3 de mayo de 2016
TIMOTHY GARTON ASH EL PAIS. TRIBUNA. Necesitamos recuperar a Occidente
Necesitamos recuperar a Occidente
La visión occidental que defiende Obama es internacionalista y liberal,
y mucho más atenta que antes a las necesidades del Sur. La alternativa no es
una idea más progresista, sino una horrenda amalgama de Putin, Trump y Le Pen
TIMOTHY GARTON ASH. EL PAIS
NICOLÁS AZNÁREZ
¿Qué ha
sido de Occidente? Barack Obama acaba de visitar Europa para ensalzar y
reforzar a Occidente, pedir a Gran Bretaña que permanezca en la UE y a Alemania
que apoye el proyecto de acuerdo comercial transatlántico (TTIP por sus siglas
en inglés). Las reacciones de los británicos, los alemanes y los
estadounidenses indican que ha ensalzado a un fantasma. O al menos, a algo que
ya no es lo que era.
En un artículo publicado en The Daily Telegraph, el manual
matutino de la clase media conservadora inglesa, Obama recordó todas las
instituciones que han ayudado a crear Gran Bretaña y EE UU juntos desde 1945,
así como el hecho de que la UE ha contribuido a “difundir los valores y los
usos británicos —democracia, Estado de derecho, mercados libres— en todo el
continente y su periferia”. Su recompensa fue una crítica feroz de Boris
Johnson, alcalde de Londres, en el mismo periódico. Johnson, que ya había
insinuado que Obama era antibritánico debido a sus orígenes kenianos,
despotricó esta vez contra “los presidentes norteamericanos, líderes
empresariales y peces gordos de todo tipo” que quieren que Gran Bretaña siga
siendo cautiva de Europa.
Curiosamente, el desdeñoso partidario del Brexit no se molestó en
responder al argumento general de Obama sobre los intereses y valores
amenazados de Occidente. El centro de sus comentarios era yo, yo, yo. Gran
Bretaña estaría mejor con nuestros propios acuerdos comerciales, tendría menos
inmigrantes, sería un país más feliz, más soberano, más libre. No preguntes qué
puede hacer Gran Bretaña por el mundo, pregunta qué puede hacer el mundo por
Gran Bretaña.
Qué
diferencia con el debate desarrollado en los primeros años setenta, cuando el
Reino Unido decidió entrar en la Comunidad Europea. Por supuesto, los
principales motivos para hacerlo eran económicos. Sin embargo, cuando leí las
actas de los debates parlamentarios de la época, lo que me impresionó fue que
los conservadores de entonces defendieron este compromiso continental como una contribución
a la seguridad de Occidente contra la URSS. En aquellos tiempos, los
conservadores eran los que solían tener una visión más amplia, mientras que los
laboristas tendían a ser más euroescépticos y aislacionistas; hoy ocurre todo
lo contrario. El partido de Churchill, o al menos su mitad euroescéptica, ha
abandonado a ese Occidente que Churchill ayudó a construir más que nadie.
Obama fue
de una comida con los miembros de la Casa de Hannover (hoy Windsor) a una feria
industrial en Hannover, Alemania, a probarse unas gafas de realidad virtual con
Angela Merkel y defender la necesidad del TTIP. Sin embargo, su intento de
reforzar a Occidente volvió a toparse con la oposición y el escepticismo
generales. En una extraordinaria columna para la revista Der Spiegel, Jakob
Augstein calificó a Obama como “el último presidente de Occidente”. “La palabra
Occidente, antes, significaba algo”, escribía. “Definía los valores y los
objetivos de un mundo mejor”. Ya no. Hoy, los europeos “pensamos en Estados
Unidos, cada vez más, de la misma forma que en Rusia, China e India”. Lo harás
tú, Jakob. Pero es indudable que expresa un sentimiento muy extendido en
Alemania, que vive una lejanía política, cultural y emocional cada vez mayor de
EE UU.
