6 de julio de 2016
La democracia directa no es la solución
LA HORA DE LOS PACTOS
La democracia directa no es
la solución
El referéndum o la consulta a las bases son recursos menos honestos de
lo que parecen
JORDI
PÉREZ COLOMÉ- EL PAIS
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Las consultas y referéndums tenían buena fama en España en 2012. Un año
después del 15-M, España era el segundo país europeo —tras Chipre— que más
vinculaba las consultas a la calidad de la democracia, según la Encuesta Social
Europea.
En la última legislatura, Podemos y el PSOE recurrieron a consultas a
las bases para saber su opinión sobre los pactos que debían firmar. En ambos
casos ganó con diferencia la opción defendida por la cúpula. Pedro Sánchez, el
líder socialista, decía al principio de la campaña que “volvería a hacerlo”.
Sin embargo, el referéndum británico le restó algo de pasión por las consultas:
"El referéndum solo traslada a los ciudadanos problemas que deben
solucionar los políticos”, dijo en la Cadena SER.
Como Sánchez, los ciudadanos españoles que en 2012 creían que más
consultas son buenas, ahora prefieren lo contrario: un 73% opta por que el
partido al que votó decida con quién es mejor pactar, según Metroscopia. En
abstracto, los españoles prefieren consultas. Pero cuando la pregunta es
difícil, prefieren que sean los políticos quien la asuman. Para eso les pagan.
¿Por qué entonces los políticos recurren a este instrumento? Hay al
menos cuatro motivos:
1. Es un truco. Hay una verdad bastante demostrada en política que se olvida a menudo:
si un político hace algo es para lograr o mantener el poder.
Las consultas a las bases o un referéndum como el Brexit son optativos. Ningún político está obligado a convocarlos. Es un riesgo
voluntario. “¿Por qué un político permite perder parte de su control? Suele ser
por motivos egoístas”, dice Braulio Gómez Fortes, investigador de la
Universidad de Deusto.
El organizador tiene ventaja siempre. Formula la pregunta, escoge quién
puede votar, decide cómo se puede votar y establece qué día se vota. Ningún
político convoca un referéndum o consulta con todas esas variables para perder:
ni David Cameron ni Pedro Sánchez ni Pedro Iglesias.
2. La democracia ratificativa
no es democracia directa. “No hay consulta hasta que los
líderes deciden qué se quiere hacer”, dice Máriam M. Bascuñán, profesora de la
Universidad Autónoma de Madrid, acerca de los posibles pactos postelectorales.
Este lunes se daba por hecho que la posición preferida de Sánchez seguía siendo un no a Rajoy y a una
posible abstención.
Si esa es su posición pública y hay consulta, las bases van a tener que
afrontar un plebiscito y los plebiscitos se ganan porque las condiciones las
pone el organizador. “El problema es que se instrumentaliza la consulta. Ya no
es democracia participativa sino democracia ratificativa”, dice Bascuñán.
El PSOE se enfrenta ciertamente a una decisión compleja. Pudiera ser que
los dirigentes confiaran a la militancia una decisión así de difícil. Pero tal
maniobra requeriría el silencio del secretario general: “Si llama a las bases
será para que apoyen su decisión. No veo al secretario general en situación de
neutralidad”, dice Gómez Fortes.
3. La base de un partido no son
sus militantes. Los militantes son una parte
pequeña, y a menudo más extrema, de los simpatizantes y votantes de un partido.
Eso no impide que un político presuma de tener el apoyo de “las bases”. ¿Qué
disidentes van a enfrentarse a eso? El recurso de las bases se usa para acallar
voces críticas.
4. Las consultas deben ser un
bien escaso. La democracia representativa está montada para que unos empleados de los
ciudadanos -los políticos- dediquen su tiempo a representarles y decidir.
Hay ocasiones en las que un referéndum puede ser una solución, pero son
casos puntuales que reúnen al menos tres condiciones: tiene que interesar a la
gente, debe haber un problema que divida a la sociedad o un cambio de reglas.
En el caso de Reino Unido, no se daban: “Europa no estaba ni entre los diez
primeros problemas de los británicos y ha habido una parte a la que le
interesaba mucho y otra -los laboristas- a quienes les costó reaccionar”, dice
Gómez Fortes.
El problema británico no fue por tanto de ignorancia. “La información no debe ser un
requisito mínimo para introducir la voz de los ciudadanos en la toma de
decisiones”, añade Gómez Fortes. En un referéndum los votantes buscan atajos
informativos que les faciliten respuestas:
qué dice su partido, su político preferido, algún famoso.
“Siempre hay asimetrías de información y son más fuertes en la
democracia directa que en la representativa porque ahí se delega la
responsabilidad de informarse al representante”, dice Jorge Galindo,
investigador de la Universidad de Ginebra y editor de Politikon. Eso nos
llevaría sin embargo a un reto de pura ciencia política: “No sé si es posible
la democracia sin representación. ¿Existe la democracia directa pura?”, añade Galindo.
Igual que nadie lee los programas de los partidos, nadie debía calibrar
todas las consecuencias del Brexit para
votar. Pero eso no significa que la convocatoria de la pregunta sea un error
democrático.
Dicho esto, un referéndum tiene al menos tres problemas y por eso debe
ser un bien de uso escaso: las minorías se quedan sin voz; aumenta la
desigualdad de participación porque la gente de menos recursos lo percibe como
más complicado y se abstiene más, y su uso puede ser plebiscitario.
Es peligroso que la consulta sirva para refrendar la opción de un
político: “Es buscar el apoyo rápido y una legitimidad sin tener en cuenta el
proceso democrático de toma de decisiones. Solo para recobrar tu poder. Es algo
que hacen tanto las democracias como las dictaduras”, dice Gómez Fortes. Pedro
Sánchez dijo ante el referéndum británico que nada de ”un sí o un no frente a
problemas complejos" y que prefería “reforzar la democracia
representativa”. Ahora puede
demostrarlo.
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