La gangrena
Lo único que va a quedar incorrupto en este país va a ser el brazo de Santa Teresa
A este ritmo (lo último a fecha de hoy, aparte de la
enésima dimisión de Esperanza Aguirre, que seguirá en la política pese a ello, no lo duden, es el hallazgo por la policía de 36 coches de lujo y un avión en
poder del dueño de la red de clínicas dentales Vitaldent,
acusado de varios delitos económicos), lo único que va a quedar
incorrupto en este país va a ser el brazo de Santa Teresa, la reliquia,
en realidad una mano y sin el meñique, que Franco tenía en su mesilla de
noche y que, tras su fallecimiento, su viuda devolvió (debió de ser lo
único) a sus legítimas propietarias, las monjas carmelitas del convento
de la Merced de Ronda. La corrupción política y económica en España es
una gangrena que se extiende cada día más por un cuerpo que ya empieza a
parecer el de un cadáver, tanta es la parte de él corrompida. Como en
la novela de Albert Camus
La peste o en los relatos bíblicos y
medievales de las enfermedades malditas y contagiosas, la putrefacción
de la vida española es tal que o la sociedad actúa de una vez (en las
últimas elecciones lo hizo sólo a medias) o todos los españoles
acabaremos recluidos en un lazareto, pues nadie va a querer tener
contacto físico con nosotros. Lo ha dicho la propia Esperanza Aguirre al
anunciar su dimisión a medias (lo hizo de presidenta de su partido en
Madrid, pero no de jefa de la oposición en el Ayuntamiento de la
capital; los liberales es lo que tienen: unos principios que son
flexibles): "La corrupción nos va a terminar matando".
El problema es que nos va a terminar matando a todos, no sólo a ella y
a sus compañeros. Y lo malo es que quizá es hasta justo que así suceda,
pues el consentimiento y la comprensión de los españoles con la
corrupción ("Si no se lo llevan estos se lo van a llevar los otros", "Yo
haría lo mismo si pudiera", etc.) son tan culpables como la corrupción
en sí. En la película
Molokai, aquella historia épico-religiosa
sobre la vida del Padre Damián, el santo de los leprosos, que conmovió a
todos los españoles en los años 50 y 60, a los enfermos se los
confinaba en una isla para que no tuvieran contacto con los demás, pues
se pensaba que la lepra era extremadamente contagiosa. Hoy ya se sabe
que apenas lo es, al revés que la corrupción moral, que, si no se trata a
tiempo, puede afectar a todo un país, que es lo que ha ocurrido en el
nuestro, curiosamente el único de toda Europa que tiene una leprosería
en activo mientras que la corrupción moral sigue sin centros de
tratamiento.
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