4 de mayo de 2016
El virus antijudío infecta a la izquierda
El virus antijudío infecta a la izquierda
En plena campaña por la alcaldía de Londres, el Partido Laborista se ve
envuelto en una gran polémica por comentarios antisemitas
JOHN CARLIN EL PAIS
Jeremy Corbyn da un
discurso en Londres por el 1 de mayo. JUSTIN TALLIS AFP
"Para que triunfe el mal
solo es necesario que los buenos no hagan nada", Edmund Burke
La última
vez que voté, hace un año en las elecciones generales de Reino Unido, fue a
favor del partido laborista, cuyo líder era judío. Votaré de nuevo este jueves
en las elecciones para el alcalde de Londres. Esta vez deberé elegir entre un
judío y un musulmán.
Las
distinciones identitarias no influyeron en mi decisión en mayo de 2015. Tampoco
en la gran mayoría de los votantes. Ahora es imposible no ponerlas en la
balanza. Esta es la consecuencia del huracán político desatado la semana pesada
tras la confirmación de las sospechas recurrentes a lo largo de los últimos
meses de que el partido laborista de Jeremy Corbyn, hombre todo la vida de la
izquierda radical, ha sido infectado por el virus antijudío.
Todo
empezó el martes cuando se descubrió que una diputada laborista llamada Naz
Shah había escrito en Facebook en 2014 que "la solución" (palabra
cargada de alusiones nazis) al problema que representaba Israel era
"transportar" (otra palabra con connotaciones siniestras) a todos los
israelíes a Estados Unidos. Inicialmente Corbyn no reaccionó, hasta que el
ruido mediático y la furia de muchos de sus colegas parlamentarios lo obligaron
el miércoles a suspender a Shah, que es musulmana, del partido.
Ahí se
podrían haber extinguido las llamas pero el día siguiente, Ken Livingstone,
íntimo de Corbyn y alcalde de Londres entre 2000 y 2008, tuvo la espectacular
insensatez no solo de defender a Shah, cuando ella mismo había reconocido
honrosamente ante el parlamento el día anterior que lo que había dicho era
indefendible, sino de mencionar a Hitler.
"Cuando
Hitler ganó su elección en 1932 su política era que había que mover a los
judíos a Israel," dijo Livingstone. "Estaba a favor del sionismo
hasta que se volvió loco y acabó matando a seis millones de judíos". No
satisfecho con la grotesca falsedad histórica de lo que había dicho (el loco
líder nazi escribió en 'Mein Kampf', publicado en 1925, que los judíos eran
"una pestilencia espiritual" que debía ser erradicada de la faz de la
tierra), Livingstone explicó que odiar solo a los judíos que viven en Israel no
era antisemitismo.
Corbyn
tardó una vez más en reaccionar, pero el resto del partido parlamentario
laborista explotó. Un diputado dijo en Twitter que Livingstone era "un
pirómano político"; otro le gritó a la cara que era "una puta
vergüenza" ("a fucking disgrace") para su partido. Corbyn,
gemelo político de Livingstone hace más de tres décadas, parecía no entender al
principio porque tanto lío, hasta que una vez más el furor público no le dejó
más remedio que actuar. Corbyn suspendió a Livingstone y ahora se enfrenta a la
amenaza de que si no lo expulsa del partido varias de las principales figuras
de su partido dimitirán de sus cargos.
No se
trata, como muchas figuras laboristas han reconocido, de un problema aislado.
El propio Livingstone ha recibido miles de euros por sus apariciones en la
televisión estatal de Irán, un régimen que niega que el Holocausto judío
ocurrió, oprime a las mujeres y lapida a homosexuales y adúlteros. Como
Livingstone, Corbyn tiene una larga trayectoria fraternal con individuos u
organizaciones mucho más oscurantistas en sus creencias que los iraníes, con
gente declaradamente a favor del terrorismo y el propósito de aniquilar al
estado de Israel.
La
elección de Corbyn, también muy fan en su día de Hugo Chávez, como líder del
partido laborista en septiembre colocó en primer fila a los que comparten su
irredento infantilismo político y dio luz verde a aquellos sectores que siempre
denunciarán a Barack Obama antes que a Vladimir Putin, a Israel antes que a
Irán, o Arabia Saudí, o el régimen sirio de Bachar el Asad, o el propio ISIS.
Es decir, a los que anteponen la condena al "imperialismo" a la
defensa de valores básicos del laborismo como la libertad de expresión, la
igualdad de las mujeres, los derechos de los homosexuales y el repudio al
racismo. No hay espacio en este periódico para catalogar las barbaridades
antisemitas (el nombre de Hitler ha aparecido con frecuencia) que han salido de
las bocas de gente que ocupa puestos políticos dentro del laborismo en los
últimos meses.
Corbyn,
por fin, hizo el viernes pasado lo que debería haber hecho hace tiempo, que es
marcar una línea roja entre, por un lado, las muchas veces deplorables
políticas del gobierno israelí y, por otro, no solo los ciudadanos israelíes
(muchos de los cuales consideran que su actual gobierno es una abominación)
sino los judíos en general -- como el anterior líder laborista Ed Milliband,
enemigo declarado del actual primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu.
Corbyn,
reconociendo que problema sí hay, anunció que se haría una investigación
independiente de las acusaciones de antisemitismo dentro de su partido y
declaró: "no hay lugar para el antisemitismo o cualquier forma de racismo
en el partido laborista". La cuestión más de fondo para Corbyn, mientras
tanto, es si los fiascos de la última semana han sellado el suicidio electoral
del laborismo. Por ejemplo, en las elecciones de esta semana para el alcalde de
Londres.
Los
principales rivales son el musulmán Sadiq Khan, hijo de un conductor de
autobús, que representa al partido laborista, y el judío Zac Goldsmith, hijo de
un multimillonario, que representa al partido conservador. Un columnista del
Financial Times escribió el viernes que había decidido votar a Khan pero que
los acontecimientos de la semana le habían hecho cambiar de plan. El
columnista, Robert Shrimsley, dijo que nunca antes el hecho de ser judío había
influido en sus elecciones políticas. Ahora sí. Se había convertido de repente,
confesó, en "un judío político" incapaz de votar al partido laborista
de Corbyn y Livingstone.
Lo dijo
ofreciendo disculpas a Khan, reconociendo que el candidato musulmán había
reaccionado contra Livingstone mucho más rápidamente que Corbyn. En cuestión de
minutos de salir la noticia, Khan dijo que las declaraciones del antiguo
alcalde sobre Hitler y los judíos habín sido "atroces y repugnantes".
Yo no lo
tengo tan claro como Shrimsley. Me gusta la idea de tener un alcalde musulmán
en Londres. Quiero confíar en que Khan es un hombre decente y práctico que será
fiel a su promesa electoral de buscar el entendimiento entre la infinidad de religiones
y razas que pululan en esta gran ciudad, especialmente entre los musulmanes y
los judíos. Quiero votarle y creo que lo haré. Pero marcaré la papeleta al lado
del emblema rojo del partido laborista con menos ilusión que si lo hubiese
hecho hace una semana.
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