España: zona matrimonial catastrófica
Tomando esto como premisa, cualquiera que (tenga dos dedos de frente y) eche un vistazo a las cifras sobre matrimonios en España, quedará inmediatamente horrorizado. No es que la situación sea mala, es que debería declararse, sin eufemismos, como catastrófica. Y no me refiero meramente al matrimonio religioso, del que hablaremos después, sino ante todo al matrimonio natural como institución básica de la sociedad.
Según las cifras del Instituto Nacional de Estadística, en España la cifra de divorcios ha llegado a estabilizarse a lo largo de los diez últimos años en unos cien mil divorcios anuales (tras la gran subida que supuso la ley del divorcio exprés del Presidente Zapatero, conservada por el gobierno posterior del PP). Teniendo en cuenta que el número de matrimonios no ha dejado de disminuir y que actualmente es de unos 160.000 al año, esto significa que más o menos hay dos divorcios por cada tres matrimonios.
Por otro lado, las separaciones prácticamente han dejado de existir. Actualmente, son unas cinco mil anuales, es decir una disminución de más del 90% en los últimos 15 años. Como es lógico, esto no se debe a que los matrimonios sean más fuertes, sino más bien a lo contrario: a la primera dificultad, lo habitual es el divorcio y la legislación, desde 2005, reconoce esa tendencia como normativa. Esforzarse por ser fieles al matrimonio cuando hay problemas ha pasado de moda.
La realidad es que han desaparecido todas las ayudas sociales para la estabilidad del matrimonio, que no consisten en subvenciones económicas, sino en la conciencia social de que lo deseable es que una pareja se case y la expectativa de que el matrimonio dure toda la vida, de que lo normal es luchar por la permanencia del matrimonio y de que abandonar al cónyuge es algo malo, entre otras cosas. Todos estos valores sólidos y socialmente valiosos, se han sustituido por valores permisivos y light, que se resumen en “tengo derecho a ser feliz” (que, hablando en plata, equivale a “sólo importas tú”) y “tienes derecho a rehacer tu vida” (que en realidad significa “elige siempre el camino más fácil” con una buena dosis de “el amor es eterno mientras dura, pero cuando se acabe sal corriendo”).
Como es lógico, la ruptura de los matrimonios afecta (y mucho) a los hijos de la pareja. Una enorme cantidad de niños tienen padres divorciados. Además, hay que tener también en cuenta a aquellos que directamente no se casaron nunca. Según Eurostat, los nacidos de madre no casada superan el 40% desde 2013 y la tendencia es al alza, así que dentro poco serán el 50%. Esta cifra es todavía inferior a la de países europeos como Suecia o Estonia (cuyos problemas como consecuencia de esto no se airean, a pesar de ser muy serios), pero varias veces superior a la de Grecia o Polonia.
Si unimos esta cifra a la de padres divorciados, esto supone que los hijos cuyos padres ya no están casados o nunca lo estuvieron son la gran mayoría. Las consecuencias de esta situación para los niños son gravísimas. Un niño privado de la presencia diaria y estable de su padre (con mucho, la situación más frecuente en esos casos) tiene una grandísima desventaja en el proceso de crecimiento psicológico, maduración afectiva y crecimiento moral. La mayoría de los niños no sabrá, en la práctica, lo que es tener un padre en la familia. Es imposible no darse cuenta de que a esos niños se les ha privado de una de las cosas más importantes de la vida.
Si pasamos al matrimonio sacramental, la situación es aún más catastrófica. De nuevo según el INE, aproximadamente el número de matrimonios civiles es el doble que el de matrimonios católicos, aunque las cifras varían por regiones y algunas de ellas muestran unas cifras de matrimonios católicos aún peores (en Barcelona y Gerona las bodas católicas son sólo el 15% del total y en Baleares el 20%).
