El PP logra —con enormes pérdidas— una corta victoria en votos y diputados, mientras el PSOE resiste como segunda fuerza parlamentaria pero cosecha los peores resultados de este partido en unas elecciones generales. La dimensión del retroceso de aquellos refuerza a los dos partidos emergentes, Podemos y Ciudadanos —sobre todo al primero—, que entran con fuerza en el nuevo Congreso de los Diputados, consumándose así un cambio de envergadura en el sistema español de partidos.
Los líderes de los cuatro partidos principales apenas han dado pistas sobre los posibles pactos que aseguren la gobernabilidad en España. Se puede comprender que, en plena campaña, no quisieran aclararlo. Pero una vez celebradas las elecciones, Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera tienen que mostrar sus cartas para intentar formar un Ejecutivo de uno u otro signo.
Un dato importante para la toma de decisiones será la constitución del nuevo Gobierno catalán, prevista para próximas fechas, un factor que sin duda pesará, y quizá de forma decisiva, en las negociaciones encaminadas a formar el futuro Gobierno de España.
Rajoy proclamó anoche la victoria del PP y su voluntad de intentar la formación de Gobierno, un derecho que minutos antes le había reconocido Pedro Sánchez en su comparecencia tras el anuncio de los resultados. El PP gana, en efecto, aunque se confirma el considerable deterioro de su capital político. El PSOE ha perdido mucho menos que el PP respecto a 2011, si bien el desgaste de su tarea de oposición le afecta como uno de los pilares del sistema de partidos democráticos.
Podemos y su líder, Pablo Iglesias, han logrado un buen resultado con un discurso que pretendía mantener la cohesión de su heterogéneo electorado —en realidad producto de heterogéneas coaliciones— al tiempo que trataba de evitar la movilización de los votantes socialistas. Y Ciudadanos no alcanza el listón de resultados que le auguraban las encuestas previas, si bien su fuerte entrada en el Congreso de los Diputados es más que estimable y sin duda es una fuerza llamada a jugar papeles de importancia.
La legislatura estará centrada en un Parlamento de minorías, en el que ningún partido tendrá fuerza suficiente para actuar por sí solo al haber quedado todos lejos de la mayoría absoluta. El nuevo sistema determinado por las urnas no supone una revolución, pero sí un cambio importante. De entrada refleja los deseos de los españoles, que piden negociación y consenso, en buena parte hartos de los enfrentamientos sin salida a los que condujeron en el pasado las situaciones muy polarizadas.
Hay que aprender a convivir en un escenario de minorías parlamentarias, que deben dar lo mejor de sí mismas para dotar de estabilidad al sistema. No hay duda de que habrá negociaciones complejas para formar Gobierno, pero es de esperar que los principales actores constitucionales aborden esta tarea con ánimo constructivo. Muchas de las esperanzas depositadas por los electores en las urnas se verían frustradas si el proceso desembocara en exigencias maximalistas o bloqueos que impidan sacar partido al cambio de sistema. Los ciudadanos quieren que se consensúen las políticas principales, y no que cada nuevo equipo en el poder utilice las cuentas pendientes del pasado para bloquear las soluciones de futuro.
En definitiva, después de cuatro años en los que el diálogo político ha brillado por su ausencia, los partidos tienen que retomar la vía de la negociación para acometer los problemas que tiene nuestro país. Esta es la mejor manera de responder al mensaje de las urnas.
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