24 de noviembre de 2012
Barcelona inundada: la Guardia Civil entra en acción
ABC - Día 24/11/2012 - 10.40h
El 20 de diciembre de 1844 los habitantes de Barcelona se llevaron dos sorpresas. La primera, la devastadora tromba de agua que anegó por completo la ciudad. Edificios enteros se vinieron abajo y no hubo sótano que no quedara convertido en una piscina. La segunda, una extraña presencia en medio de aquel caos de agua y lodo. Por las calles desiertas e inundadas se desplegaban unos tipos con apariencia de soldados a los que nadie había visto antes. Fuertemente armados, cubiertos con casacas azules y tricornios, eran los únicos que desafiaban al aguacero y acudían en auxilio de los muchos vecinos en apuros. Los barceloneses conocían así a la Guardia Civil, que en tan adversas circunstancias realizaba uno de los primeros servicios de su historia.
No hacía mucho que aquellos hombres habían llegado a la Ciudad Condal. El Cuerpo había sido creado por un Real Decreto de 28 de marzo. El Gobierno moderado de González Bravo, uno de tantos de los que se sucedieron frenéticamente en el turbulento siglo XIX español, propuso «la creación de una fuerza especial destinada a proteger eficazmente las personas y propiedades». Para eso se había estado preparando la primera promoción de guardias en una exhaustiva instrucción en dependencias militares en Leganés. Bajo la atenta mirada del duque de Ahumada, verdadero alma mater de un cuerpo que habría de convertirse en icono nacional, los primeros guardias civiles ultimaban una preparación que desbordaba lo estrictamente militar. Ahumada puso gran celo en que supieran leer y escribir, cosa harto difícil en la España de la época, y dio orden a los mandos de priorizar la alfabetización de la tropa. Otra de las consignas que recibieron los elegidos para formar el nuevo cuerpo era tan marcial como expresiva: «El honor ha de ser la principal divisa del Guardia Civil; debe por consiguiente conservarlo sin mancha. Una vez perdido no se recobra jamás», rezaba la cartilla que se les entregaba a todos ellos.
Consciente de la singularidad del territorio en el que habría de servir el 2º tercio, Ahumada colocó al frente a oficiales catalanes. Un hombre de su entera confianza como el coronel José Palmés ostentaría la jefatura, secundado por los capitanes Francisco Vatllé, Francisco Arredondo, y Sebastián Senespleda.
Pero el primer reto que hubieron de afrontar los guardias de Cataluña no fue ninguna partida de salteadores de caminos ni ninguna guarnición insurrecta, sino un fenómeno meteorológico que hizo estragos en Barcelona. Acuartelados en el convento de Jerusalén, en vísperas de la Navidad, apenas se habían aclimatado al destino cuando un copioso aguacero descargó sobre la ciudad y las huertas aledañas con consecuencias catastróficas. Casas y cosechas se arruinaban y muchas vidas corrían peligro ante la violencia de la tempestad. Palmés reaccionó con rapidez, dividió en pequeñas partidas a la fuerza que mandaba y ordenó su inmediato despliegue. Los hombres recibieron dos instrucciones: socorrer y proteger. Fue, según el historiador Enrique Martínez Ruiz, la primera intervención humanitaria de la Guardia Civil y la hizo acreedora a una felicitación oficial. También fue la primera vez que Barcelona la vio en acción.
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