23 de julio de 2015
Réquiem por la idea de Europa
La puerta al tercer rescate griego se abrió, pero la desconfianza mutua se enseñorea hoy del clima político entre los socios. Lo más grave es que los pueblos de Europa ya no se miran a los ojos, tampoco Francia y Alemania; y con el corazón franco-alemán infartado, el declive de Europa es ineludible. Berlín despliega su propio perfil internacional una vez saldadas las cuentas de las guerras mundiales.
Pero emanciparse y constituirse en poder hegemónico le obliga a abandonar su universo autorreferencial y asumir responsabilidades más allá de lo nacional. Es cierto, necesitamos el liderazgo de aquella Alemania europea por la que Thomas Mann exhortó a luchar a los estudiantes en Hamburgo en 1953. Una Alemania que ejerza su poder hegemónico mediante el método comunitario, que no inspire miedo a los socios, ni explote en exclusivo beneficio nacional el método intergubernamental tan querido de la euroescéptica canciller Merkel.
Además, los alemanes podrían aprender de los paralelismos entre su unificación monetaria en el siglo XIX, y la europea del XX. Existe una discordancia entre las dificultades tecnocráticas y la retórica férvida de los grandes ideales que alentaban ambos proyectos. Si el nacionalismo romántico alemán alcanza su cima en 1810, la plenitud del idealismo paneuropeísta eclosiona tras la Segunda Guerra Mundial. Si la unificación impulsada por Bismarck tiene que esperar hasta 1870, los planes monetarios europeos cobran fuerza en 1990.
Tras la caída del muro, Alemania obtuvo de Francia el beneplácito para su reunificación. A cambio, Mitterrand contó con el asentimiento de Kohl para que Alemania pasase del marco al euro. Si fuese cierto que se necesita medio siglo desde la edad de oro inicial en la que se exaltan los proyectos de unificación monetaria hasta que se materializan en realidades institucionales, nos encontraríamos ahora doblando el cabo y perdiendo impulso.
Francia ha vuelto a demostrar que, a pesar de su querencia nacional, da prioridad al interés de Europa
Por otro lado, las experiencias vitales de los líderes no son hechos anodinos en el devenir de la historia. Merkel es hija de un pastor luterano de la RDA, mientras que el hermano mayor de Kohl murió en el frente en 1944. Este recuerdo tiene que haber acompañado a Kohl cuando Mitterrand, en uno de los gestos más simbólicos de reconciliación franco-alemana, le cogía de la mano en septiembre de 1984 durante los actos que honraban a los muertos en Verdún. Y, también durante la crisis del SME de 1992, cuando tomó “la decisión exclusivamente política de continuar sosteniendo al franco francés” (James 2012, Making the European Monetary Union, Belknap, p. 361).
Las nuevas generaciones, sin embargo, se desentienden del sentimiento de vergüenza por las faltas de sus antepasados. Dan por amortizados los traumas de las guerras, sepultados en el silencio de las trincheras. Así como “un acontecimiento, enterrado como en una cripta, se transmite del inconsciente de los padres al inconsciente de los hijos” (Canaula 1998, Comment paye-t-on les fautes de nos ancêtres, DDB, p. 9), se ha echado tierra sobre la dislocación que padeció Europa, y eso forma parte ya de los arcanos y no-dichos que se transfieren al inconsciente de las nuevas generaciones.
En 2015, se ha evaporado el aire de familia que nos había hecho olvidar los gases que se enviaron a Ypres en 1915. Lo que ocurra a partir de ahora dependerá de las conclusiones que extraigan las élites sobre esta crisis. Pero el tiempo apremia porque el desafío tiene plazo de caducidad, y, sin cambios institucionales a la altura del momento histórico, en un lustro el euro pasará a ser un nuevo episodio fracasado de la historia monetaria de Europa.
Francia ha vuelto a demostrar que, a pesar de su querencia nacional, da prioridad al interés de Europa, consciente de que no hay alternativa y de que es la mejor forma de servir sus intereses. El impulso político por Europa sigue débil, solo Hollande y Delors reclaman una Unión política. Pero sin Alemania como aliado, el ímpetu político de Francia perderá vigor.
Es nuestra última oportunidad. La alternativa, en el mejor de los casos, es la irrelevancia política y económica de Europa; en el peor, un conflicto entre europeos más allá del ámbito económico. La disolución del proyecto civilizatorio de Europa, la demolición del orden moral regido por el respeto al derecho, será imperceptible y gradual, pero no faltará a su cita. Cuestión de tiempo.
Manuel Sanchis i Marco es profesor de Economía Aplicada de la Universitat de València y miembro de AFEMCUAL, su último libro lleva por título El fracaso de la élites. Lecciones y escarmientos de la Gran Crisis, Pasado & Presente.
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