16 de agosto de 2016
JORGE GALINDO. TRIBUNA: La era de las minorías
La
era de las minorías
Si los partidos políticos exploran la ruta de la
flexibilidad mediante acuerdos puntuales y una acción parlamentaria
constructiva puede alcanzarse un equilibrio que permita la gobernabilidad en
las actuales condiciones
EULOGIA MERLE
Tras votar dos veces seguidas en seis
meses, parece bastante claro que la nueva fragmentación parlamentaria ha
llegado para quedarse. Con ella se acabaron las mayorías fáciles. Pero aunque
las negociaciones comienzan a abrirse para la investidura, la opción de forjar
coaliciones o pactos de legislatura de largo alcance no parece la preferida por
los partidos. La distancia ideológica se suma a la esperada pérdida de votos
para quien ose convertirse en socio, cruzando la trinchera. Parece, pues, que
nos adentremos en una suerte de era de las minorías, que no se evaporaría con
una eventual repetición de las elecciones.
Con su advenimiento, el nuevo Congreso se
convierte en un auténtico contrapeso del Ejecutivo. Esto es una novedad
considerable para partidos que acostumbraban a reinar desde La Moncloa y, como
mucho, llegar a acuerdos puntuales para sumar cinco o diez escaños. A corto
plazo, todos están preocupados con el coste de estabilidad e incertidumbre que
puede traer una minoría tan exigua, particularmente en la aprobación de
Presupuestos anuales, y en cualquier aspecto que restrinja de manera inmediata
la acción del Gobierno. Un escenario de bloqueo continuado no es, por
desgracia, descartable.
La razón para el pesimismo es el dilema que
enfrenta cada partido desde el minuto cero de la legislatura. Quien ocupe el
poder contará con una amplia gama de opciones para llegar a pactos que permitan
aprobar medidas, pero esto le hará considerablemente vulnerable a una retirada
de apoyos de sus socios eventuales, dejándole en bandeja la posibilidad de
mantener una posición fiel a sus principios, acusando a los demás de
intransigencia. Por su parte, las formaciones en la oposición deberán escoger
entre influir en las decisiones y el coste electoral que acarrea cualquier
pacto con el enemigo, sea éste quien ocupe el Ejecutivo u otra formación en
cualquier extremo del abanico parlamentario. Un Gobierno minoritario es un
equilibrio en mitad de una batalla soterrada, sin duda, pero la pregunta es qué
garantiza que el equilibrio caiga del lado de la colaboración y no del bloqueo.
Afortunadamente, otros han jugado antes a
este mismo juego en Europa. En los países escandinavos, que tan a menudo se
escogen como modelo a seguir, los Gobiernos en minoría han sido históricamente
frecuentes. En Dinamarca, por ejemplo, conservadores primero y socialdemócratas
después llevaron adelante una serie de reformas desde Ejecutivos minoritarios
que cambiaron el país en los ochenta y noventa. Como aquí, cada ley tenía que
pasar por el filtro de un Congreso fragmentado. Los Gobiernos eran inestables, pero
también razonablemente efectivos en sus acciones, particularmente en la época
socialdemócrata (1993-2001). De su experiencia pueden extraerse algunas
lecciones.
Para empezar, cuanto mayor acceso a uno y
otro lado del espectro tenga un partido, más podrá construir. Si la formación
en el Gobierno solo tiene un socio o grupo de socios viable, el poder de estos
es total. Si uno de ellos, como es el caso del PSOE, se encuentra en una
posición pivotal, podrá hacer uso de ella para repartir votos y vetos en
función de una agenda determinada, forzando incluso iniciativas legislativas
que, siendo propositivas, pongan en apuros a un hipotético Gobierno
conservador.
Pero un rol centrado no es condición
suficiente. Aún más importante resulta la flexibilidad a la hora de llegar a
acuerdos. Los Presupuestos daneses bajo enseña minoritaria, por ejemplo, se
diseñaban a la manera de un mosaico colaborativo. El partido en el poder
entraba en contacto con las formaciones de la oposición para recibir su apoyo a
cambio de tal o cual partida. En España, hasta ahora, el proceso de elaboración
de los Presupuestos Generales ha descansado sobre el poder ejecutivo de manera
sustancial. Y aunque el mandato legal establece que la iniciativa pertenece al
Gobierno, la aprobación final depende de la mayoría parlamentaria, con lo que
las negociaciones entre partidos pueden alcanzar un rango político tan amplio
como los participantes estén dispuestos a explorar.
Lo dicho para los Presupuestos sirve para
cualquier combinación legislativa. Una virtud de este intercambio cooperativo
de votos es que permite resolver situaciones que, de otra manera, llevan a
ciclos que se estancan en el no por el no. Precisamente, esta es la situación
en que parecen encontrarse los partidos hoy día más allá de la investidura, que
debería superarse con el fin de que el sistema eche a andar en algún momento.
En cualquier caso, es necesario ser
realistas, incluso prudentes. La consolidación de un parlamentarismo
constructivo no es tarea fácil. Algunas características de la situación
española no dejan mucho lugar para el optimismo, distanciándola del ejemplo
danés. Aquí, el partido con más opciones de formar Gobierno está en el extremo
de todos los ejes que importan: izquierda-derecha,
descentralización-centralización, regeneración-continuismo, pero eso no le
quita el puesto de vencedor electoral. La formación pivotal, el PSOE, se
encuentra inmersa en una parálisis favorecida por un conflicto interno latente
que no le permite definir una agenda propia. Y al otro lado, un partido de
nuevo cuño lleva medio año dividido entre el dilema arriba descrito: influir
desde ya o alimentar la promesa difusa de sobrepasar a su rival, al mismo
tiempo su socio natural.
Y, sin embargo, la parálisis no puede ser
eterna. En Dinamarca, que también partía de una situación de fragmentación
sobrevenida y polarización aumentada tras unas elecciones que sacudieron el
panorama político en 1973, los vetos cruzados solo se superaron tras años de
trabajo, cuando el partido en el poder asumió la necesidad (y tuvo la
posibilidad) de maniobrar en un espectro más amplio sin miedo al castigo en las
urnas y cuando las plataformas en los extremos fueron incorporadas a la
dinámica parlamentaria. Los dobles comicios en España, y en particular la
ausencia de prima a quien no se sentó a buscar pactos, deberían convencer a las
formaciones patrias de que las preferencias de los votantes están consolidadas,
asegurándoles que lanzarse a negociar con agenda abierta no es saltar sin red.
En definitiva, la posibilidad de hacer
fructífera la minoría existe. Puede alcanzarse si los partidos están dispuestos
a explorar la ruta de la flexibilidad, los acuerdos puntuales y la acción
parlamentaria constructiva. Para ello, deben saber que el votante premiará a
quien se esfuerce en legislar o, más bien, no castigará la promiscuidad
ideológica de manera fehaciente. Por desgracia, los votantes no están siendo
todavía demasiado flexibles. Pero otras experiencias subrayan que el camino es
transitable. En cualquier caso, políticos y ciudadanos deberíamos tener
presente que el bloqueo permanente no es algo que España se pueda, o se deba,
permitir. Al contrario, la era de las minorías podría ser una oportunidad para
el cambio.
Jorge
Galindo es
investigador del Departamento de Sociología de la Universidad de Ginebra y
editor de Politikon.
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