8 de junio de 2016
EL PAIS.TRIBUNA Arrepentidos, ¡a las urnas! Creí en el mensaje de regeneración de Podemos y les voté. Ahora, aprendida la lección, lo lamento
Arrepentidos, ¡a las urnas!
Creí en el mensaje de regeneración de Podemos y les voté. Ahora,
aprendida la lección, lo lamento
Pablo Iglesias. ANDREA
COMAS REUTERS
Tomé la decisión, que ahora lamento, de votar a Podemos creyendo en su
mensaje de regeneración, transparencia y decencia. Creyendo que obligaría en el
denostado bipartidismo a una reflexión autocrítica del PSOE; que aportaría una
rejuvenecida viveza al Parlamento; y unos votos que decidirían una mayoría
definitiva a la izquierda de progreso.
Ya digo, una esperanza irresponsable, visto lo sucedido. Pablo Iglesias
ha conseguido lo contrario: que se reaviven las tendencias caciquiles de los
barones socialistas; su aportación parlamentaria ha sido el postureo, los malos
modos en la Cámara y la más banal retórica. Finalmente, lo imperdonable: ha
ofrecido un balón de oxígeno a Rajoy y su derecha reaccionaria, que estaba en
la UVI.
Hay que ser muy sectario para aceptar la liquidación del “Estado de
bienestar”; de la educación pública y la sanidad; de las ayudas a las personas
que las necesitan para vivir, los dependientes; de la recuperación de la
memoria histórica y la dignidad de los asesinados por el franquismo; para
condonar la destrucción del tejido cultural y el desahucio de las familias;
para permitir la perpetuación del nacional-catolicismo en el currículum
escolar; para cerrar los ojos a las amnistías fiscales para los grandes
defraudadores o a la corrupción generalizada en toda la gestión pública. Hay
que ser muy sectario para todo esto y aceptar que esta inhumana realidad
continúe, hoy en día, asolando a los ciudadanos de este país por razones
estratégicas ignotas.
Seguimos en esta ciénaga del PP de Mariano Rajoy por el apoyo
—impensable— de Podemos.
Esta es la realidad, se quiera distorsionar dialécticamente como se
quiera. Ni en nuestras peores pesadillas muchos de los indignados ciudadanos
del 15-M que ocupamos las plazas de las ciudades habríamos podido soñar con
este escenario inicuo. Las críticas y reticencias iniciales a aquellas
espontáneas movilizaciones del 15-M en todo el país eran por su carácter
asambleario popular. Pablo Iglesias lo ha resuelto de un plumazo. Aquella
espontaneidad ha sido sustituida por un férreo presidencialismo. Y la denuncia
del poder, la “vieja casta” política, ocultaba que su propósito era el de crear
una “nueva casta” controlada por su liderazgo.
Estamos ante la enorme paradoja de que para enviar a la oposición al PP
de Mariano Rajoy tenemos que hacer lo mismo con el partido de Pablo Iglesias.
El 15-M que capitalizó Podemos fue un impulso fresco, renovador,
popular, que se manifestó en las elecciones municipales y autonómicas. Pero en
lugar de entenderlo como el inicio de un camino compartido, Pablo Iglesias lo
interpretó como una proyección personalista. Vanidad y arrogancia sustituyeron
a la reflexión inteligente.
Cuando todas las fuerzas de progreso y reformistas estaban de acuerdo en
expulsar a Mariano Rajoy y a la corrupción de la vida pública, Pablo Iglesias
votó en contra y salvó al PP de una derrota cantada. La razón era que se le
negaba la vicepresidencia y algunos ministerios como botín del acuerdo. Si este
país quiere un Gobierno de progreso con nosotros, debió pensar, no le va a
salir gratis.
Ahora que las cosas ya están más claras y que parece que se ha aceptado
la “realidad virtual”, con su parafernalia tecnológica, los ciudadanos de
izquierda —honrados, sin traumas ni rencores, educados en la buena conversación
como modo de convivencia y no permanentemente vociferantes y malhumorados—,
todos los que cometimos el imperdonable error de este voto emocional,
deberíamos unirnos para ofrecer a Pablo Iglesias la presidencia virtual de un
Gobierno, y a sus ideólogos (liquidados los críticos), todos los ministerios
virtuales que deseen.
Quizá así, en estos momentos, nos libraremos del principal obstáculo
para este país que aspira a ser una sociedad decente, abierta y libre.
Para lograrlo hay que vencer el desencanto y volver a las urnas con la
lección bien aprendida. Tenemos que alejar la tendencia melancólica de la
izquierda, de las fuerzas de renovación y progreso, a abdicar ante el “mal
inevitable” de la derecha conservadora reaccionaria que no tiene otra
estrategia que la de manipular el miedo, ni otro horizonte que el de consolidar
la salvaje desigualdad económica y social.
Nuestra oportunidad y nuestro futuro están en nuestro voto. ¡Ciudadanos
de bien: acudamos a las urnas!
Alberto Corazón es pintor, escultor y miembro numerario de la Real Academia de Bellas
Artes.
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