Plinio Corrêa de Oliveira
Diálogo entre la Virgen de Guadalupe
y San Juan Diego:
donde florece la virtud, se desarrolla la nobleza de sentimientos y la cortesía
Hoy es la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe. En el libro de Edesia Aducci, “María y sus títulos gloriosos”, puede leerse el siguiente diálogo entre Nuestra Señora y el vidente Juan Diego:
“En la primera aparición, Nuestra Señora, hablando en el idioma mexicano, se dirige a Juan Diego: “Hijo mío, a quien amo tiernamente, como a un hijo pequeñito y delicado, ¿adónde vas?” Respuesta de él: “Voy, noble Señora mía, a la ciudad, al barrio de Tlaltelolco, a oír la Santa Misa que nos celebra el ministro de Dios y súbdito suyo”.
Ella: “Sabe, hijo muy querido, que yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios, y es mi deseo que me erijan un templo en este lugar, de donde, como Madre piadosa tuya y de tus semejantes, mostraré mi clemencia amorosa y la compasión que tengo de los naturales y de aquellos que me aman y procuran; oiré sus ruegos y súplicas, para darles consuelo y alivio; y, para que se realice mi voluntad, has de ir a la ciudad de México, dirigiéndote al palacio del Obispo que allí reside, al cual dirás que yo te envío y que es voluntad mía que me edifique un templo en este lugar; referirás cuanto viste y oíste; yo te agradeceré lo que por mí hicieres a este respecto, te daré prestigio y te exaltaré”.
Fiel retrato de San Juan Diego, hecho por Miguel Cabrera
Respuesta de él: “Ya voy, nobilísima Señora mía, a ejecutar tus órdenes, como humilde siervo tuyo”.
Segunda aparición: Juan Diego vuelve del palacio del obispo, el mismo día por la tarde. La Santísima Virgen lo esperaba. “Mi muy querida Reina y altísima Señora, hice lo que me mandaste, y aunque no pudiese entrar a hablar con el señor obispo sino después de mucho tiempo, le comuniqué tu mensaje, conforme me ordenaste; me oyó afablemente y con atención; pero, por su modo y por las preguntas que me hizo, entendí que no me había dado crédito; por tanto, te pido que encargues de eso a una persona (...) digna de respeto, y en quien se pueda acreditar, porque bien sabes, mi Señora, (...) que no es para mí este negocio al que me envías; perdona, mi Reina, mi atrevimiento, si me aparté del respeto debido a tu grandeza; que yo no haya merecido tu indignación, ni te haya desagradado mi respuesta”.
La Santísima Virgen insiste con Juan Diego. Este vuelve al obispo y el prelado exige una señal de la aparición. Vuelve el buen indio [al Tepeyac] y Nuestra Señora manda que regrese al día siguiente, al mismo lugar, que Ella satisfaría el deseo del obispo; pero Juan Diego, necesitando llamar un sacerdote para asistir a su tío, que enfermara gravemente, se desvía del camino combinado, seguro de que la Santísima Virgen no lo vería. Pero he aquí que Nuestra Señora le aparece en otro local. “¿Adónde vas, hijo mío, y por qué tomaste este camino?” Juan Diego: “Mi muy amada Señora, ¡Dios te guarde! ¿Cómo amaneciste? ¿Estás con salud?... No te fastidies con lo que te voy a decir: está enfermo un siervo tuyo, mi tío, y yo voy de prisa a la iglesia de Tlaltelolco, para traer un sacerdote para confesarlo y ungirlo, y después de hecha esta diligencia volveré a este lugar, para obedecer tu orden. Perdóname, te pido Señora mía, y ten un poco de paciencia, que mañana volveré sin falta”.
Respuesta de ella: “Oye mi hijo, lo que te voy a decir: no te aflija cosa alguna, ni temas enfermedad ni otro accidente penoso. ¿No estoy aquí yo, que soy tu Madre? ¿No estás debajo de mi protección y amparo? ¿No soy yo vida y salud? ¿No estás en mi regazo y no andas por mi cuenta? ¿Tienes necesidad de otra cosa?... No tengas cuidado alguno con la dolencia de tu tío, que no morirá de esta vez, y ten certeza de que ya está curado”.
Acerca de este acontecimiento pueden hacerse varios comentarios. De ellos, creo que el más interesante es aquel en que se ha hecho menos insistencia, sobre la actitud de Juan Diego delante de Nuestra Señora, y el lenguaje que él tiene con Ella.
Digo esto porque los otros aspectos de la cuestión —a saber: que Nuestra Señora se complace en aparecer a los humildes, que Ella procura las personas simples para mandar recados a las grandes, que busca las almas castas para que sean Sus portavoces— se han resaltado en tantas apariciones, que me parece que no hay una razón especial para que insistamos sobre eso en la noche de hoy.
