14 de octubre de 2013
De Israel a la yihad siria
EL PAIS - DAVID ALANDETE Mushirfa 13 OCT 2013 - 23:02 CET134
Murió donde quería morir, donde el ataque químico que le había llevado a viajar a Siria. Tenía 28 años y, ferviente islamista, se había radicalizado en años pasados. El 21 de agosto vio en Internet imágenes de un bombardeo con químicos en Ghuta, en las afueras de Damasco, que mostraban a personas agonizantes, entre ellas niños. Al día siguiente desapareció de casa, dejando atrás a su familia, que sólo volvió a saber de él el 17 de septiembre, por una foto de su cadáver en Internet. Muayad Agbaria había fallecido en los rangos de la oposición armada de Siria, uno de tantos extranjeros que han cruzado la frontera de ese país para hacer la yihad. La novedad, en su caso, es que tenía un pasaporte israelí.
Agbaria es el primer árabe israelí muerto en la guerra contra el gobierno de Bachar el Asad, pero no el único en luchar. Hay, según estimaciones occidentales, una treintena. La cifra exacta es difícil de precisar, pues muchos se unen a las milicias simplemente como palestinos, de los que hay ya una nutrida representación de los campos de refugiados. Las estimaciones más conservadoras mantienen que 30.000 extranjeros luchan contra el régimen. La mayoría, en grupos islamistas radicales que ahora se enfrentan también a los opositores moderados. Ayer, el régimen acusó a los opositores de haber secuestrado a un grupo de trabajadores del Comité Internacional de la Cruz Roja en Idlib, zona con fuerte presencia islamista. En el pasado las milicias yihadistas han apresado y asesinado a religiosos cristianos.
El camino recorrido por Agbaria es común en esos yihadistas: una vida relativamente acomodada, un renacimiento fundamentalista en su fe y la determinación de luchar por el islam incluso en el extranjero. Hace una década las banderas negras de esa yihad ondearon en Irak. Hoy lo hacen en Siria. El sábado el líder de Al Qaeda, Ayman al Zawahiri, pidió la unidad de esos yihadistas para convertir a Siria en un estado islámico. En 2006 Agbaria ya había huido de casa, a Jordania, desde donde intentó entrar infructuosamente a combatir en Irak.
Abu Muhannad, su padre, de 51 años, admite que su hijo admiraba a Osama Bin Laden “porque renunció a la riqueza para defender su religión”. En el salón de su casa en la villa israelí de Mushirfa cuelgan una bandera de color negro, del luto y la yihad, y un cartel con fotos de su hijo en el que se lee: “No consideréis a quien cayó por dios muerto, pues vive en el paraíso”. Se confiesa “orgulloso” de la “determinación y perseverancia” de su hijo, pues este “creía que la yihad es el camino correcto, y como tal se menciona en el Corán”.
Según su familia, Abgaria se unió al Frente al Nusra, la rama de Al Qaeda en Siria. Más radical incluso es el Estado Islámico en Irak y Siria, que se ha asentado en el norte del país, a lo largo de la frontera turca, desde donde facilita la entrada de nuevos yihadistas. En los pasados meses, estas células han combatido al moderado Ejército Libre Sirio, mermado por numerosas defecciones. Que incluso árabes israelíes hayan podido entrar en Siria da idea de la penetración del movimiento islámico radical en este último país. “El problema no es sólo la entrada en Siria. El contacto con radicales extranjeros implica una posible amenaza de actividad yihadista en Israel”, asegura Yigal Palmor, portavoz del ministerio israelí de Exteriores. Un 20% de la población de Israel es árabe.
Las autoridades israelíes mantienen alta la guardia ante la entrada de estos árabes a Siria, y también ante el regreso a su país. Dos han sido detenidos, ambos residentes en la localidad árabe de Taibe. Hikmat Massarwa, de 29 años, fue arrestado en marzo, acusado de unirse a los rebeldes sirios y de aprender a manejar armas. En julio fue condenado a 30 meses de prisión, tras un acuerdo con la fiscalía.
Abed Kader Altalé, de 27 años, fue arrestado a su llegada al aeropuerto de Tel Aviv el 14 de julio. Sólo estuvo dos días en Siria, donde entró por el norte. Su padre, Abu Abed, de 60 años, pidió ayuda a las autoridades israelíes y voló a Turquía, donde encontró a su hijo, con quien volvió a Israel. La familia mantiene que Abed es religioso, pero no yihadista, y que abandonó Siria tan pronto como pudo, ajeno a la lucha islamista. “Quiso ayudar, no luchar. Es buena persona y buen ciudadano. Nos sorprendió que hubiera decidido acudir a Siria. Pero él mismo salió, tras ver cómo está el país”, dice el padre. Su caso se dirime aún en los juzgados.
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