14 de febrero de 2019
Mejor no haber nacido y no tener hijos: la filosofía que defiende la extinción humana
Mejor no haber nacido y no
tener hijos: la filosofía que defiende la extinción humana
Los filósofos antinatalistas opinan
que la vida no merece la pena
·
Compartir en Facebook
·
Compartir en Twiter
·
Compartir en otras redes
·
Enviar por correo
A este bebé nadie le ha
preguntado si quería nacer o no. Montaje de Anabel Bueno a
partir de una foto de Getty Images
Raphael Samuel, un joven de 27 años de Mumbai (India), asegura que quiere denunciar a sus padres por haberle
engendrado sin consultarle: “Quiero que la gente se dé cuenta de que ha nacido
sin consentimiento”, explicaba en un vídeo de YouTube en el que anunciaba su
campaña Stop Making Babies (Dejad de tener
bebés), un movimiento antinatalista, cuyos defensores lamentan haber
nacido y defienden que es mejor que no nazca nadie más.
Esta corriente filosófica no es solo
una broma de YouTube: tiene antecedentes en el fatalismo de pensadores como
Schopenhauer y Zapffe. Aun así, el primer libro dedicado por entero a la
defensa del antinatalismo es relativamente reciente, de 2006: Better Never To Have Been (Mejor no haber existido
nunca), del filósofo sudafricano David Benatar.
El antinatalismo de Benatar no es relativo, sino absoluto: este pensador
no defiende una contención de la natalidad por miedo a la superpoblación o por
los efectos de la humanidad sobre el medio ambiente. Ni siquiera dice que sea
mejor no haber nacido que llevar una vida infeliz. Al contrario, el filósofo escribe que “haber sido arrojado a la
existencia no es un beneficio, sino que siempre es un mal”. Siempre.
Benatar se basa en una idea que llama “la asimetría”: la ausencia de
dolor es un bien, pero la ausencia de placer no es ni un bien ni un mal. Es
decir, alguien que nace puede que disfrute de placeres (bien), pero también
sufrirá algún mal a lo largo de su vida (mal). En cambio, quien no nace ni
sufrirá ningún mal (bien) ni disfrutará de ningún placer (ni bien, ni mal). El
hecho de que la ausencia de placer no sea algo malo inclina la balanza en favor
de no haber nacido.
En su opinión, si ahora todos decidiéramos no tener descendencia y que
la humanidad se extinguiera, no causaríamos ningún mal a nadie, ya que no se
puede hacer daño a quien no existe.
¿Por qué tener
hijos?
Benatar admite que la mayor parte de la gente no considera que existir
sea algo negativo y eso les lleva a pensar que sus hijos compartirán esta
impresión. Es decir, cuando nuestros padres decidieron formar una familia
confiaban en que seríamos, como ellos, razonablemente felices. Pero esto no es
suficiente para Benatar, que recuerda que “no es posible obtener consentimiento
de nadie antes de que exista”. Nadie nos preguntó si queríamos nacer y, en
consecuencia, quienes deciden ser padres solo siguen sus propios intereses.
Aunque puedan parecernos exageradas, merece la pena detenerse en las
ideas de Benatar, sobre todo teniendo en cuenta que el propio filósofo admite
que son minoritarias y que es muy improbable que una generación decida
extinguirse. Es cierto que nadie puede preguntar a su descendencia si quiere
nacer o no, pero sí es posible detenernos a pensar por qué tenemos hijos y si
lo hacemos por ellos o por nosotros.
Christine Overall recuerda en su libro Why Have Children (Por qué tener hijos)que hoy en día los
humanos no tenemos la obligación de crear una familia. Esta filósofa, que no es
antinatalista, apunta que en la cultura contemporánea occidental solo se nos
piden explicaciones cuando no queremos tener hijos y no cuando queremos
tenerlos, cuando ambas decisiones tienen implicaciones éticas importantes.
Overall asegura que “tener un hijo para beneficiarnos nosotros es un
error moral”. Es decir, está
en contra de tener descendencia para que nos cuide cuando seamos mayores,
por ejemplo, o porque creemos que eso nos hará más felices. Tampoco piensa que
tengamos la obligación de traer niños al mundo por la sociedad, como si las
mujeres fueran “siervas procreadoras”. Por lo que difícilmente le parecerá
correcto el argumento de Pablo Casado, que recientemente apuntaba que “si queremos financiar las pensiones debemos pensar en
cómo tener más niños”.
El filósofo Peter Singer coincide con Overall en uno de los ensayos de
su Ética para el mundo real: “Muy pocos se preguntan si
existir es algo bueno para el niño”. Singer cree en el valor de la vida humana,
pero también subraya la importancia de recordar este valor antes de tener hijos
y hacer lo posible para que su futuro merezca la pena.
Incluso Benatar se ve obligado a admitir que la vida tiene algo de
valor, por poco que sea. Al menos si tenemos en cuenta la respuesta que da a
uno de los reproches que se le suele hacer: “¿Y por qué no te suicidas?”. Benatar
cree que existir es un mal, pero morir una vez existimos también lo es. No nacer es algo que en realidad no le
ocurre a nadie en concreto, y es así como lo defiende, pero la muerte nos llega
a cada uno de nosotros en particular.
Benatar compara estar vivo con presenciar una obra de teatro que nos
aburre. Quizás no sea tan mala como para irnos antes del final, pero si lo
hubiéramos sabido, seguramente no habríamos ido a verla.
Pero en realidad no somos espectadores de una obra, sino que actuamos en
ella e incluso tenemos cierta libertad para improvisar. Es decir, al contrario
de lo que sugiere Benatar, podemos hacer que la función sea algo menos
aburrida. Nadie nos preguntó si queríamos nacer, pero ya que hemos nacido, no
está de más aprovechar la oportunidad y colaborar para que sea más difícil que
nadie, ni siquiera Raphael Samuel, el tipo que ha iniciado este debate en
Youtube, lamente haber nacido.
Cuando
se habla sobre si tener o no tener hijos, a menudo se menciona un experimento
mental de Derek Parfit que llamó “La conclusión repugnante” y que está incluido
en su libro Razones y personas. Parfit parte de la idea
de que si aseguramos una vida mínimamente feliz para todas las personas que
nacen, cada nueva vida supone una cantidad mayor de felicidad en el mundo. Esto
le lleva a preguntarse si es mejor asegurarse de que haya mucha gente algo
satisfecha o poca gente extremadamente feliz. Reduciéndolo al absurdo,
podríamos concluir que el mejor futuro sería una sociedad en la que una
cantidad enorme de gente llevara vidas que apenas merecieran ser vividas, ya
que la cantidad total de felicidad sería mayor que la de una sociedad con menos
personas, aunque todas fueran extremadamente felices.
Parfit no estaba nada satisfecho con esta
conclusión (de ahí el nombre que le puso): buscar cualquier tipo de equilibrio
supone que es mejor que un número de personas no llegue jamás a nacer o bien
que las condiciones puedan ser más difíciles para todos. Se han intentado introducir soluciones a este ejercicio, como cuestionar cómo
medimos la calidad de vida o reevaluar lo que queremos decir al hablar de
"vidas que merecen la pena". Pero al final el problema sigue
presente: si el hecho de tener descendencia es bueno porque trae más felicidad
al mundo, ¿dónde ponemos el límite?
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario