17 de mayo de 2016
JOSEP M. COLOMER EL PAIS - TRIBUNA ¡Adiós, Madrid! Los políticos que no logren dialogar y formar coaliciones se deslizarán hacia la irrelevancia
¡Adiós, Madrid!
Los políticos que no logren dialogar y formar coaliciones se deslizarán
hacia la irrelevancia
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Mariano Rajoy y
Pedro Sánchez el 23 de diciembre de 21015, tres días después de las elecciones
del 20-D. PAUL WHITE
(AP)
Los
políticos españoles no han sido capaces de hacer lo que hacen casi todos sus
colegas europeos, incluidos los que gozan de democracias más recientes y los
que sobrellevan niveles de vida más bajos, es decir: dialogar, negociar, llegar
a acuerdos, formar coaliciones y gobernar con amplio apoyo popular y
parlamentario.
La súper
gran coalición no era solo algo novedoso e impuesto por las circunstancias,
sino una gran oportunidad de adoptar el modelo típicamente europeo de toma de
decisiones y abordar con consenso y visión de futuro los temas pendientes del
país. El fracaso no puede atribuirse a una tara racial porque los políticos
españoles fueron más audaces y creativos que nadie hace solo unos pocos
decenios. Pero hay dos cosas muy importantes que han cambiado desde entonces.
Primero,
ha habido una selección adversa de las personas que quieren dedicarse a la
política. Con las listas cerradas y bloqueadas, los sueldos bajos y la feroz
disciplina de partido se ha conseguido ahuyentar de la acción pública a
cualquier individuo competente y con iniciativa personal. Para la gran mayoría
de los políticos profesionales españoles actuales, el coste de oportunidad
profesional es cero, por lo que su principal interés es no arriesgar y
mantenerse en la rifa de los cargos.
Segundo,
la situación actual es diferente de los años setenta, cuando todos nos
jugábamos mucho. Había entonces mucho miedo a caer otra vez al abismo y los
políticos sabían que debían encontrar soluciones. En cambio, a la política
actual se podría aplicar aquello que respondió Henry Kissinger cuando era
profesor en Harvard y le preguntaron por qué las disputas en los campus
universitarios son tan agrias: porque lo que está en juego es muy poco.
Si los
políticos estuvieran ahora tan amenazados por el abismo como lo estaban los de
la Transición, tratarían de ser casi tan audaces y creativos como los de
entonces y habrían formado una mayoría de gobierno, ya no para reducir el paro
o pagar la deuda —que , de hecho, lo dan por imposible—, sino para reformas
viables como prevenir la corrupción, dar más recursos a la justicia, mejorar la
calidad de la educación, introducir las listas abiertas, revisar la
organización territorial y otras cuestiones de las que tanto hablan sin saber
qué hacer con ellas.
Pero los
políticos actuales saben que, aunque no hagan reformas en estos temas, las
consecuencias no serán muy graves: aunque no se forme Gobierno, seguirán
funcionando la UE, la administración central, las comunidades autónomas, los
ayuntamientos, la Seguridad Social... Hoy en día, la diferencia entre un
Gobierno en funciones y uno elegido por el Parlamento no es muy grande. Como en
la política de los campus, lo que hay en juego es más bien poco. Al fin y al
cabo, las decisiones más importantes se toman cada vez más en Bruselas, Nueva
York o Washington, incluidas las políticas monetaria, fiscal, bancaria, sobre
migraciones, terrorismo, seguridad o cambio climático, mientras los Gobiernos
autonómicos y municipales gestionan rutinariamente casi todos los servicios
públicos.
Hasta ahora, los políticos españoles han reaccionado a la nueva
situación política de acuerdo con las dos primeras fases que los psicólogos
tienen bien identificadas. Primero, negar la realidad. Tanto Rajoy como Sánchez
han actuado como si pudieran convertirse en jefes de Gobierno mediante los usos
habituales: proclamar su candidatura y llamar a algunos partidos menores a que
la apoyen. Cuando esto fracasa, la segunda fase es echar la culpa a los demás.
Es lo que sufriremos ahora durante la campaña electoral. Quizá más tarde se
alcance la tercera fase, en la que a veces hay un mea culpa, lo
cual debería comportar dimisiones de los que han fracasado. Y la última, en la
que se aceptan las cosas como son y se actúa debidamente.
Pero no
será fácil. La arrogancia y el sectarismo partidista se han consolidado a
través de varias décadas de práctica y los políticos actuales han crecido en
ello y no conocen otra experiencia. En vez de negociar la formación de una
mayoría y emprender reformas, pueden continuar inhibiéndose y gesticulando, ir
de elección en elección, de Gobierno en funciones en Gobierno en funciones y
seguir descendiendo por una continuada pendiente, pero ahora no hacia al
abismo, sino simplemente hacia... la irrelevancia.
Josep M. Colomer es profesor de Economía Política en la Universidad de Georgetown.
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