21 de julio de 2016
“No creo posible la falsificación burda de la historia de ETA”
“No creo posible la
falsificación burda de la historia de ETA”
El catedrático emérito de la Complutense se refiere al futuro de una
Euskadi sin ETA
El historiador Juan
Pablo Fusi profundiza en los años de terrorismo etarra. CARLOS
ROSILLO
Juan Pablo Fusi Aizpurua (San Sebastián, 1945) es un referente indiscutible de la historiografía española. Formado en Oxford, director del Centro de Estudios Ibéricos del Saint
Anthony College, catedrático emérito dela Complutense, director
de la Biblioteca Nacional y de la Fundación Ortega y Gasset y autor de
numerosas obras ha participado en El Escorial en un debate sobre “propuestas de
futuro en una Euskadi sin ETA” en el
marco de la universidad de verano junto con el director de EL PAÍS, Antonio
Caño, y el veterano periodista vasco Mariano Ferrer. El relato de los años de
plomo del terrorismo etarra fue una de las cuestiones centrales sobre las que
Fusi profundiza.
Pregunta. Algunos políticos y asociaciones de víctimas temen que la historia que
se escriba sobre el terrorismo etarra sea la de un conflicto político contra un
Estado opresor. ¿Lo cree posible?
Respuesta. Creo que no es posible una falsificación tan burda de lo ocurrido. En El
Escorial hablé de la necesidad de una historización plena de ETA desde la
insobornabilidad académica que ya está en marcha. Se han publicado muchas cosas
excelentes sobre ETA que van a permanecer. Historizar ETA plantea cuestiones
empíricas de las que conocemos muchísimo como acontecimientos, liderazgo,
fases, estrategias, divisiones y la respuesta del Estado. Todo acontecimiento
duro lleva a interpretaciones distintas, pero con el tiempo tendrán un mínimo
fundamento conceptual.
P. ¿Cuál puede ser ese mínimo?
R. Puede haber un acuerdo amplio en que ETA ha constituido el mayor
problema de la Transición y que en ella hay una anteposición de la idea de
liberación nacional a los derechos del individuo, al diálogo y a los valores de
solidaridad. ETA y su entorno se han impregnado de unas deficiencias morales
que deben ser objeto de reflexión y rectificación. También se puede acordar que
ETA no fue tanto una respuesta a la dictadura como una redefinición del
nacionalismo como movimiento de liberación nacional en boga con la
descolonización de los años sesenta. E incluso como reacción generacional del
nacionalismo ante la amenaza del desarrollismo a la identidad vasca y su
rechazo a que la autonomía fuera la respuesta adecuada al problema vasco.
Aunque requiere más sutileza, podría haber acuerdo en la respuesta del Estado,
sus errores, la guerra
sucia o las negociaciones.
P. Los jóvenes saben poco de ETA. ¿Hemos hecho algo mal?
R. Sería lamentable el olvido, pero no lo hemos hecho mal. No se puede
exigir más información a los medios que la que han dado desde el proceso de
Burgos en 1970. Pertenecemos a una sociedad en la que solo se vive la
excitación del momento. Lo ocurrido hace un mes no es relevante.
P. Hay temor en el País Vasco a la desmemoria.
R. Al menos en el País Vasco tenemos la batalla del relato porque en
muchísimos análisis retrospectivos de la Transición se habla de pacto de
silencio, de élites, de Constitución condicionada y no aparece el gran desafío
de la Transición que fue ETA, del que se derivaron muchos otros. Esto me
preocupa más.
P. ¿Por qué cree que ETA continuó tras la democracia?
R. Fue ajena a la naturaleza del Estado español y no aceptó la autonomía.
En ETA se produce una militarización y desideologización progresivas que
contrasta con los debates de los 60 y 70.
P. ¿Cuáles son las claves de su final?
R. El agotamiento de la sociedad vasca, con su creciente movilización desde
el asesinato de Miguel Angel Blanco en 1997. Hay un nuevo liderazgo en la
izquierda abertzale que percibe ese cambio y una creciente preocupación sobre
la vía violenta extendida a una parte de ETA, además de sus problemas de
reclutamiento, tras los éxitos policiales. Además, el 11-S ridiculiza al terrorismo
local de ETA y crece la presión internacional que crea las condiciones para un
final negociado.
P. ¿Quién va a hacer el relato?
R. Los historiadores aspiramos a entender los hechos y no dejamos que se
manipulen políticamente. Es verdad que los nacionalismos usan la historia como
forma de legitimación de sus aspiraciones nacionalistas. Sin embargo, la
historiografía vasca se ha mantenido con una independencia y una calidad
extraordinarias, lo que no puede decirse de algún otro territorio español. El buen
camino está en el análisis académico, frío, exigente. La polémica política no
aspira a entender las cosas. La historia la escriben los historiadores. Los
vencedores escriben propaganda.
P. En la Euskadi sin ETA ha caído el independentismo y Bildu ha perdido un
tercio de sus votos en favor de Podemos. ¿Han cambiado los hábitos políticos?
R. Hay hechos que avalan un cambio de ciclo que se reflejan en los
resultados electorales y en el lenguaje. El del lehendakari Urkullu está más
impregnado de preocupaciones sociales que identitarias. Es un hombre
conciliador, pragmático, abierto. Además, está la sorpresa de Bildu por la
dificultad de articular su discurso ante una realidad cambiante. Existen
estudios sobre la incomodidad de los jóvenes ante los intentos de definirlos
por su identidad. Ha desaparecido esa presión y la realidad sociológica diaria
está menos marcada por la identidad.
P. ¿Cree que esos cambios son definitivos?
R. El fin de ETA ha sido unilateral. No ha tenido una derrota total, que es
lo que fuerza a la reflexión en profundidad, pero se le parece bastante porque
si ha habido sin duda una derrota moral e ideológica de lo que significaron. No
obstante, sería prudente.
P. Usted constata una moderación en Urkullu y el PNV. ¿Ha venido para
quedarse o es un movimiento táctico?
R. Vista la enorme complejidad, diversidad, prosperidad, composición
demográfica y los problemas que preocupan a los vascos (empleo, desigualdad,
medio ambiente), me resulta muy difícil creer que se vuelva a formas
identitarias de la realidad. Vamos a otro universo de referencias abiertas sin
renunciar a formas simbólicas de identidad propia de los partidos
nacionalistas.
P. El nacionalismo no está de moda. Recientemente, Vargas Llosa dijo que
“es la forma más perversa de populismo y entraña violencia potencial”. ¿Es
posible un nacionalismo democrático?
R. El historiador debe huir de las generalizaciones, decía el historiador
británico Naimer. Todos las hacemos, pero históricamente son falsas. Y añadía
que la obligación de la historia honesta es deshacer la historia deshonesta.
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