El teatro de la nueva casta
La negociación entablada entre el PSOE y Podemos avanza a buen ritmo. Mucho mejor del que desearía Albert Rivera, convertido en un suplente de lujo para jugar los minutos de la basura de un partido irrelevante. El PSOE simula composturas de preocupación y gestos cariacontecidos. Como si Podemos, y su cohorte simpatizante y permisiva con ETA, se lo estuviese poniendo muy difícil.
En la Mesa del Congreso le tienen cogida la matrícula a Pablo Iglesias. Está al margen de todo tipo de decisiones y tiene a su «clá» revoloteando en el gallinero, mientras el PP, el PSOE y Ciudadanos le agitan a su merced. ¿La facción catalana de Podemos no sabe que pueden ofrecerse ruedas de prensa individuales, sin necesidad de una comparecencia masiva en busca de cámaras? Podemos perdió la batalla por la presidencia de la Cámara Baja, perdió la pugna de la Mesa y ha perdido la guerra por lograr la business en los escaños. Por si algún ingenuo pensó que Sánchez iba a permitir que Iglesias le diese collejas sentado tras él en los debates con primeros planos de película…
La ingenuidad de Podemos es alarmante. A cada feo que los demás partidos le hacen, replica con la transparencia del novato y más ganas de pactar. Más ganas de moqueta y coche oficial. Ahora pretenden imponer a Sánchez la mitad de los ministros, pero el PSOE les tiene tomada la medida. Su pulsión de poder es más fuerte que la rebeldía indignada del 15-M, maquillada de rastas en un escaño confortable de pensión vitalicia.
Nadie sabe si aún Iglesias romperá definitivamente la baraja y si se convocarán nuevas elecciones. Depende de él porque Sánchez no maneja otro escenario que gobernar a cualquier precio. Y dado el silencio táctico, casi hibernante, de líderes regionales socialistas como Susana Díaz o Javier Fernández, no espera ya mucha oposición.
Iglesias decidirá si mantiene con oxígeno al PSOE o lo abandona en su encefalograma plano, pero de momento cree poder conformar, y condicionar, el nuevo gobierno. Tenía dudas, pero ahora sí está convencido. La sonrisa del destino también le delata a él, tan inconformista y revolucionario por fuera como ansioso y obsesivo de poder por dentro. Tsipras nunca sobreactuó tanto como Iglesias ante Sánchez. A la nueva casta se le ve el plumero en el esmoquin. Tanto azúcar y tanta teatralidad no puede ser buena. ¡Que se besen!
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