PERISCOPIO
Blog Contra-Revolucionario
viernes, 1 de febrero de 2019
CONTRADICCIÓN – 02/02/2019
Al examinar la vida de Nuestro Señor, no encontramos nada que no excite a la más razonable, a la más alta, a la más firme admiración. Como Maestro, enseñó la plenitud de la verdad. Como Modelo, practicó la perfección del bien. Como Pastor, no escatimó esfuerzos, ni misericordia, ni severas amonestaciones para salvar a sus ovejas, y terminó dando por ellas su Sangre, hasta la última gota. Demostró su misión divina con milagros estupendos, llenó las almas de incontables beneficios espirituales y temporales. Extendiendo su solicitud a todos los hombres, en todos los tiempos, instituyó esta maravilla de las maravillas, que es la Santa Iglesia Católica. Por esto, Nuestro Señor fue amado. Hay en ser amado una forma particular de gloria. Y ésta Nuestro Señor la tuvo en proporciones únicas. A su alrededor el tropel del pueblo era tan grande, que los Apóstoles tenían que protegerlo. Cuando Él hablaba, las multitudes lo seguían en el desierto, sin pensar en abrigo ni en alimento. Cuando entró en Jerusalén, le prepararon un triunfo verdaderamente real. En materia de amor, esto es mucho. Las almas continuaron amándolo, en un momento de dolor inexpresable, cuando el Sepulcro se cerró y las sombras y el silencio de la muerte se abatieron sobre el Cuerpo desangrado. Sin embargo, hubo aún más. En el momento en que el aparente fracaso de la Pasión y Muerte dejaba caer un velo de misterio sobre la misión de Nuestro Señor, y parecía desmentirlo completamente, en el que todo parecía terminado, mil veces terminado, hubo almas que continuaron creyendo en Él y amándole. Fue la Verónica, fueron las santas mujeres, el Apóstol virgen, quienes continuaron amándole. Existió, sobre todo, más que todo, sin comparación, María Santísima que practicó de modo interrumpido actos de amor como jamás el Cielo y la Tierra juntos serían capaces de practicarlos con igual intensidad y perfección.
Cuando la persecución a los verdaderos católicos, sangrienta o sonriente, va creciendo en todo el mundo, el misterio del odio al bienhechor y al mismo Bien vuelve a presentarse. El odio y el amor a Nuestro Señor Jesucristo se explican porque Él fue puesto como signo de contradicción para ruina y resurrección de muchos en Israel: “Ecce positus est hic in ruinam, et in ressurrectionem multorum in Israel: et in signum cui contradicetur” (Luc. 2, 34).
ANOTACIONES DE COMENTARIOS DEL PROF. PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA SIN REVISION DEL AUTOR.
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