1 de julio de 2016
¿Por qué sobra la Filosofía?
¿Por qué sobra la
Filosofía?
El rectorado de la Complutense prepara un plan de reorganización de sus
centros que supone el cierre de la facultad donde se enseña a Platón, Kant y
Nietzsche. Hace falta ofrecer una explicación que no sea solo contable
NICOLÁS AZNÁREZ
Los profesores de la Universidad Complutense de Madrid se han
enterado por los periódicos del plan que el rectorado de esa institución
prepara para la reorganización de sus centros. Lo esperaban con interés, porque
las universidades públicas están muy necesitadas de atención, como en general
todo nuestro sistema educativo. La mala noticia es que, descontando la cansina
muletilla retórica de la “calidad docente e investigadora”, el plan no contiene
más que números. Los números son importantes. Las facultades superiores son
también centros de gestión, y la gestión es en buena medida cosa de números.
Pero en cuestión de números los supuestos beneficios del proyecto no están
mínimamente cuantificados (no hay memoria económica, aunque se anuncia un
ahorro que no llega al 1% del presupuesto de la universidad), sino ocultos por
otra muletilla, la del “dinamismo y la flexibilidad”, inconcreta e insuficiente
para justificar el destrozo académico que dichos números esconden.
La finalidad de la universidad no es la gestión, sino la enseñanza y la
investigación. Y en este punto no todo se puede reducir a números. Aunque en
todas las facultades podamos contar personal, estudiantes, asignaturas y
titulaciones, el conocimiento científico implica una diferencia cualitativa irreductible
entre la economía y la termodinámica, entre el arameo y el derecho romano o
entre la fonética y la química, aunque sus horas de enseñanza se cuenten en
créditos y las de investigación en plazos cuantitativamente homogéneos. Y aquí
es donde el plan sí tiene grandes ambiciones. Tras años de cháchara sofística
acerca de la búsqueda de la excelencia en la investigación, y de su necesaria
vinculación con la docencia para garantizar la calidad de esta última, el nuevo
plan dibuja unas facultades y departamentos convertidos en cajones de sastre
donde los profesores no se reunirán por la especificidad de sus investigaciones
o por su cualificación en un área de conocimiento, sino por sedicentes
“afinidades académicas” que convierten por decreto sus especialidades en
“homogéneas” y que nada tienen que ver con las articulaciones teóricas del
saber científico. En la enseñanza secundaria recordarán este sistema: el de las
“asignaturas afines”, que obliga a un profesor de Latín a explicar Ética o a
uno de Geografía a impartir Historia del Arte. Porque en realidad se trata de
convertir las universidades en centros de enseñanza secundaria y de someterlas
al proceso de degradación profesional que se ha llevado a cabo en este sector,
a fuerza de descualificar los perfiles académicos de las titulaciones, los
docentes y los estudiantes, quienes después de todo tendrán que incorporarse a
un mercado laboral que considera la cualificación científica y la formación
humanística como un obstáculo para la empleabilidad.
Así que no es extraño que una de las principales propuestas de este plan
sea la desaparición de la Facultad de Filosofía, una materia que ya desde hace
años sufre el acoso de las autoridades educativas del país, que prácticamente
la han desterrado de la enseñanza secundaria, principal destino profesional de
los graduados en las Facultades de Filosofía. También en este caso se aducen
números. Unos números muy poco convincentes, porque no es en absoluto cierto
que la Facultad de Filosofía de la UCM haya perdido alumnos en los últimos 10
años, y porque algunos de esos números son muy parecidos a los de otras
facultades que sin embargo se salvarán de esta poda, pero que en cualquier caso
no dejan de ser solamente números. Desde luego, la Filosofía no es más
importante que la Geología, la Odontología o el Turismo (otros de los estudios
que pierden también su autonomía según este plan); puede que lo sea mucho menos
en determinados aspectos, pero no vale escudarse solamente en los números para
hacerla desaparecer como en un espectáculo de prestidigitación. Hay que tener
al menos la valentía de dar una explicación que no sea solamente contable y
ofrecer algún argumento acerca de por qué se ha decidido marginar del sistema
educativo español estos estudios, aducir, en fin, alguna razón académica para
la clausura de una facultad que, aunque no pueda competir en tamaño con la de
Ciencias Económicas y Empresariales, es un centro de referencia internacional
de la producción de filosofía en una lengua con 500 millones de hablantes.
Puede que haya motivos de peso para considerar que la filosofía es un estorbo
grave para el “dinamismo y la flexibilidad” que repiten como un mantra quienes
diseñan estos planes, pero si no se explicitan esos motivos terminaremos
pensando que la molestia que les produce una facultad tan pequeña e
insignificante obedece a razones públicamente inconfesables.
De acuerdo con el proyecto que hemos conocido, Filosofía se convertiría
en un departamento de una Facultad de Filología ampliada. Lo cual resulta,
desde el punto de vista académico, una propuesta enteramente arbitraria: ¿por
qué la filosofía es más afín a la lingüística que a la matemática, a la
historia o a la sociología, más aún cuando la Facultad de Filosofía de la UCM
imparte actualmente un doble grado con la Facultad de Derecho y otro con la de
Ciencias Políticas? No se puede esgrimir como precedente la gloriosa Facultad
de Filosofía y Letras de la Segunda República, que integraba en una común
cultura humanística especialidades hoy metódicamente muy separadas, y a la vez
mantener la escisión completa de la no menos vieja y gloriosa Facultad de
Ciencias de la UCM, que se disolvió en especialidades cuya autonomía de
facultades independientes el mencionado plan deja intacta, sin que sepamos por
qué, aunque se pueda sospechar el interés particular que obra en el trasfondo.
Mientras las supuestas ganancias no se cuantifican ni se concretan, las
pérdidas son ya muy claras: de acuerdo con los vientos dominantes, un
departamento minoritario de Filosofía en el seno de una facultad ajena carecerá
de toda posibilidad de planificación propia, de acceso a los recursos
necesarios y de esa visibilidad pública que una materia amenazada requiere para
su simple supervivencia. El nuevo plan es para la filosofía, a la que solo en
la universidad le dejan ya un lugar, un golpe letal.
Es cierto que, como se insiste desde el rectorado, se trata únicamente
de un borrador que ha de someterse a debate y discusión. Esperemos, por tanto,
que llegado ese momento podamos todos argumentar y tengamos la obligación de
hacerlo no solamente con razones cuantitativas sino también con conciencia de
la responsabilidad que la universidad pública tiene en el sistema educativo de
un país democrático. De este sentido de la institución ha hecho gala siempre el
actual rector de la Universidad Complutense, a él apelamos hoy.
Firman este artículo con Fernando Savater y José
Luis Pardo, Manuel Cruz, Juan Manuel Navarro
Cordón, Ramón Rodríguez García y José
Luis Villacañas Berlanga, todos
filósofos.
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