7 de septiembre de 2016
JOSÉ LUIS ÁLVAREZ. TRIBUNA ¿Ha dejado el PSOE de ser progresista?
¿Ha
dejado el PSOE de ser progresista?
Para sobrevivir, los partidos de centroizquierda
están luchando con la izquierda
por conquistar el voto de protesta, emocional y
desinformado sobre la globalización, un voto anclado en el pasado y al margen
de los retos del futuro
JOSÉ LUIS ÁLVAREZ
ENRIQUE FLORES
Si la pregunta fuera sobre la izquierda —el
Estado como agente económico dominante y, últimamente, una vocación
nacionalista antieuropea— la respuesta sería fácil. Sin embargo, el
interrogante sobre el progresismo de partidos de centroizquierda, como el PSOE,
que durante décadas han corregido el capitalismo vía socialdemocracia, es
pertinente, ya que para sobrevivir están luchando —quizás rindiéndose ya—
contra la tentación de coincidir con la izquierda, compitiendo en la búsqueda
del voto de protesta, emocional, y desinformado sobre las posibilidades de la
globalización —un voto no progresista, anclado en el pasado no el futuro—. Como
ha dicho Iglesias, la izquierda tiene el corazón antiguo. Tiene razón. Y las
políticas.
Abundan los corrimientos del
centroizquierda a izquierda. Como la ocupación del liderazgo del laborismo por
el negacionismo de Blair, quien superó el thatcherismo asumiéndolo en parte, y
del que se resiente más su pragmatismo (la izquierda recela de cualquier
ejercicio incremental del poder) que el fiasco iraquí. O el “purismo” anti-Wall
Street de Sanders (hay algo de catolicismo medieval en el rechazo de las
finanzas por la izquierda). O la fracasada movilización contra los
social-liberales Valls y Macron por los sindicatos franceses, esa izquierda que
Rocard calificó como la más retrógrada de Europa (aquí, Tardà ha afirmado que
la muy anarquista democracia directa —la calle, las asambleas, las huelgas— es
superior a la democracia representativa).
El PSOE ha empezado a ceder a la tentación
izquierdista. Ha establecido alianzas con quienes quieren eliminarlos, como en
la Comunidad Valenciana, como con Colau el PSC (ese partido que se ha
autodestruido y al que no importaría arrastrar consigo al PSOE). También ha
adoptado el vocabulario dramático de Izquierda Unida —“austericidio”,
“emergencia social”— cuando el Estado de bienestar no ha sido eliminado por el
PP —no porque no haya querido o podido—. Está habiendo una salida desigual en
cargas de la crisis y con recortes, pero el Estado de bienestar persiste (hasta
Rajoy se ve obligado a decir que hay que defenderlo). Expresiones como
“austericidio” le hacen el juego a Podemos y no se corresponden con la
realidad. No son cool. Obama ganó porque era No Drama Obama. Lo progresista no es dramático.
Pero lo que más cuestiona el progresismo
del PSOE viene de la demografía. Los votos que han permitido al PSOE superar a
Podemos proceden de las cohortes de mayor edad, no urbanas y con menor
generación de valor económico. Es decir, el partido que más tiempo ha gobernado
la modernización ya no es materialmente progresista porque sobrevive gracias a
fuerzas productivas poco avanzadas. El progresismo solo puede surgir de
sectores profesionales urbanos, industriales o posindustriales, ganadores en la
economía global (Podemos representa al voto urbano que se siente perdedor en la
globalización). De manera similar, la militancia del PSOE tampoco proviene de
sectores productivos objetivamente progresistas y es, además, emocionalmente
izquierdista. El ejercicio de un Gobierno progresista siempre ha necesitado de
un acto previo de liderazgo precisamente contra las bases radicales, como
cuando González forzó la renuncia al marxismo y el sí a la OTAN. Incluso las
condiciones materiales de existencia del grupo dirigente del PSOE —los Sánchez,
López, Hernando, Batet, Luena— ponen en duda el progresismo del partido ya que
en la mayoría de los casos su apuesta existencial es local: luchar por vacantes
en las cadenas de oportunidades de carrera que todo cambio de Gobierno estatal
abre. Difícilmente saldrá de ese núcleo una renovación ideológica que adecue el
centroizquierda a la globalización.
Progresista es reconocer que no hay
alternativa al capitalismo global, pero este ha de ser corregido desde la
racionalidad. Es utilizar la fiscalidad para prevenir desigualdades injustas
(hay desigualdades justas): todos los impuestos necesarios pero ni un euro más
de los necesarios. Por ello, es defender la reforma de la administración sin
estar anclado —como la izquierda— en que fines públicos sean servidos por
medios públicos. El progresismo es pragmático —como dijo en su día González,
siguiendo a Deng Xiaoping, “gato blanco, gato negro, tanto da, lo importante es
que cace ratones”—. Es no temer la tecnología y apostar por el crecimiento,
porque se ha de partir de la creación de riqueza. Es creer en la igualdad de
oportunidades y en una desigualdad basada en el mérito. Por ello las políticas
más importantes son las de educación. Es llamativo que haya más pasión en
Ciudadanos cuando habla de educación que en el PSOE. Educación para el mérito
es la clave progresista del futuro.
Y también es progresista convertir la piedad
y compasión que merecen las dos o tres generaciones que han perdido el tren de
la globalización —no por su culpa— en políticas de oportunidad para ellos.
La retórica izquierda-derecha ya no captura
los dilemas básicos actuales. La escisión fundamental es ahora entre
progresistas y reaccionarios. Esta división coincide con la existente entre
pragmáticos o racionales por un lado y antisistema o populistas por otro. Y sí,
en esta escisión, el PSOE está con el PP y no con Podemos. Pero, sobre todo,
coincide con la escisión entre globales y locales, que aleja al PSOE
irremediablemente de los nacionalistas y de Podemos. La izquierda ha pasado de
ser fundacionalmente “internacional” para ahora, precisamente cuando la
globalización es real, volverse “nacional”.
El programa que permitió al PSOE largos
años de gobierno fue que a los españoles les fuera bien en su integración en
Europa. Era un programa centroizquierdista, no izquierdista. Tal fue la
hegemonía de este programa internacionalista que el PP no pudo ir contra él.
Para implementarlo, el PSOE contó con un liderazgo carismático y pragmático y
con unos cuadros excelentes en la gestión de la administración, que acabaron
triunfando en Europa y el mundo, como Solana y Almunia. El PSOE también contó
con la ayuda de progresistas-realistas, no todos socialistas ni de
centroizquierda, especialistas en capitalismo y sus organizaciones, como Boyer,
De la Dehesa y Pastor; y con especialistas en Europa como Solbes. Sin sectores
profesionales progresistas y globalizados el PSOE no puede continuar
modernizando España. El partido no da para ello.
Hoy sólo hay un programa progresista
posible: capacitar a los españoles para que les vaya bien en la globalización.
Solo es libre —no alienado— quien pueda elegir dónde trabajar, sin estar
limitado por demarcaciones estatales. El ámbito de las posibilidades de los
españoles no está limitado a España. Trabajar en Europa, Norteamérica y ciertas
partes de Asia es aprovechar las oportunidades de la globalización.
La dirección del PSOE está tentada por el
izquierdismo y el localismo. Si elige mal, los progresistas españoles lo
considerarán un partido más, ya no el partido modernizador por excelencia. En
política, el pasado, la marca, no legitima adhesiones eternas.
José
Luis Álvarez es
profesor de liderazgo de INSEAD (Francia y Singapur).
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario