Rajoy no puede, Sánchez no debe
Es el momento de que Rajoy deje paso a otro y Sánchez renuncie a un pacto dañino
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Resulta sorprendente la pasividad de Rajoy y su nula inclinación a insistir, negociar y suministrar a la opinión pública y a sus potenciales aliados argumentos creíbles para borrar las diferencias con que los partidos se presentaron ante los electores y defender propuestas de interés común.
Rajoy no enseña sus cartas, apenas habla y —según supimos ayer por su boca— tiene mucho tiempo libre, pese a los serios problemas de este país que deberían ocupar su atención. Su quietud irritante, mientras todo se mueve alrededor, puede significar un intento de retrasar la apertura de la operación sucesoria en su partido o la íntima confianza de que nadie podrá ser jefe del Ejecutivo con la actual composición de la Cámara y, por tanto, que solo ve posible la repetición de las elecciones y guarda fuerzas para ese momento.
Serían malas noticias porque parece evidente que hemos llegado a un final de ciclo y el presidente no tiene ya nada que ofrecer a este país como no sea su retiro. Es preciso que diga de una vez si aspira a ser jefe del Gobierno o, si no puede conseguirlo por falta de apoyos, que dé paso a otra persona para que lo intente.
La hipótesis más mencionada es la de una suma del PSOE con los diversos grupos de Podemos y el PNV, y con el apoyo expreso o la abstención de las dos fuerzas independentistas catalanas, ERC y DL. Es posible que esa estrambótica amalgama permita una investidura, pero estamos convencidos de que no permitiría gobernar. El mensaje de los electores fue contrario a las mayorías absolutas y a los Gobiernos monocolor, por lo que es necesario un Ejecutivo de coalición. Sánchez no puede en ningún caso pretender gobernar en solitario con solo 90 diputados —el peor resultado de la historia de un candidato socialista— y menos aún si para ello necesita el apoyo explícito o implícito de quienes centran sus objetivos en separar a Cataluña de España. Si lo hiciera correría un riesgo elevadísimo de convertirse desde el primer día en rehén de causas que van contra el interés de los ciudadanos y la voluntad probable de una gran mayoría de electores socialistas.
Por otra parte, las insistentes y devastadoras críticas de Podemos a los socialistas durante las transacciones sobre la cuestión de los grupos parlamentarios ponen de relieve el peligro que una alianza de esas características significaría, no solo para España, sino también para el PSOE, el partido que realizó las mayores transformaciones que ha conocido la sociedad española en muchas décadas. Antes que buscar a cualquier precio una investidura debería sentarse a reflexionar sobre el papel que le corresponde jugar hoy a una fuerza progresista y europeísta, social e innovadora, moderada y madura.
Mientras se mercadean los votos para la investidura, unos y otros se olvidan de explicar para qué quieren gobernar, cuáles son sus políticas sociales en estos momentos de crisis y cómo quieren financiarlas. En definitiva, qué proyecto de país tienen. No hemos escuchado nada parecido durante la campaña y tampoco en estos días de frenética aritmética.
En eso han de concentrarse los líderes si realmente quieren estar a la altura de lo que los tiempos y los ciudadanos demandan. Y en organizar alianzas posibles que generen los cambios necesarios. A comenzar por la reforma de la Constitución, la más importante de todas, que debe procurar incluir a todo el arco parlamentario y que es imposible imaginar sin el concurso del PP. Cosa que parece olvidar Pedro Sánchez en su ingenuo intento de convertirse en líder nacional, pues uno de sus objetivos más repetidos, el de la España federal, no es factible si no logra incorporar a él a las fuerzas de la derecha.
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