21 de enero de 2016
Zarrapastrosa
Modestia aparte, tengo una lumbrera en casa. Una zagala de 14 abriles
que me come de todo, me estudia ella solita y me saca dieces en Lengua
uno detrás de otro. Es más mona y más lista y más educada, mi niña...
Acaba de leérseme Castilla para un trabajo de tercero de la ESO
y ni me ha protestado ni me ha pedido nada a cambio ni nada. Enterito,
se ha tragado la criatura ese clásico de la literatura española
quemándose las pestañas en el portátil de su cuarto teniendo varias
ediciones en rústica en la estantería. Cuando se lo hice notar, así, con
delicadeza, no fuera a ponérseme rebelde, la que me puso en mi sitio
fue ella. “No sé. Así, en plan tableta, me entran mejor las cosas. Qué
más te da cómo lea, si leo. Eres mazo pesada, tío”. Tío. No mamá, ni
señora madre, ni vieja bruja caduca propiamente dicha, no. Tío, me dijo.
Así, con dos ovarios, como se llaman ahora los adolescentes ya sean
hombres, mujeres o cosas. Estuve por ponerme ultraortodoxa y darle la
chapa con lo de la concordancia de género, número, tiempo y persona.
Pero conté hasta diez e hice antes examen de conciencia. ¿Quién es una
para dar lecciones a nadie? Entre la presbicia, la desidia y los dedos
como morcillas, meto faltas a porrillo en los mensajes de texto. No
tildo los tuits para no perder un microsegundo pulsando la letra
correspondiente en el teclado. Antes de Twitter me bebía tochos de 600
páginas a morro y ahora tres párrafos me parecen un reportaje largo.
Eso, dedicándome a juntar letras. Hija de su madre, mi nena. El otro día
salió el director del Instituto Cervantes, Víctor García de la Concha,
diciendo que hacemos un uso zarrapastroso del idioma. Se lo contaba
anoche a mi pequeña mientras ella cotilleaba Instagram y yo tuiteaba
sobre Gran Hermano. ¿Zarrapasqué?”, me contestó ella, “vaya palabro, es mazo larga, tío”. Por cierto, la niña me aprobó el trabajo sobre Azorín con nota, gracias.
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