15 de julio de 2014
Juncker, elegido presidente de la Comisión Europea
EL PAIS - CLAUDI PÉREZ Estrasburgo 15 JUL 2014 - 14:04 CEST46
Sin sorpresas en Estrasburgo. El Parlamento Europeo ha elegido este mediodía al hijo de un obrero siderúrgico como presidente de la Comisión Europea, el brazo ejecutivo de la Unión. El socialcristiano y líder del PP europeo Jean-Claude Juncker –exprimer ministro del pseudoparaíso fiscal de Luxemburgo durante dos décadas y uno de los responsables de la discutible gestión de la crisis en Bruselas como presidente del Eurogrupo— se sentará en la silla más importante del proyecto europeo los próximos cinco años. Juncker accede a ese cargo con el mandato de tratar de sacar a la UE, y sobre todo a la eurozona, de la crisis más aguda de su historia. Nada fácil: Europa solo saldrá del pozo “cuando vuelva al pleno empleo”, según el propio Juncker, y las tasas de paro siguen tozudas en máximos históricos pese a que la recuperación empieza a asomar con una timidez casi enfermiza.Socarrón, hábil para urdir pactos y conservador en lo económico pero con un claro toque social, Juncker –de 59 años—, que se define como “un reformista permanente”, sucederá al portugués José Manuel Barroso, que deja la principal institución de la UE sumida en una grave crisis de identidad, desbordada por la crisis económica e impotente ante la supremacía de Berlín. Juncker ha logrado 422 votos a favor, de los 751 posibles, con 47 votos en blanco y 17 nulos. 250 eurodiputados votaron en contra, según el presidente de la Eurocámara, Martin Schulz.
El líder del Partido Popular Europeo ganó por escaso margen laselecciones del 25 de mayo, marcadas por el ascenso irresistible de los populistas. Pese a que el PPE perdió 60 europarlamentarios respecto a 2009, logró batir al socialdemócrata Martin Schulz por un margen de más de 20 escaños. Y tras los comicios consiguió lo más difícil: convencer al Consejo Europeo (los jefes de Estado y de Gobierno), y sobre todo a una titubeante Angela Merkel, de que había que respetar la voluntad de las urnas, tras una campaña electoral en la que todos los grandes partidos se avinieron a presentar a sus candidatos como potenciales presidentes de la Comisión. En una batalla de poder que el Parlamento Europeo le ha ganado por la mano al Consejo, el nombramiento aísla definitivamente al premier británico, David Cameron, el gran perdedor en todo este proceso tras su rabiosa oposición a Juncker, que culminó en la última cumbre de Bruselas con una de las grandes derrotas diplomáticas del Reino Unido en las últimas décadas. Cameron se quedó prácticamente solo (junto al primer ministro húngaro, el autoritario Viktor Orbán) y Juncker ganó la votación en el Consejo por un abrumador 26-2.
El Europarlamento corría el riesgo de dispararse un tiro en el pie si finalmente no apoyaba a Juncker, pero hasta última hora se esperaba una votación reñida, ante la dificultad para algunos partidos de presentarse ante sus opiniones públicas nacionales tras votar al candidato conservador. El luxemburgués necesitaba el apoyo de otros partidos ante la insuficiente mayoría del PPE, que encadena cuatro legislaturas –nada menos que veinte años—como el partido más votado en la Eurocámara pero queda lejos de los 376 escaños necesarios. Para ello ha consolidado una gran coalición de facto –populares, socialdemócratas y liberales han votado mayoritariamente a su favor—, y hasta el último minuto ha buscado apoyos en el ala izquierda con el anuncio de un plan de estímulo de 300.000 millones de euros en un plazo de tres años, que debería activarse antes del mes de marzo de 2015. No será precisamente un Plan Marshall: esa cifra supone apenas el 0,77% del PIB de la Unión Europea, según los datos de Eurostat, y prácticamente no incluye dinero fresco en una época marcada por el control presupuestario.
Juncker reclama un paquete de inversiones “ambicioso”, centrado en infraestructuras de transporte, I+D, banda ancha, energía y reindustrialización del continente. Pero no quiere estímulos que supongan más deuda: “No se sale de la crisis solo con gasto público; no se recupera el crecimiento sostenible con montañas de deuda pública cada vez más altas”. El líder conservador pretende aprobar ese miniplan de estímulo combinando dinero privado y público, a través de los fondos estructurales y del Banco Europeo de Inversiones (BEI). Es decir: en realidad no apenas habrá dinero público nuevo en ese paquete.
Juncker lleva semanas cortejando a los socialdemócratas y los Verdes: de ahí que haya reclamado también un salario mínimo europeo, promete una nueva directiva sobre trabajadores desplazados y, sobre todo, una aplicación del pacto de estabilidad y crecimiento (las reglas fiscales) más flexible, tal como vienen pidiendo Italia y Francia. El expresidente del Eurogrupo (los ministros de Economía de la zona euro) reconoce “errores” en la gestión de la crisis, y pone el énfasis en estudiar las consecuencias sociales de los programas de ayuda, tras los efectos devastadores de los rescates controlados por la troika (Comisión, BCE y FMI). Pero no olvida su filiación política: "Hay que respetar las reglas fiscales; los principios básicos no se alterarán". Juncker aboga por premiar a los países que hagan reformas (en la línea de los contratos que quiere la canciller alemana, Angela Merkel). Finalmente, ha dejado también algún guiño para Reino Unido: “La UE debe ser grandes y ambiciosa en las cosas importantes, y modesta en lo pequeño”. Juncker, en fin, ya defendió en campaña devolver algunas competencias a las capitales.
Atacado hoy con dureza por parte de los eurófobos de Nigel Farage(“Usted no aparecía en ninguna papeleta el 25-M: esto es un escándalo”) y de Marine Le Pen (“Felicidades: de primer ministro de un paraíso fiscal a la Comisión”), Juncker ha contado con el apoyo de su grupo político (incluidos finalmente los húngaros de Orbán, que votó en su contra en el Consejo), pero cuenta también con votos socialdemócratas (pese al rechazo de los británicos y de los españoles), liberales (aunque UpyD ha dividido su voto con dos síes y dos abstenciones) e incluso algunos diputados Verdes. Los europarlamentarios españoles, al final, han votado mayoritariamente en contra: ni los socialistas ni Izquierda Unida ni Podemos (que suman 29 escaños) le han dado su apoyo.
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