Pero el lenguaje y la actitud del indio para con Nuestra Señora tiene un sabor extraordinario. Ella lo trata como a un hijo de una nación que está en decadencia, de un pueblo que está desapareciendo, pero es un alma pura, un alma simple. Ella lo trata, entonces, con un cariño extraordinario, casi como se hace con un niño. Vemos, de un lado, la predilección que Nuestra Señora tiene no sólo por las almas grandes, heroicas, que realizan hechos históricos sino, por otro lado, cómo Ella ama todas las formas de belleza, todas las formas de virtud, el amor que también tiene por las almas simples, pequeñas, que le son enteramente dedicadas y que ignoran su propia virtud, cómo Ella habla a esas almas con una ternura completamente particular.
Después, tenemos la actitud de Juan Diego para con Nuestra Señora: él le dirige la palabra como un verdadero cortesano, saluda a Nuestra Señora, le pregunta cómo Ella se encuentra, si está bien... y después de haber descrito el fracaso de la misión que tuvo, se porta como un verdadero diplomático y le explica la razón humana de su revés. Al mismo tiempo, manifiesta su deseo de no aparecer, de no brillar. Ustedes están viendo todas las cualidades de alma que entran en eso.
Resultado: La Virgen aprecia su actitud, sonríe para el consejo diplomático, pero no lo acepta. Al contrario, exige que él vuelva. Juan Diego, obediente, retorna, pues no tiene pereza, no le hace resistencia, es hijo de la obediencia. ¿Recibió orden? ¿La Virgen lo quiere? ¡Él vuelve de nuevo!...
Nuestra Señora reprodujo su imagen en el manto de Juan Diego, quien murió en olor de santidad.
Aquí ustedes tienen un principio que deseo resaltar: donde existe la verdadera virtud, aparecen la delicadeza, la cortesía, las maneras nobles. Por el contrario, donde la virtud muere, las maneras nobles, la delicadeza y la cortesía van desapareciendo...
Juan Diego, como tiene delicadeza de alma, sabe tener delicadeza de maneras, y sabe tratar a Nuestra Señora con respeto, con una verdadera hidalguía. Al contrario, si no tuviese delicadeza de alma, él podría ser un hidalgo, pero no trataría a Nuestra Señora con verdadera hidalguía.
Lo que, a su vez, prueba lo siguiente: si la civilización occidental desarrolló las buenas maneras, la hidalguía de trato, el señorío, el garbo, el tono aristocrático hasta un punto donde nunca ninguna civilización llegó, eso se debe a que hubo una Edad Media, donde esas cosas nacieron y continuaron a desarrollarse incluso después del fin de esa época. Hubo un momento de alta virtud, de alta piedad, donde las almas estuvieron ávidas de nobleza de trato, de delicadeza, de grandeza. Y como las costumbres nacen de la avidez de las almas buenas o malas, de ahí germinó, en el suelo sagrado de la Europa Cristiana, toda a cortesía occidental, hija precisamente de esa piedad y virtud.
Cuando estalla la Revolución, que quebró la vida espiritual de Europa, cuando entraron los principios igualitarios en el espíritu del europeo, comenzó inmediatamente la decadencia. ¿Por qué? Porque bajo este punto de vista, Revolución, igualitarismo, falta de delicadeza de sentimientos y falta de nobleza de maneras son cosas completamente relacionadas. Y no puede tener nobleza de maneras, ni delicadeza de sentimientos, quien es igualitario. Quien es igualitario tiene dentro de sí lo contrario: es egoísta, brutal, tiende para el régimen de masas, no quiere reconocer los méritos y las cualidades de los demás sino, al contrario, quiere sujetar toda la vida social y toda convivencia humana —y por lo tanto, todo el trato de las almas— a una dura, fría y ruda igualdad.
Entonces ustedes tienen la baja del tono aristocrático de Europa y la aparición de esa cosa monstruosa que es el estilo hollywoodiano, que es exactamente el igualitarismo y la falta de elevación de trato. Pero ustedes tienen, más allá de eso, como etapa posterior de la Revolución, el igualitarismo total soviético, la crueldad soviética, la brutalidad soviética que es el extremo opuesto de aquella delicadeza que germinaba en el alma virginal, sobrenatural y tan delicada de nuestro buen Juan Diego.
Así, ustedes comprenden bien hasta qué punto la cortesía y el tono aristocrático son hijos de la Iglesia Católica, Apostólica, Romana. Y, por el contrario, las maneras triviales, bajas, igualitarias, brutas son – precisamente – el fruto de la Revolución y del demonio.
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