Lo más preocupante, sin embargo, es la tendencia, que es de caída en picado a una velocidad increíble. En 2000, hubo 160.000 matrimonios católicos (un 74% del total), en 2005 hubo 126.000 (un 61%), en 2010 fueron 95.000 (un 57%) y en 2014 sólo 50.500 (un 32%). Es decir, si bien en la caída de porcentajes ya es terrible (del 74% al 32%), no refleja bien la realidad, porque el número de matrimonios civiles también fue disminuyendo. En cifras absolutas, el número de matrimonios católicos se ha dividido por tres en sólo 14 años.
La tendencia no podría ser peor y, además, va acelerándose. De seguir así, los matrimonios católicos prácticamente desaparecerían en los próximos diez años. Yo diría que lo más probable es que, en algún momento, la cifra se estabilice a lo largo de esos diez años en lugar de llegar a cero, pero en cualquier caso ya lo hará en una cantidad residual, despreciable desde el punto de vista estadístico (aunque esos matrimonios sean incomparablemente más valiosos desde el punto de vista sobrenatural, claro).
En conclusión, el matrimonio natural (tanto civil como religioso) está reduciéndose a un ritmo alarmante. Cualquier gobierno con un mínimo de sensatez tomaría medidas drásticas de forma inmediata. Las consecuencias sociales de una transformación social de este tipo son incalculables, incomparablemente más graves que, pongamos, las de un hipotético cambio climático radical.
En cambio, la respuesta de los gobiernos parece ser más de lo mismo. Más deseducación sexual que reduzca la sexualidad a sensualidad, trivialidad y egoísmo. Fomento del carácter de adolescentes permanentes de los ciudadanos, incapaces de comprometerse con nada ni con nadie. Exaltación del desarrollo profesional y la independencia económica por encima de la familia. Acentuación de un individualismo cada vez más exagerado. Promoción del bienestar económico como lo “verdaderamente importante”. Sustitución de la familia tradicional por “otros modelos” de familia. En resumen, el suicidio de nuestra sociedad, a un ritmo cada vez más vertiginoso.
En cuanto al plano religioso, el matrimonio católico está en vías de extinción. La tendencia, como hemos visto, es a su práctica desaparición en unos pocos años. Los “católicos” ya no se casan en la Iglesia y los que lo hacen generalmente se divorcian como los demás. Y seamos brutalmente sinceros: eso significa que el catolicismo está en vías de extinción. ¿Qué sentido tiene considerar “católico” a alguien que, en los actos fundamentales de su vida, prescinde por completo de Dios, de la Iglesia y de la moral católica? En la práctica, si somos sinceros, podría considerarse mucho más “católico” a un evangélico que, al menos, quiere hacer la voluntad de Dios en su matrimonio, aunque no la conozca bien y, por ello, se pierda la gracia sacramental.
Ante esta situación catastrófica, la respuesta de (buena parte de) la Iglesia también parece ser, increíblemente, más de lo mismo que lleva a nuestra sociedad al suicidio: aceptación como admisibles de las voces que plantean (y exigen) un divorcio católico, coqueteo con la convivencia prematrimonial (vista como algo positivo) e incluso el aborto, aceptación tácita en las parroquias de la anticoncepción desde hace medio siglo, reducción del matrimonio para toda la vida a un mero ideal inalcanzable en la práctica, la idea de que la moral católica es simplemente una más y, en general, todas las variantes de sal sosa que podamos imaginar. En resumen, el suicidio del catolicismo en España.
En este panorama desolador, creo que nos queda una esperanza. Si queremos, podemos presentar a los hombres de hoy algo completamente nuevo, desconocido para el mundo. Literalmente, tenemos una Buena Noticia, un Evangelio: el matrimonio indisoluble católico. Lo que todos desean pero ya han desesperado de encontrar, el amor que no se acaba, existe de verdad. Es posible. Dios lo hace posible y Él mismo se hace presente en el matrimonio sacramental, para nuestra salvación y para la salvación del mundo. Oíd sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar: vino y leche de balde. ¿Por qué gastar plata en lo que no es pan, y vuestro jornal en lo que no sacia? Hacedme caso y comed cosa buena, y disfrutaréis con algo sustancioso (Is 55,1-2).
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