17 de septiembre de 2012
Sin parangón con Cataluña
EL DEBATE DE LA INDEPENDENCIA
Los expertos coinciden: “No es posible organizar en Euskadi un acto en favor de la independencia tan multitudinario como el celebrado la pasada semana en Barcelona”. Y no solo en número, dado que con la población del País Vasco (algo menos de 2,2 millones de personas) no se puede reunir al millón y medio de manifestantes que se concentraron en la capital catalana, según los Mossos d’Esquadra y la Guardia Urbana (600.000 según los cálculos de este periódico). Ni siquiera en proporción. El propio perfil de la sociedad, el de su clase política, la historia, la economía e incluso el nivel de autogobierno impiden cualquier parangón entre los casos de ambas comunidades autónomas, más allá del sentir soberanista arraigado en buena parte de su población.
Población. La comunidad autónoma vasca apenas llega a los 2,2 millones de habitantes, menos del 5% de la población española. En Cataluña, por el contrario, residen más de siete millones y medio de personas.
Economía. Con más de 200.000 millones de euros de Producto Interior Bruto (PIB) Cataluña es una de las primeras potencia económicas del país. Con apenas un tercio, el País Vasco ocupa la quinta posición. La renta per cápita, sin embargo, es mayor en Euskadi, que también disfruta de un Concierto Económico propio y soporta menores niveles de endeudamiento.
Empleo. La tasa de paro se aproxima al 22% en Cataluña, por debajo de la media española. Con apenas un 15%, pese a la crisis, el País Vasco disfruta de la situación más privilegiada, gracias a su potente tejido industrial, así como a una mayor apuesta por la internacionalización y la innovación.
Política. CiU gobierna Cataluña, mientras el PSE se mantiene al frente del Ejecutivo vasco.
La economía emerge como la llave que puede abrir el camino a la independencia respecto de España o, al menos, a su reivindicación mayoritaria. Así lo perciben sectores soberanistas vascos y catalanes, conscientes del malestar que la crisis ha provocado en la mayoría de la sociedad y convencidos de la posibilidad de un futuro mejor, basado en la autodeterminación.
Ambas comunidades, sin embargo, difieren desde este punto de vista. Mientras Cataluña padece desde hace años una sensación de agravio fiscal que, acrecentada ahora, la anima a buscar alternativas por su cuenta, el impacto más moderado de la crisis y, sobre todo, la existencia del Concierto y las posibilidades que de él se derivan han repercutido en una menor sensación de malestar en Euskadi.
“Los catalanes son muy litúrgicos y ceremoniosos, partidarios de actos multitudinarios y folclóricos como el de esta semana”, considera el catedrático Ramón Parada, experto en el Estado autonómico. “El vasco, en cambio, es mucho más visceral y solo se echa a la calle si está enfadado de verdad. Por eso es imposible en Euskadi una manifestación tan populosa como la de Cataluña”, añade. Los datos le avalan. Las marchas por la independencia vasca nunca han sido tan masivas ni unitarias. Las últimas, organizadas por la izquierda abertzale, han reunido en Bilbao a cerca de 50.000 personas, muy lejos de los varios cientos de miles congregadas el martes en Barcelona.
El sentimiento de malestar lleva tiempo incubándose en Cataluña, sobre todo desde que el Congreso primero y el Tribunal Constitucional modificasen a la baja la propuesta de nuevo Estatut que previamente había aprobado casi por unanimidad el Parlamento autonómico, con el único rechazo del PP. La crisis no ha hecho sino confirmar la sensación de perjuicio, económico especialmente, que cada vez más catalanes tienen respecto a su relación con España. Es un sentimiento que no ha germinado con tanta fuerza en Euskadi, donde la autonomía fiscal ha reforzado la percepción de autogobierno que ha satisfecho, hasta ahora al menos, a buena parte de la clase política.
Las elecciones autonómicas del próximo 21 de octubre, sin embargo, amenazan con alterar un escenario de reivindicaciones soberanistas inalterado durante los tres años largos de Gobierno del PSE. “Aquí no hemos llegado aún a la frustración repetida que ha sufrido Cataluña con su nuevo Estatut, pero un futuro Ejecutivo nacionalista planteará una revisión del autogobierno y no lo hará a la baja, lo que provocará también fricciones”, prevé el filósofo Daniel Innerarity. Y no descarta que la situación vasca se pueda asemejar a la catalana en los próximos años. “La habilidad de Rajoy y el próximo lehendakari resultarán decisivas” para la resolución de los posibles roces, avisa.
