6 de mayo de 2016
TRIBUNA. JAVIER MORENO LUZÓN EL PAIS - Las dos banderas
TRIBUNA
Las dos banderas
La rojigualda y la tricolor no son incompatibles y ambas representan a
España
JAVIER MORENO LUZÓN EL PAIS
El equipo español
desfila ondeando la bandera constitucional en la Olimpiada de Atenas. EDUARDO ABAD (EFE)
El
pasado 14 de abril, varios Ayuntamientos gobernados por las izquierdas
exhibieron la bandera de la Segunda República, la tricolor roja-amarilla-morada.
De inmediato, los medios conservadores les acusaron de realizar actos
inconstitucionales e incluso antidemocráticos. Se cruzaron argumentos sobre las
leyes acerca de los símbolos oficiales, la libertad de expresión y el
significado de esa enseña. Una polémica que, dada la importancia de estos
elementos en las identidades nacionales, habla de fracturas y visiones
contrapuestas de la comunidad política. Porque hay, o al menos hubo, dos
banderas de la nación española.
Durante el
siglo XIX, la combinación roja-amarilla-roja se ganó el puesto de bandera
nacional. Inventada en tiempos de Carlos III para la armada, los liberales la
enarbolaron en sus luchas contra el absolutismo y se convirtió, con el respaldo
de la monarquía constitucional, en el mejor símbolo de España. Así se consagró
en las guerras coloniales, cuando comenzó a llamarse rojigualda para resaltar
su valor, pues el amarillo se asimilaba al oro. Sus principales defensores
provenían del Ejército, que la erigió en un tótem sagrado. Luego, como en otros
países, llegó a la escuela y a toda clase de fiestas. Allá por 1869 surgió la
idea de añadir a estos colores un tercero, para componer un diseño parecido al
de la Revolución Francesa, madre de las demás. Y se eligió el morado, que se
asociaba con los Comuneros de Castilla, rebeldes en el siglo XVI contra el
tirano Carlos V en las historias progresistas: era el color de la libertad.
Pero, hasta bien entrado el siglo XX, la tricolor española solo fue signo de
los grupos republicanos, cuyo modelo era Francia. Y, durante años, las dos
banderas fueron compatibles, pues el republicanismo empleaba ambas.
Pero el
rey abrazó la dictadura de Primo de Rivera y la rojigualda, símbolo nacional
casi indiscutible, quedó en emblema de la Monarquía. Cuando se proclamó la
Segunda República, en medio del entusiasmo popular, la tricolor se impuso de
manera casi inevitable y las expresiones monárquicas pasaron a la
clandestinidad. La nueva bandera se presentó como la verdadera bandera
nacional, la de la comunidad de ciudadanos que había surgido de los combates
por la libertad y conectaba con el progreso mundial. En la Guerra Civil, y no
sin algunas dudas iniciales, los sublevados recuperaron la vieja enseña,
adornada con un escudo que enfatizaba su arraigo en la tradición.
Así, la
bandera republicana, junto con otros símbolos partidistas y territoriales, fue
la del bando derrotado en la guerra. El franquismo se apropió de los emblemas
nacionales hasta hacer que la oposición los odiara, pero, curiosamente, la
tricolor apenas asomó en las manifestaciones contra la dictadura. En la
transición a la democracia fueron pocos los partidos que la reivindicaron y en
1977 el Comunista aceptó la rojigualda. Carrillo declaró que con la republicana
se había reprimido la insurrección de octubre de 1934, por lo que tampoco había
que idolatrarla. Aunque la bicolor siguió despertando recelos, el escudo de
1981 la avaló como constitucional, reivindicada por los socialistas en su
periodo de gobierno. La otra
parecía olvidada.
Sin
embargo, la enseña republicana resurgió en las protestas contra el Partido
Popular a comienzos de este siglo. La reivindicación de las víctimas del
régimen franquista y la puesta en solfa de los relatos habituales sobre la
Transición impulsaron ese renacimiento. La crisis de la corona, que desembocó
en la retirada de Juan Carlos I, también ayudó. Pese a todo, la bicolor ha
demostrado su fortaleza y ha sido asumida por la mayoría de quienes se sienten
españoles como algo propio, es el símbolo banal de los triunfos de La Roja. Es
una bandera democrática, la del Estado de las autonomías integrado en Europa.
Resulta pues insustituible.
Pero la
tricolor conserva significados relevantes. Más allá del cambio en la jefatura
del Estado o de proyectos radicales minoritarios, para una parte significativa
del electorado representa la memoria de los vencidos, es la de Manuel Azaña o de
Antonio Machado; y encarna a la vez los valores reformistas de aquella primera
democracia española, ese republicanismo cívico que reivindica la igualdad junto
a la libertad y la virtud. Ni la memoria —tornada reconciliación— ni el civismo
son ajenos a la Constitución de 1978 y al sistema político actual. O no
deberían serlo. Por eso, el pabellón republicano merece respeto y ambas enseñas
tendrían que volver a ser compatibles. Las naciones, sobre todo las complejas,
pueden tener varias banderas.
Javier Moreno Luzón es catedrático de Historia en la Universidad Complutense.
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