26 de agosto de 2016
EL PAIS - SHLOMO BEN AMI: TRIBUNA Cómo Israel está perdiendo a Estados Unidos
Cómo
Israel está perdiendo a Estados Unidos
Los políticos estadounidenses están prestando
atención a las encuestas donde sus ciudadanos apuestan por una política más
imparcial de Washington en el conflicto palestino-israelí. El fenómeno ya
ocurrió en Europa
El difunto diplomático norteamericano
George Ball alguna vez dijo que Israel necesitaba ser salvado de sus políticas
suicidas “a pesar de sí mismo”. En un artículo de Foreign
Affairs de
1977, exigió un esfuerzo imparcial por parte de Estados Unidos a favor de un
acuerdo de paz árabe-israelí. Pero, si bien la postura realista de Ball sobre
el conflicto palestino-israelí no es inusual entre los funcionarios del
Departamento de Estado, sigue siendo un tabú para el establishment político de Estados Unidos, que desde hace
mucho tiempo viene defendiendo un consenso casi sagrado sobre Israel. Hasta
ahora.
Está claro que, hasta cierto punto, la
postura de Ball sigue representando un clamor en el desierto. Después de todo,
EE UU no ha vacilado en su compromiso de mantener la “ventaja militar
cualitativa” de Israel. De hecho, la Administración del presidente
norteamericano, Barack Obama, ha superado todos los récords históricos en su
ayuda militar a Israel, aun si el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu,
no ha manifestado ninguna voluntad de usar esa ventaja militar financiada por
los contribuyentes norteamericanos para asumir riesgos calculados por la paz.
En este sentido, EE UU al día de hoy sigue suscribiendo las políticas
anexionistas desafiantes de Israel.
Pero algo definitivamente cambió. Las
cuestiones referidas a Palestina hoy están sumamente polarizadas en la política
estadounidense. Las generaciones más jóvenes están mucho más afectadas por las
imágenes de un Israel intolerante que tiraniza a una nación palestina privada
de derechos que por el recuerdo cada vez más débil de la épica sionista
original. Para ellos, el conflicto palestino-israelí se ha convertido en una
cuestión de derechos humanos. Y de por sí, muy polémica. Los defensores de
Israel enfrentan hoy un activismo pro-Palestina en los predios universitarios a
un nivel nunca visto en Estados Unidos desde que los estudiantes manifestaban
en protesta por la guerra de Vietnam.
Una encuesta de Gallup de 2014 reveló que,
si bien una estrecha mayoría de los norteamericanos justificaba el ataque de
Israel en Gaza en ese año, esta postura solo era respaldada por el 25% de la
gente menor de 30 años, mientras que el 51% de las personas menores de 30 años
consideraba injustificadas las acciones de Israel. Según una encuesta de la Brookings
Institution de 2014, un abrumador 84% de los demócratas y un 60% de los
republicanos estaban a favor de una solución de un solo Estado, en el cual un
Gobierno democrático único garantiza iguales derechos para todos los
ciudadanos, israelíes y palestinos. Una encuesta de diciembre de 2015 de la
misma organización indicaba que el 66% de los norteamericanos apoyaba una
política estadounidense más imparcial en el conflicto palestino-israelí; entre
los demócratas de menos de 35 años, ese porcentaje ascendía al 80%.
Los políticos estadounidenses están
prestando atención. En los últimos meses, los legisladores demócratas,
encabezados por el senador Patrick Leahy de Vermont, han solicitado una
investigación de las “graves violaciones de los derechos humanos” por parte de
Israel, incluida la tortura y las ejecuciones extrajudiciales, contra los
palestinos. Y Dan Shapiro, embajador de EE UU ante Israel, encendió al establishment israelí el pasado mes de enero cuando
sugirió en un discurso que Israel, esencialmente, estaba imponiendo el apartheid en Cisjordania.
El senador Bernie Sanders, en su campaña en
las primarias presidenciales estadounidenses, rompió el molde cuando exigió revisar
la postura del Partido Demócrata sobre el conflicto palestino-israelí. Al
resaltar la difícil situación de los palestinos, Sanders puso de relieve no
solo su visión del mundo centrada en la moralidad —que, sin duda, puede rayar
en el idealismo—, sino también que entiende el humor de un electorado
importante.
El Partido Republicano también está
amenazando con volverse en contra de Israel, pero de una manera mucho más
dañina. Donald Trump, el candidato del partido para la elección presidencial,
ha indicado en la precampaña que no respaldaría el apoyo automático a Israel
por parte de Estados Unidos, sugiriendo que piensa que Israel tiene más
responsabilidad en el fracaso de la solución de dos Estados. Por el contrario,
dice, sería “una suerte de tipo neutral” en el conflicto palestino-israelí.
Al ignorar la protesta de la opinión pública,
Israel ha perdido definitivamente el respaldo de Europa
Esto parece caerle bien a sus seguidores,
muchos de los cuales simpatizan con Trump por su postura antiestablishment. Si los políticos del establishment que ellos desprecian apoyan a Israel, dice
la lógica, debe de haber algo que está mal con esa política.
El peligro reside en el hecho de que Trump
ha apelado a un elemento abiertamente xenófobo de la base electoral
conservadora. Por cierto, ha recibido el apoyo de los supremacistas blancos,
entre ellos David Duke, exlíder del Ku Klux Klan. En vistas de esto, el ascenso
de Trump es una muy mala noticia para los judíos norteamericanos y, de hecho,
para todos los grupos minoritarios de Estados Unidos. Para peor, el impacto de
Trump puede extenderse más allá de EE UU, con líderes de extrema derecha
en otras partes, como Norbert Hofer de Austria, que emulan sus tácticas para
atizar y capitalizar el nativismo atávico.
Para Israel, una presidencia de Trump
claramente sería una pérdida importante, no solo porque Israel ha contado desde
hace mucho tiempo con los legisladores republicanos para impulsar su agenda. En
2011, por ejemplo, los republicanos llegaron a organizar, sin informar a la
Casa Blanca, una presentación de Netanyahu ante el Congreso, en un esfuerzo por
bloquear el acuerdo nuclear que Obama había venido negociando desde hacía mucho
tiempo con Irán.
El problema va mucho más allá. Una cosa es
un aliado menos servicial en la Casa Blanca; otra muy distinta es tener allí a
Trump poniendo en práctica su filosofía de “EE UU primero” en el terreno
de la política exterior. Si bien la idea de asignarle la mayor prioridad a los
intereses del propio país no es descabellada en sí misma, el discurso
particular de Trump recuerda los reclamos pronunciados por grupos
aislacionistas y antisemitas antes de la Segunda Guerra Mundial para que
EE UU apaciguara a Hitler. Para Trump y millones de sus seguidores,
“Estados Unidos primero” significa el fin de la misión global iluminada de
Estados Unidos. Los poderes extranjeros, sean quienes fueren, deberían pagar
por los servicios de EE UU.
Al ignorar la protesta de la opinión
pública europea en contra de su política palestina, el Gobierno de Israel ha
perdido definitivamente el respaldo de Europa. Ahora, su ciudadela alguna vez
invulnerable en Estados Unidos está bajo amenaza. Con certeza debe darse cuenta
de que ignorar este desafío equivaldría a saltar al vacío.
Shlomo
Ben-Ami, exministro
de Relaciones Exteriores de Israel, es vicepresidente del Toledo International
Center for Peace. Es el
autor de Scars of War, Wounds of Peace: The Israeli-Arab Tragedy.
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