Mientras
tanto, en su propia casa, casi todos los aspirantes a suceder a Obama se oponen
al TTIP. Incluso Hillary Clinton, la única que no lo hace y, por suerte, la que
tiene más probabilidades de llegar a la presidencia, ha manifestado reservas,
por motivos descaradamente tácticos, dadas las tendencias proteccionistas de
grandes sectores del electorado y las bases demócratas.
El TTIP no
es lo único que critica Donald Trump. También dice que la OTAN está “obsoleta”.
El hecho de que Putin se apoderase de Crimea por la fuerza podría hacer pensar
que la Alianza sigue siendo importante, pero no. Vlad y Donald se llevarían de
maravilla: “Putin siempre me ha parecido muy bien, creo que es un líder fuerte,
poderoso, que representa a su país”. En el discurso que pronunció hace una
semana sobre política exterior, trató de dar una imagen más de estadista. Pero
siguió hablando de llegar a un “acuerdo” con Putin. En cuanto a la OTAN, “los
países a los que defendemos deben pagar el coste de esa defensa, y, si no lo
hacen, EE UU debe estar dispuesto a dejar que se defiendan solos”; qué más da
la garantía dada a Polonia y los Estados bálticos en virtud del Artículo 5 del
Tratado. Aseguró que quiere “revitalizar los valores occidentales”, pero
inmediatamente los diferenció de los valores universales; la Ilustración,
olvidada. Con amigos como Trump, ¿quién necesita enemigos?
Este debilitamiento occidental tiene una explicación histórica clara.
Como comunidad cultural, Occidente existe desde hace siglos, pero, como agente
geopolítico real, se fraguó en la lucha contra un enemigo común, la Alemania
nazi, y se fortaleció después frente a otro, la URSS. Sin embargo, la guerra
fría terminó y la Unión Soviética desapareció. Cuando Europa y EE UU se
vinieron abajo por la guerra de Irak, un exministro de Exteriores británico me
susurró: “Ojalá volviera Brezhnev”. Hablé de esta brecha transatlántica en
2004, en un libro titulado Mundo libre. En él, después de analizar
las razones de la desintegración de Occidente, afirmaba que los grandes retos
mundiales, desde el ascenso de China hasta el cambio climático, pasando por los
traumas de Oriente Próximo, no podían abordarse sin una estrecha cooperación
entre Estados Unidos y la UE, los dos mayores grupos de ciudadanos ricos y
libres del mundo, y que esa asociación tenía que ser la semilla de otra más
amplia, que englobase a todos los que comparten ciertos valores e intereses
—India, Brasil, Sudáfrica—: lo que denominé post-Occidente.
Creo que
mi análisis sigue valiendo. Incluso con los planes aprobados recientemente en
París, es probable que el calentamiento global sobrepase el objetivo de los 2º.
China, bajo el gobierno neomaoísta del presidente Xi Jinping, no está asumiendo
un liderazgo mundial amable. Nos enfrentamos a una Rusia revanchista y
reaccionaria, que comparte un mismo objetivo con Nigel Farage y Marine le Pen:
romper la UE. Qué momento
tan oportuno para renunciar a Occidente.
Occidente, empezando por Europa y Norteamérica, tiene muchos pecados de
los que arrepentirse. Es una noción poco atractiva para muchos miembros de la
izquierda europea. Pero la visión de Occidente que defiende Obama es
internacionalista y liberal, mucho más atenta que antes a las necesidades del
Sur. La alternativa no es una idea más progresista, sino una horrenda amalgama
de Putin, Trump y Le Pen:Putrumpen. Entre el Obama internacionalista y
el Putrumpen nacionalista, ¿a quién preferirían? Yo no tengo
ninguna duda.
Timothy Garton Ash es profesor de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, donde
dirige el proyecto freespeechdebate.com, e investigador titular en la Hoover
Institution, U. de Stanford. Su nuevo libro, Free Speech: Ten Principles for a
Connected World, se publica esta primavera.
Traducción de María L. Rodríguez Tapia
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