Manuel Fernández-Monzón: «Carrero Blanco estaba a favor de Felipe González»
ABC - MARISA GALLERO
Día 01/12/2014 - 11.07h
Del servicio de contraespionaje en la Tercera Sección del Alto Estado Mayor, a adiestrarse en Escocia para ejecutar misiones secretas del Telón de Acero
Antes de convertirse en el general en su laberinto fue un hombre de acción, de los que saltan en paracaídas y realizan incursiones en territorio soviético. En su última operación lo cazaron y en España celebraron su funeral. Fue el enlace de los servicios secretos de Carrero Blanco con la CIA. La voz del general Monzón es envolvente, su memoria a los 80 años prodigiosa, con precisión militar sabe atrapar contando anécdotas y recuerdos de los últimos años del franquismo y cómo se gestó la transición democrática desde dentro del régimen. Acostumbrado a redactar notas de actualidad confidenciales, sus cartas escritas a máquina están guardadas en bolsas de plástico en una estantería. «¿No me vas a hacer buscar la primera nota?», me pregunta cuando no puedo evitar hojear al azar las polémicas cartas del general, que le costaron su puesto como jefe de la Policía Municipal de Madrid. Nadie podrá decir que el general no tenía a quién escribir.
–Se definió como "huérfano de Carrillo" porque su padre fue uno de los asesinados en Paracuellos en 1936.
–Un día le dije a Carillo que tenía la orden de traslado de mi padre, que era igual que la orden de ejecución, firmada por él. Era comisario del orden público de la Junta de Defensa en Madrid y siempre le sostuve que me daba igual que supiera o no a dónde llevaban a los que sacaban de las cárceles, porque nunca llegaron a ningún destino, y él era responsable.
–¿Cuántas misiones en la URSS con el Servicio de Inteligencia Internacional?
–Saqué del Telón de Acero a cuatro personas. Una vez, cubierto de nieve hasta la cintura, cargado con una niña de quince años al hombro hasta la frontera de Finlandia. En la quinta misión me cazaron con otros dos alemanes. Estuve un año y medio desaparecido. No era un campo de concentración, sino un área de aldeas con gente deportada. La viejecita que me alojó me asignó lo mejor de la casa, dormir encima del fogón de carbón, porque hacía muchísimo frío. El único latazo era un caballero que nos adoctrinaba en el comunismo. Gracias a una delegada de Cruz Roja conseguimos atravesar Rusia. De los 47 que íbamos, sobrevivimos cinco.
–Tuvo una audiencia con Franco.
–Me preguntó: "¿Es usted hijo del comandante de Infantería Fernández-Monzón? Un gran soldado" –baja el tono e imita la voz aflautada de Franco–. No daba pie a ninguna conversación. Era un ser extraño, la austeridad personificada, con un respeto enorme al silencio. El que mejor lo definió fue Pío Cabanillas. Franco no tenía ambición de ningún tipo, ni emocional, ni económica, lo que le importaba era la erótica del poder. Recuerdo las navidades de 1955, cuando anuncia con aquella vocecilla: «Dado el carácter vitalicio de mi capitanía...». Y todo el mundo admitió tácitamente que se quedaría mientras viviera. Hasta tal punto que cuatro meses después el terrible Santiago Carrillo publicó en el exilio «¿Y después de Franco qué?», dando por sentado que la única posibilidad era organizar el después.
–Apunta en "El sueño de la transición" que Kissinger, después de reunirse con Carrero Blanco, parece que "hubiera señalado con el dedo pulgar hacia abajo", ordenando su ejecución.
–¡Qué raro que los etarras estuvieran cavando un túnel para poner un bombazo a menos de ochenta metros en línea recta del Consulado Norteamericano! Que en una parada de autobús frente al Consulado estuvieran observando durante seis meses los movimientos de Carrero entrando y saliendo de la iglesia de San Francisco de Borja y, para colmo, la víspera de su muerte se entrevista durante seis horas con Kissinger. No se quiso investigar.
–Le dijo Felipe González: «Nunca olvidaremos a Carrero, de nuestra boca no saldrá jamás una crítica al almirante».
–Carrero apostó por el sector renovador en el PSOE, estaba a favor de Felipe González, y en contra del histórico, de Llopis. Cuando se lo recordé en un almuerzo que organizó Enrique Múgica, me dijo que nunca hablaría mal del almirante. Y lo ha cumplido a rajatabla.
–Entonces, ¿dejaron viajar a Felipe González a Suresnes?
