16 de octubre de 2018

NACHO ALDAY - REGICIDIO

lunes, 15 de octubre de 2018


NACHO ALDAY - REGICIDIO – 16/10/2018

Hoy hace 225 años María Antonieta, reina de Francia, era guillotinada a sus 37 años por los revolucionarios franceses de 1793.

Una de las reinas más fascinantes de la historia vivió sus últimos días en la prisión de la Conciergerie. Habiendo sido ya condenada a la pena capital, fue dejada allí a esperar la ejecución de la sentencia. Por tanto, fue de esa prisión que salió para ser guillotinada.

Cuando se visita ese lugar, la famosa mazmorra, al entrar en ella se siente la dureza implacable de su condena a muerte. Arrastrar hasta esa mazmorra aquella reina, una flor de civilización, de gracia, y en alguna medida de tradición católica, y de allí conducirla a la muerte, sólo era posible por el odio revolucionario.

En la mazmorra no había nada que significara el deseo de hacerle un poco más leve esas últimas horas. Por ejemplo, consentir que hubiera en el lugar un crucifijo, una imagen sonriente de Nuestra Señora, o un mueble que al menos permitiese a su cuerpo exhausto descansar un poco de sus dolores y de sus privaciones. Umbræ mortis circundederunt me, las sombras de la muerte me rodearon, dice la Sagrada Escritura. Era muy comprensible que, en esas circunstancias, bajo las sombras de la muerte, pudiese encontrar al menos una   cómoda silla donde sentarse. Pues no, sólo disponía de un catre para dormir.

Por la mañana, como la pequeña ventana del calabozo no tenía cristal se despertó muy temprano y alguien la vio recostada de lado con la cabeza apoyada en una de las manos mientras se oían a lo lejos los tambores provenientes de diversas patrullas de la guardia republicana que existía en todos los barrios de París. El resonar de los tambores era para despertar al pueblo convocándolo a la plaza, hoy denominada absurdamente plaza de la Concordia, a fin de asistir a la decapitación de la reina. Ella lo sabía y oía esos tambores de odio llamando a la población para asistir al regicidio.

Quizás en esos momentos ella se acordase de su espléndida Schönbrunn natal, el Palacio Imperial de Viena en el que residió, tal vez de Hofburg, otro majestuoso palacio de la familia, o de un que otro lugar encantador de Austria, de tapicerías, muebles estupendos, reverencias. Y de todo lo que compuso el ambiente fabuloso de su vida en la patria que ya no vería.

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