No cedamos a la barbarie
Europa no se reconoce enemigos pero tiene en el Estado Islámico a uno que le ha declarado una guerra total
La demostración de fuerza del EI se inscribe en el marco de su despliegue hacia los escenarios exteriores del norte de África y Europa, que coincide con su retroceso en Irak y en Siria. Con cuatro prioridades. Comprometer la tímida reactivación económica mediante el restablecimiento de barreras a los intercambios (la suspensión de Schengen costaría un punto de crecimiento) y la instauración de un clima de miedo e incertidumbre. Reforzar su influencia sobre una parte de la juventud y ampliar el reclutamiento de yihadistas. Aterrorizar a la población e instaurar un clima de guerra civil y religiosa. Impulsar, a partir de la descomposición del espacio Schengen, una dinámica de desintegración de la UE.
El balance es trágico. Europa no se reconoce enemigos, pero tiene en el EI a uno que le ha declarado una guerra total y persigue la destrucción de sus valores y su civilización. Por otra parte, Europa sufre el chantaje de los nuevos autócratas ruso y turco, y la garantía para su seguridad que representaba Estados Unidos es cada vez más relativa y aleatoria.
Este nuevo escenario exige una reorientación estratégica. Desde hace 60 años, Europa se ha construido a través del derecho y el comercio, y contra la guerra, haciendo de la seguridad una variable de ajuste. Hoy hay que dar prioridad a la elaboración de una estrategia de seguridad europea. Es cierto que los Estados son los únicos competentes en este campo, pero los atentados de París y Bruselas prueban que la amenaza ignora las fronteras. Las interacciones y los efectos de encadenamiento son tan poderosos en el terreno del terrorismo como en el de las finanzas. La solidez del conjunto vale tanto como su eslabón más débil: Grecia, en lo que se refiere a la deuda pública; Bélgica, en lo tocante a la seguridad, por su papel de santuario islamista y la debilidad de su Estado.
Las tragedias de París, Copenhague y Bruselas no pueden quedar sin respuesta. Debemos recuperar el valor para defender nuestras democracias generando seguridad para sus ciudadanos y no solo normas.
En 1935, en Viena, ante el ascenso de los totalitarismos soviético y nazi, Edmund Husserl concluía: “La crisis existencial europea solo tiene dos salidas: o la decadencia de Europa, ajena a su propio sentido vital y racional, la caída en la hostilidad al espíritu y en la barbarie; o el renacimiento de Europa gracias a un heroísmo de la razón. El mayor peligro para Europa es la lasitud”. No cedamos a la barbarie. Conjuremos la lasitud y el miedo. Reivindiquemos el heroísmo de la razón para combatir el islamismo radical, sin odio, pero sin descanso, hasta su erradicación.
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