13 de mayo de 2016
JUAN ARIAS - EL PAIS - COLUMNA La democracia de Brasil, a prueba El 'impeachment' y el nuevo Gobierno Temer va a suponer una prueba importante para medir el pulso de este país
La democracia de Brasil, a prueba
El 'impeachment' y el nuevo Gobierno Temer va a suponer una prueba
importante para medir el pulso de este país
JUAN ARIAS EL PAIS
La salida de Dilma Rousseff del Palacio Presidencial, probablemente para
no volver, supone la interrupción dramática de su mandato, sellado en 2014
por 54 millones de electores que le dieron su confianza en las urnas, algo que no deja de ser
un desgarrón en el tejido social.
La dura ex guerrillera se despidió como
víctima de un golpe de Estado y advirtió que luchará para volver. Es su legítima defensa.
Los
juristas seguirán, a su vez, discutiendo si el proceso y veredicto del Congreso
se ajusta o no a la Constitución que prevé la pérdida del mandato presidencial
por crimen de responsabilidad administrativa. Es posible que, en el futuro,
Brasil tenga que revisar ese punto complejo de la Constitución.
Mientras
tanto, el país tiene un nuevo Gobierno al mando del vicepresidente de la
República, Michel Temer, que actuará hasta que se concluya el proceso a
Rousseff, según prevé la Constitución.
El hecho,
excepcional, va a suponer una prueba importante para medir el pulso de la joven
democracia brasileña.
Nadie
niega hoy, que a pesar de todas las discusiones jurídicas, Rousseff no hubiese
sido depuesta si el país hubiese estado creciendo económicamente, si no
estuviera sufriendo la angustia de 12 millones de desempleados, una inflación
que se come el salario de los trabajadores y con un 60% de la población
endeudada. Y si Rousseff no hubiera perdido la confianza del Congreso.
El
presidente en funciones, Temer, es lo opuesto a Dilma en todo. Se formó a la
sombra del Congreso que ya presidió tres veces, conoce como pocos el complejo
engranaje de los Gobiernos de coalición y entra contando con una fuerte mayoría
parlamentar, que fue lo que le faltó a Rousseff.
En teoría,
ello le permitiría aprobar algunas de las reformas urgentes que Brasil necesita
para enderezar una economía que vive la mayor recesión de su historia
republicana.
El mundo del trabajo, y sobre todo la nueva clase media-baja que salió
de la miseria durante los Gobiernos del
Partido de los Trabajadores (PT) (y que empezaba a sentir el latigazo de una crisis que amenaza con
devolverles a su triste pasado) va a medir a Temer, más que por su carisma, por
los resultados inmediatos de su gestión.
El
brasileño es más pragmático que ideológico. Por eso, quizás, se entendió
siempre mejor con Lula que con Rousseff.
Para esa
masa de gente que sufre para llegar a fin de mes y que ve cada día que su
dinero vale menos, el discurso jurídico del golpe tiene menos eco que los
precios del mercado o la angustia de verse cada día más endeudada.
La democracia de Brasil, se está demostrando, a pesar de todo, más
sólida de lo que puede parecer fuera de sus fronteras. Lo revela el hecho que
tras el trauma de la deposición de Rousseff, la gente no se ha echado a la
calle. No hay violencia. El Ejército ha dormido tranquilo y el Supremo ha
vigilado y controlado cada paso del doloroso rito del impeachment.
No es poco
en estas latitudes tropicales.
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