Innerarity recuerda que el “portazo” en Madrid al plan Ibarretxe en 2005 supuso un “primer encontronazo” que se podría repetir en los próximos años, porque “negar” el problema de encaje de Euskadi en España “no es más que cerrar los ojos y retrasar” la solución. En su opinión, la clave pasa por que la reivindicación vasca de una mayor soberanía, al igual que la catalana, cuente de antemano con un apoyo casi unánime en la Cámara de Vitoria. “Si es así y no tiene el debido reconocimiento del Estado, entraríamos en una espiral peligrosa, como está pasando en Cataluña”, avisa.
Las diferencias, en cualquier caso, no se limitan al escenario político. Son también históricas. En primer lugar, el sentimiento nacionalista cuenta con una trayectoria más dilatada en el País Vasco, que además goza de una especificidad institucional que le permite jugar la baza de la excepción en el conjunto de España. La situación de Euskadi y su nivel de autogobierno es inalcanzable para Cataluña, cuya reivindicación choca con la del resto de comunidades autónomas. Por eso la independencia gana peso frente a alternativas como la del pacto fiscal, según ha reconocido el propio presidente de la Generalitat, Artur Mas (CiU).
La amenaza del terrorismo de ETA, por otro lado, siempre ha jugado en contra de la generalización de una demanda de independencia en Euskadi. Cataluña no ha tenido que soportar ese problema. Su identidad, además, se ha ido forjando en los últimos años, poco a poco, desde la propia sociedad civil, a través de una red organizada que ha recorrido pueblos y comarcas con un programa de actividades encaminadas a ensalzar las bondades de la soberanía. “Es un movimiento que ha permanecido al margen de los grandes partidos y que ha estado impulsado por la gente joven”, describe el sociólogo Ander Gurrutxaga.
La reivindicación de independencia por parte de varios municipios catalanes o los referendos impulsados en más de un centenar de localidades durante los últimos años suponen no solo una muestra del arraigo que el sentimiento soberanista ha tenido entre las distintas capas de la población. Es también el reflejo de una base ideológica más proactiva que en el caso vasco. “Es un movimiento a favor de un objetivo, pero que no va en contra de nadie ni de nada. Ni siquiera de España. Se pudo comprobar en la manifestación de Barcelona, donde se evidenció una cualificación cívica elevada”, abunda Gurrutxaga.
La situación en Euskadi es inversa, según el sociólogo. “Durante décadas nos hemos dotado de una gran capacidad de confrontación: contra el Estado, contra ETA, contra el otro partido…”, enumera. En su opinión, mientras la reivindicación “fluye con tranquilidad en Cataluña”, el País Vasco debe asentar aún una paz definitiva, tras el cese definitivo de ETA. No en vano, el terrorismo ha supuesto un “importante lastre”, ya que ha polarizado a la población en torno a extremos ideológicos, dificultando la aparición de figuras con un perfil más moderado y corrientes en otros lugares, como Cataluña, donde “se puede reivindicar con normalidad la independencia sin necesidad de ser nacionalista”.
Los expertos convienen en que Euskadi y Cataluña solo comparten el arraigo identitario en un importante espectro de sus respectivas sociedades, si bien no descartan que las dos comunidades puedan avanzar en el logro de la independencia por separado, si ese es el verdadero objetivo de sus Gobiernos. En su opinión, resultará decisiva la gestión que del complejo encaje de ambas regiones haga un Ejecutivo central que por ahora, ante el acecho del déficit y los polémicos recortes, ha preferido relegar el pulso soberanista a un segundo plano. La maltrecha economía, sin embargo, la mantendrá en el candelero, al avivar la ilusión de una posible salida autónoma a la crisis. “España no tiene, a día de hoy, recursos ideológicos ni económicos para hacer frente a las reivindicaciones que se le plantean”, previene Gurrutxaga.
El futuro más inmediato se antoja agitado. No solo por la opción de un cambio de Gobierno en Euskadi o la amenaza de una recesión económica cada vez más intensa y que podría incidir en el separatismo como opción política, sino también por la puesta en marcha de iniciativas que podrían marcar el camino a seguir en el País Vasco y Cataluña, con independencia de su distinto perfil identitario, dificultando aún más una respuesta apropiada por parte del Gobierno popular de Rajoy. Más allá de Quebec, el referéndum por la independencia de Escocia que se celebrará en 2014 se presenta como un punto clave.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario