16 de mayo de 2016
CARLA GUIMARÃES EL PAIS. TRIBUNA Érase una vez un país llamado Brasil
Érase una vez un país llamado Brasil
La investigación en Petrobras logró algo impensable: llevar al banquillo
y a la cárcel a las élites políticas y económicas del país. El escándalo manchó
al Partido de los Trabjadores y creó la oportunidad perfecta para justificar el
‘impeachment’
CARLA GUIMARÃES EL PAIS
EULOGIA MERLE
Patricia y
yo somos primas, pero nos sentíamos como hermanas. Crecimos en el mismo barrio,
en Salvador de Bahía, y vivíamos en edificios vecinos. Ella estaba siempre en
mi casa y, cuando no, yo estaba en la suya. Nacimos en una dictadura y
asistimos el paso a la democracia. Su padre llamaba revolución a la llegada de
los militares al poder. El mío decía que fue un golpe. Su padre temía que un
sindicalista barbudo llamado Lula ganara las primeras elecciones directas. A
menudo repetía que Lula era un analfabeto. Mi padre creía que, en un país tan
clasista como Brasil, un obrero jamás llegaría a la presidencia. Yo ya vivía en
Madrid cuando Lula fue investido presidente en 2003, contradiciendo a mi padre,
aterrando a mi tío. 13 años después de aquello, Patricia y yo estamos
irremediablemente peleadas. Ella defiende la salida de la presidente Dilma.
Dice, como su padre, que forma parte de una revolución. Yo, como el mío, digo
que lo que está ocurriendo en Brasil es un golpe.
Nuestra disputa empezó el mismo día en que Dilma fue reelegida
presidente, hace poco menos de 19 meses. Por aquel entonces Patricia tenía un
odio visceral hacía el partido de Lula y Dilma, el Partido de los Trabajadores
(PT), mientras que yo les había votado elección tras elección. Cuando Dilma
empezó su segundo mandato, Brasil estaba inmerso en uno de los mayores
escándalos de corrupción de su historia, el caso Petrobras. La
investigación en la empresa de petroleo brasileña logró algo impensable: llevar
al banquillo y a la cárcel a las élites políticas y económicas del país. El
escándalo manchó indiscutiblemente al partido de Dilma y creó la oportunidad perfecta
para justificar el golpe.
Los grandes medios de comunicación de Brasil, que pertenecen a un
pequeño grupo de familias, crearon lo que se podría llamar la
dramaturgia del impeachment: existe un Gobierno corrupto, el pueblo
pide su dimisión en las calles, el Congreso derriba a la presidente y Brasil
vuelve a ser el país del futuro. Para esos medios, el PT no solo era el
culpable de la corrupción, sino la causa de todos los males de Brasil. Patricia
no podía estar más de acuerdo con ese guion. Ella y otros miles de brasileños
salieron a las calles vestidos con los colores de la bandera para luchar contra
la corrupción y exigir la salida del PT. Cada vez que Dilma hablaba en la tele,
Patricia cogía una cacerola y se ponía a protestar desde su ventana. La historia
narrada por los medios y defendida en las calles era casi perfecta, si no fuera
por un pequeño detalle: Dilma no está acusada en ningún caso de corrupción. Sin
embargo, muchos de los responsables por llevar adelante su proceso de impeachment sí
lo están. Es el caso del expresidente del Congreso, Eduardo Cunha, del
presidente del Senado, Renan Calheiros, y del propio vicepresidente, Michel
Temer. Este último fue condenado por el Tribunal Regional Electoral de São
Paulo por hacer donaciones de campaña por encima del límite legal y no podrá
postularse a ningún cargo público en un periodo de 8 años. Temer acaba de ser
nombrado presidente interino de la República de Brasil.
Quizás uno
de los mayores errores del partido de Dilma y Lula fue haberse dejado absorber
por la política tradicional brasileña. Después de tantos años en el poder, el
PT ya no era tan cercano a los movimientos sociales que le apoyaron y estaba
dedicado de lleno al juego político. Dilma ganó las últimas elecciones con el
apoyo del PMDB de Temer, Eduardo Cunha y Renan Calheiros. Un partido de
derechas que siempre estuvo cerca del poder y que ahora ha encontrado la manera
de tomarlo.
A pesar de la decepción con el PT, en los últimos meses, miles de
personas salieron a las calles para denunciar el golpe. Algo que no estaba en
el guion redactado por los grandes medios. Movimientos sociales, sindicatos,
líderes indigenas, personalidades del mundo de la cultura y ciudadanos de
distintas orígenes sociales se manifestaron en contra del impeachment en
diversos actos a lo largo del país. El color predominante en esas protestas era
el rojo, a diferencia del verde y amarillo que dominaban las marchas
anti-Dilma. Yo participé en una manifestación en Madrid. Éramos cuatro gatos
protestando en Sol, pero teníamos la sensación de formar parte de algo mayor.
Nos sentíamos parte del enorme movimiento de lucha por la democracia que está
tomando Brasil. Más que las siglas, nos unía la indignación de ver a tantos
políticos involucrados en casos de corrupción votando a favor del impeachment de
la presidente en nombre, paradójicamente, de la lucha contra la corrupción.
También nos unía la sensación de que el Gobierno de Dilma no estaba siendo
juzgado por sus errores, sino por sus aciertos.
Durante
los 12 años de gobierno del PT cerca de 40 millones de personas salieron de la
pobreza y la población históricamente excluida ganó espacio dentro de la
sociedad. El partido cambió una historia de más de 500 años de desigualdad.
Quizás por ello, ganó cuatro elecciones seguidas. En las últimas, la derecha se
dio cuenta de que le costaría mucho recuperar el poder en las urnas y decidió
tomarlo a través de un proceso aparentemente legal, pero tremendamente injusto.
Los que asumen ahora el Gobierno representan los intereses de los grandes
latifundios, la industria de las armas, las iglesias evangélicas y quizás de
muchos políticos y grandes empresarios a los que le vendría bien que las
investigaciones de los casos de corrupción, como el de Petrobras, fuesen
finalizadas sin mucho revuelo y sin grandes repercusiones.
Días antes de la votación en el Senado, decidí llamar a Patricia. Era su
cumpleaños y pensé que sería una buena oportunidad para retomar nuestra
relación. Ella contestó sorprendida. Creo que pensó lo mismo que yo y decidió
hacer un esfuerzo por hablarme. A pesar de nuestras buenas intenciones la
llamada fue de lo más surrealista. En cuanto empezamos a hablar nos dimos
cuenta de que si tocábamos el tema del impeachment esta sería
nuestra última conversación. Así que hablamos del clima, del paso de los años,
de nuestra niñez e incluso de una crema para el pelo. Hablamos de casi todo,
menos del tema que copaba las portadas de los periódicos, las noticias de la tele
y las conversaciones de los brasileños. Durante aquellos extraños minutos,
Patricia y yo decidimos que habíamos nacido en Noruega.
El pasado
12 de mayo, cuando Dilma fue apartada de la presidencia, sentí una tristeza
enorme. Tristeza e impotencia. Pensé en Brasil, en mi padre, en mi infancia y
en Patricia... ¿Estará feliz? ¿Era eso lo que realmente quería? La imaginé
devolviendo la cacerola a la estantería de la cocina y guardando su camiseta
verde y amarilla en un cajón hasta el próximo Mundial. Para mí, sin embargo, es
hora de sacar la camiseta roja del armario. Esta historia no puede acabar aquí.
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