–Pudo viajar a Suresnes porque nadie le pidió el pasaporte y a la vuelta lo detuvieron en Sevilla solo unas horas. Cuando el gobernador civil recibe la orden tajante de ponerlo en libertad, no entendía nada.
–¿Cree que la sociedad puede entender el papel de Carrero Blanco en la Transición?
–Carrero tuvo el mérito enorme de ser el gran consentidor de la transición, de muy mala uva, porque no le gustaba, pero comprendió que había que hacerla, y que el Rey no podía ser el jefe de un Estado continuista. En una ocasión, el capitán de artillería Leandro Peña Varela tuvo los redaños de decirle: «Desengáñese, almirante, que no hay más democracia conocida que la liberal y eso de la democracia orgánica del régimen de Franco no tiene venta». Cogió el libro de las leyes fundamentales y, gritando «¡eso no lo pone aquí!», nos lo tiró a la cabeza.
–Dijo de Adolfo Suárez que ha sido «la espléndida mediocridad».
–El deterioro de la figura política de Suárez es espectacular. Habría pasado a la historia si hubiera cumplido su compromiso con Torcuato Fernández Miranda de irse en las primeras elecciones, pero se empeñó en crear la UCD. Creíamos que era la superación de la eterna dicotomía derecha e izquierda.
–Ahora estamos de nuevo en esa dicotomía…
–Podemos tiene un mensaje neofalangista, de superar la derecha y la izquierda, de querer quitar de en medio todo. Como gritaba un oficial anarquista antes de morir en la Cibeles la última semana de la guerra: "¡Abajo todo, viva España!". Estamos muy cerca de ese abajo todo, de que nos gobierne la CNT.
–Usted estaba en el Estado Mayor de defensa durante el 23-F…
–A las seis y media nos recibía el jefe del Estado Mayor del Ejército, y vi al general Gabeiras, tapando el teléfono, decir al general Armada: "Alfonso, dice el Rey que no quiere que vayas a La Zarzuela". A las ocho de esa tarde, Gabeiras va a la Junta de Jefes del Estado Mayor y deja el Ejército al mando de Armada. Si hubiera sido un golpista tremendo, en esas horas habrí intentado algo. Lo que no entendí fue que propusiera a los diputados prisioneros en el Congreso por la noche ser el presidente de un Gobierno de concentración, no tenía sentido.
–¿Por qué no se desclasifican los papeles del 23-F?
–Porque quizá su publicación puede alterar la tranquilidad. Todo lo que actúas bajo secreto debes respetarlo hasta la muerte.
–¿Se quedó con las ganas de dirigir el Cesid, ahora CNI?
–Me decepcionó porque creí que iba a dirigirlo. Me llamó Pérez-Llorca para decirme: "Esté mañana localizable". Pero la llamada no se produjo, porque Calvo Sotelo se había decidido por otra persona.
–Decía que una de las características de los miembros del Servicio de Inteligencia es la prudencia. ¿Es el pequeño Nicolás un "charlie" del CNI?
–Es un pequeño impostor. Pudo tener un punto de conexión con Moratinos y consiguió su teléfono, o trabajar para las juventudes del partido, pero nada más. Ninguna empresa seria le va a encargar a un crío temas de Estado. Tiene un 1% de credibilidad cuando dice que todas las instituciones se pueden echar a temblar con el material sensible de que dispone.
–¿Volvemos al «OTAN, de entrada no»?
–Pero de salida, sí. Habrá que recordarle a Pablo Iglesias que nadie se ha salido de la OTAN. No se puede hablar de lo complejo desde la ignorancia. Para estar en la Europa de los negocios, hay que asumir la de los riesgos. Otra estupidez de gran calibre es que un secretario general de un partido que aspira a gobernar un país de la OTAN diga que suprimiría el Ministerio de Defensa.
–Siguió escribiendo notas de actualidad hasta que se filtraron a la prensa.
–El general Gutiérrez Mellado me preguntó por qué no seguía escribiendo reseñas. Le dije que ya no estaba destinado en el Servicio de Inteligencia, y buscaron una fórmula: enviarlas como cartas privadas a domicilios particulares, sin pasar por despachos. El compromiso con los 17 receptores era la confidencialidad. Solo se filtró una en casi cuarenta años, y si sacas de contexto, lo de Mercedes de la Merced, que tenía unas piernas por encima de cualquier confrontación política», o que llame a Esperanza Aguirre «radical-derechista-insoportable», haces daño. Le dije a Álvarez del Manzano «me voy, porque si digo que el primero que recibe esas cartas eres tú y el segundo Aznar, se va armar la gorda…».
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