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Parece
que las Bolsas chinas caen por nuestra culpa. No adquirimos productos
fabricados en aquel país en las cantidades precisas para mantener su
crecimiento económico. Y eso que no hacen más que devaluar su moneda
para abaratar las exportaciones. Como consecuencia de las pérdidas
financieras de allí, nuestras Bolsas se hunden también aquí y los
pequeños ahorradores, que compraban acciones o se abrían planes de
pensiones para el futuro, ven disminuir sus ahorros. “Es por los
chinos”, les explica el director de la sucursal bancaria de la esquina. Y
el pequeño ahorrador vuelve a casa con el ánimo encogido y le explica a
su cónyuge que hay una especie de ranura en Asia por la que
misteriosamente hace agua su capital al modo en que por los cojines del
sofá se pierde la calderilla. La globalización era esto: que la migraña,
en vez de afectarte a la parte de la cabeza en la que se encontraría
España, si la cabeza fuera un globo terráqueo, te afecta por igual a los
dos hemisferios, de modo que, en vez de un Hemicraneal, has de tomarte
dos.
La solución, si lo hemos entendido bien, pasaría por
encargar a los chinos más ropa, más gatitos de la suerte, más jarrones,
más bolígrafos, más flores artificiales, no sé, más pijamas de seda, más
paraguas. De ese modo, volverían a crecer y regresarían a los
beneficios y nuestros ahorros no se colarían misteriosamente por aquella
rendija del universo que nos queda tan lejos. Claro, que todo eso
tendríamos que pagarlo. Barato, sí, pero para qué quiero yo tener la
casa llena de gatitos de la suerte cuando lo que necesito es abonar el
recibo de la luz, que por cierto la tengo contratada con una empresa de
nombre español, pero de capital chino, pues me dicen que acaban de
comprarla.
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