura no ha podido reemplazar a la religión ni podrá hacerlo, salvo para pequeñas minorías, marginales al gran público. La mayoría de seres humanos solo encuentra aquellas respuestas, o, por lo menos, la sensación de que existe un orden superior del que forma parte y que da sentido y sosiego a su existencia, a través de una trascendencia que ni la filosofía, ni la literatura, ni la ciencia, han conseguido justificar racionalmente. Y, por más que tantos brillantísimos intelectuales traten de convencernos de que el ateísmo es la única consecuencia lógica y racional del conocimiento y la experiencia acumuladas por la historia de la civilización, la idea de la extinción definitiva seguirá siendo intolerable para el ser humano común y corriente, que seguirá encontrando en la fe aquella esperanza de una supervivencia más allá de la muerte a la que nunca ha podido renunciar. Mientras no tome el poder político y este sepa preservar su independencia y neutralidad frente a ella, la religión no sólo es lícita, sino indispensable en una sociedad democrática.
      Creyentes y no creyentes debemos alegrarnos por eso de lo ocurrido en Madrid en estos días en que Dios parecía existir, el catolicismo ser la religión única y verdadera, y todos como buenos chicos marchábamos de la mano del Santo Padre hacia el reino de los cielos.
      © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2011. © Mario Vargas Llosa, 2011.

      27 de agosto de 2011

      Cerca de 5.000 agentes garantizaron la seguridad de la JMJ


      SOCIEDAD / EL PAPA,. EN MADRID

      Cerca de 5.000 agentesgarantizaron la seguridadde la JMJ

      El director general de la Policía califica de «brillante» la actuación policial. Nueve de cada diez peregrinos dan un sobresaliente a la organización de la fiesta de los jóvenes con Benedicto XVI que se desarrolló en Madrid la semana pasada

      Día 27/08/2011 - 15.39h

      POLICÍA NACIONAL
      Guardaespaldas del Papa se mezclan con el dispositivo de seguridad español en los trayectos del «papamóvil»
      imagen anteriorimagen siguiente
      1.600 inspecciones de guías caninos, miles de kms de ferrocarriles y subsuelo examinados y más de 8.000 controles e identificaciones por parte de agentes de la Policía Nacional garantizaron la seguridad de laJMJ que trancurrió durante seis días en la capital española. Cerca de 5.000 policías, muchos de diferentes especialidades como el GEO, Medios Aéreos, Caballería, Guías Caninos, UIP, Protección, Subsuelo o Policía en el Transporte, participaron en el operativo especial para la Jornada Mundial de la Juventud, que comenzó a planificarse hace aproximadamente 12 meses. Los actos, presididos por el Papa Benedicto XVI las cuatro últimas jornadas, se caracterizaron por la normalidad en su desarrollo.
      La visita del máximo representante de la Iglesia Católica, al que acompañó su séquito cardenalicio, supuso el traslado y concentración de cientos de miles de fieles y peregrinos y del resto de autoridades eclesiásticas, civiles y militares. La Policía Nacional desplegó a 4.952 agentes que trabajaron arduamente en numerosos emplazamientos y operativos de seguridad estática y dinámica.

      El director general de la Policía y de la Guardia Civil, Francisco Javier Velázquez,ha querido destacar “la brillante y profesional actuación de los agentes de la Policía Nacional. Su labor, junto a la de la Guardia Civil, la Policía Municipal de Madrid y el resto de instituciones y voluntarios que han participado en el dispositivo, ha hecho posible que este multitudinario acontecimiento que congregó a cientos de miles de personas haya sido un éxito en materia de seguridad”.

      El dispositivo, en cifras

      Cerca de 5.000 agentes garantizaron la seguridad de la JMJ
      POLICÍA NACIONAL
      Caravana policial ante el séquito del Papa
      Se cubrieron 21 itinerarios con un total de 281 kilómetros, 71 en “papamóvil” y 210 en vehículo cerrado. La sede de la Nunciatura del Vaticano -residencia oficial de SS el Papa durante su estancia en nuestro país- fue especialmente protegida para blindar la seguridad de Benedicto XVI, además de 11 hoteles en los que se alojaron el séquito papal y distintas delegaciones. Un total de 5.350 periodistas estuvieron acreditados para cubrir los 13 actos oficiales que se han celebrado, 10 de ellos presididos por Benedicto XVI, y que contaron o con un servicio especial de protección estática en lugares como la Plaza de la Cibeles o la Catedral de la Almudena.
      Muchas de las especialidades de la Policía Nacional participaron en el dispositivo de seguridad. Las Unidades de Intervención Policial practicaron 256 controles, 177 despliegues y han identificado a 1.205 personas y controlado 791 vehículos. La Unidad Central de Protección se encargó de garantizar la seguridad próxima e inmediata de Su Santidad y del séquito papal. Se desplegó más de un centenar de equinos y jinetes de Caballería en los diferentes actos que se han desarrollado tanto en la vía pública como en la Base Aérea de Cuatro Vientos. Los Guías Caninos, preferentemente con canes entrenados en la detección de explosivos, efectuaron 1.600 inspecciones.

      La Unidad de Subsuelo y Protección Ambiental elaboró 54 estudios técnicos inspeccionado más de 320 kilómetros de subsuelo y realizado más de 4.500 inspecciones subterráneas. La Brigada Móvil (Policía en el Transporte) controló y vigiló miles de kilómetros en ferrocarriles de largo recorrido y cercanías a lo largo de toda la geografía española, con especial atención a los núcleos de afluencia de pasajeros tanto en Madrid como en los extrarradios, además de la vigilancia de las líneas del Metro de Madrid.

      Dedicación y sacrificio de la Policía

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      El 90% de los peregrinos da un sobresaliente a Madrid
      El director de Protección Civil, Seguridad y Prevención de Riesgos de Renfe ha agradecido en un mensaje dirigido a la Comisaría General de Seguridad Ciudadana de la Policía Nacional “la dedicación, el sacrificio y el trato humano y paciente” de los agentes en el ingente movimiento de viajeros. La JMJ convirtió a Madrid en un gran escaparate que ha afianzado el crédito internacional de la seguridad en España y la experiencia de la Policía para garantizar el correcto desarrollo de grandes acontecimientos.

      Los peregrinos valoran la hospitalidad y amabilidad de los españoles