En sede empresarial y ante un público de decenas de empresarios, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, anunció dos decretos, que se superaban el uno al otro: que la crisis económica ha terminado y que, en este nuevo escenario, España ha pasado de ser “el enfermo” a “la vanguardia” de Europa. Quizá cuando pronunció este último concepto de vanguardia tuvo presente, por un momento, al primer ministro italiano, Matteo Renzi, quien también con un saco de problemas a la espalda sentenció el pasado septiembre: “Me dan ganas de reír cuando escucho decir que nuestro modelo debe ser España (...), cuando me dicen que nuestro modelo debe ser el de un país que tiene el doble de desempleo, me preocupo”.
En el primer semestre del año abandonaron España, en busca de trabajo, 42.000 conciudadanos
Los datos inmediatamente posteriores al optimismo (¿antropológico?) de Rajoy corrigieron en buena parte el tiro. Primero, la deuda pública, que ha alcanzado el récord de récord de la historia: nunca había rozado el 97% del PIB, que habrán de pagar los españoles de hoy y de las generaciones venideras. Ya se ha mencionado en alguna ocasión ese mecanismo redistributivo (al revés) por el que se cambian impuestos (que han de ser pagados con relación a la capacidad adquisitiva de cada uno, y que no se devuelven) por deuda (que pagan todos y que hay que devolver con intereses a quienes nos prestan el dinero: los bancos).
El segundo hecho es una inflación que se parece como un huevo a otro a una deflación, y que complica el pago de la deuda citada. España lleva ya cinco meses en tasas negativas (-0,5% de índice de precios al consumo acumulado en lo que va de año), 17 meses por debajo del objetivo de la institución que vela por los precios en Europa, el BCE (2%), y 15 meses por debajo de aquel 1% que Draghi calificó como “zona de peligro”.
Tercero: los datos de desahucios. Casi 150 lanzamientos al día durante el tercer trimestre del año, con un crecimiento de más del 7,3% respecto al periodo anterior. Y cuarto, las cifras sobre migraciones: sólo en el primer semestre del año en curso abandonaron España, en busca de un puesto de trabajo, 42.000 conciudadanos, un incremento del 15,5% sobre el último semestre de 2013.
Estas tendencias son manifestaciones de una sociedad herida. Se le pueden contraponer otras cifras que indican que se está saliendo del agujero (y que son aquellas en las que legítimamente se apoya Rajoy para hablar de la crisis como una historia del pasado). Pero es difícil que convenza y menos con la amplia sospecha de que sus palabras son el primer acto de la larga campaña electoral que nos espera. Una parte muy importante de la población, lo dicen las encuestas, ha dejado de creer en el contrato que la unía a la sociedad como un pegamento: que si uno trabaja duro y tiene buena formación intelectual, progresa. Por la eficacia de las instituciones y la capacidad de autocontrol del sistema. Eso es lo que se ha quebrado. Y si es así, somos retaguardia, no vanguardia.
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