"Declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles..."
Con estas palabras proclamaba Pío IX hace hoy 164 años el dogma de la Inmaculada Concepción de María. El dogma declara que María quedó preservada de toda carencia de gracia santificante desde que fue concebida en el vientre de su madre Santa Ana. Es decir María es la "llena de gracia" desde su concepción.
Hoy recordamos también el milagro de Empel:
Flandes, diciembre de 1585. La guerra de Flandes se ha enquistado. España pugna por mantener los territorios de la Corona, que Felipe II ha heredado de Carlos I de España y V de Alemania.
La burguesía holandesa, con apoyo inglés y francés, ha abrazado el protestantismo calvinista y ha levantado la bandera de la independencia contra España. Los tercios españoles combaten en condiciones de extrema dureza. El apoyo inglés y francés ha dotado a los rebeldes flamencos de una potencia extraordinaria.
En un punto concreto del frente, la isla de Bommel, entre los ríos Mosa y Waal, combaten cinco mil españoles. Es el Tercio del maestre de campo don Francisco de Bobadilla.
Los rebeldes han descartado atacarles por tierra, demasiado respeto inspira la que entonces era mejor infantería del mundo. El conde Hollac, al mando de las tropas flamencas, trata de recabar el apoyo francés, pero su aliado debió recordar lo que dijo su compatriota Bonnivet: “Cinco mil españoles son cinco mil hombres de armas, y cinco mil caballos ligeros, y cinco mil infantes, y cinco mil gastadores, y cinco mil diablos”. Así que se rajaron los franceses.
Hollac diseña entonces un sitio marítimo, con barcos de poco calado, capaces de formar un cerco formidable a través de los canales, dejando desabastecidos a los hombres de Bobadilla, sin víveres, sin abrigo, sin esperanza alguna de recibir refuerzos. Lo sensato es rendirse, y los holandeses -con tal de no tener que llegar al cuerpo a cuerpo con los tercios- ofrecen una capitulación honrosa: retirada sin prisioneros y abandono del lugar conservando las banderas. Bobadilla no parece considerar mucho esa proposición: “Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos”. La frase parecería una fanfarronada si no fuera acompañada por centenares de hechos de armas en esas mismas tierras. Esos hombres son los que pocos años atr ás capturaron Tournai, Mastrique, reconquistaron Dunquerque y Nieuwpoort, pasearon sus banderas por Brujas y Gante, pusieron sitio y conquistaron Amberes… En fin que sus bravuconadas resultaban creíbles, así que el conde Hollac tiene una brillante idea para desbaratar la terca resistencia sin tener que chocar el acero con los sitiados: se dispone a inundar la isla de Bommel. Ordena volar los diques que contenían los ríos Mosa y Waal, dejando el terreno que ocupan los españoles prácticamente anegado. Sólo el montecillo de Empel sobresale de las aguas, y allí se refugian los soldados de los tercios, tan cansados como antes, tan hambrientos como siempre, y ahora, además, calados hasta los huesos y reducidos a un pedazo de tierra fácilmente bombardeable por el enemigo.
Mientras, el centenar de barcos holandeses ocupan todos los fuertes de la zona, uniendo esa artillería a la que ya vomitaba fuego desde las embarcaciones.
Era el 7 de diciembre. Además de plomo sobre el montecillo de Empel también caía la noche. Los hombres de Bobadilla cavan refugios desesperados, y la pala de un soldado choca con un objeto extraño, que al principio confunde con una piedra. Lo coge y sacude la tierra que lo envuelve, es un trozo de madera. Según sus manos retiran el barro y la arena, va descubriendo poco a poco colores azules y blancos, hasta que aparece al fin -sobre aquella olvidada tabla flamenca- la figura de la Inmaculada Concepción. El hallazgo no es una anécdota. Además de a su rey, aquellas tropas están allí sirviendo a una fe. De hecho en las ciudades católicas que están defendiendo -como Bolduque- los habitantes han sacado en procesión al Santísimo Sacramento rogándole por los sitiados. Y justo enton ces aparece aquella imagen de la Purísima. La devoción española a ese dogma que Roma tardaría aún varios siglos en reconocer se hace incluso más fervorosa entre los soldados. La Inmaculada es veterana de las Navas de Tolosa y de la conquista de Granada, a ella se encomendaron los vencedores de aquellas batallas. Y ahora aparecía allí, en aquella ratonera de Empel, donde sólo un milagro podía evitar la derrota....
Empel: Así ayudó la Inmaculada a los tercios
españoles
Por INFOVATICANA | 17
diciembre, 2017
La Inmaculada ha
tenido un protagonismo esencial en varios episodios muy importantes de
nuestra historia. El programa Tiempos Modernos de
Intereconomía aborda el conocido como Milagro de Empel y el patrocinio de la
Inmaculada sobre los tercios de Flandes e Italia.
A continuación,
puede leer también el artículo de José Javier Esparza sobre el Milagro de Empel
publicado en La Gaceta bajo el título “Empel: Un tercio para
un milagro”:
Flandes,
diciembre de 1585. La guerra de Flandes se ha enquistado. España pugna por
mantener los territorios de la Corona, que Felipe II ha heredado de Carlos I de
España y V de Alemania.
La
burguesía holandesa, con apoyo inglés y francés, ha abrazado el protestantismo
calvinista y ha levantado la bandera de la independencia contra España. Los
tercios españoles combaten en condiciones de extrema dureza. El apoyo inglés y
francés ha dotado a los rebeldes flamencos de una potencia extraordinaria.
En
un punto concreto del frente, la isla de Bommel, entre los ríos Mosa y Waal,
combaten cinco mil españoles. Es el Tercio del maestre de campo don Francisco de
Bobadilla.
Los
rebeldes han descartado atacarles por tierra, demasiado respeto inspira la que
entonces era mejor infantería del mundo. El conde Hollac, al mando de las
tropas flamencas, trata de recabar el apoyo francés, pero su aliado debió
recordar lo que dijo su compatriota Bonnivet: “Cinco mil españoles son cinco
mil hombres de armas, y cinco mil caballos ligeros, y cinco mil infantes, y
cinco mil gastadores, y cinco mil diablos”. Así que se rajaron los franceses.
Antes
la muerte que la deshonra
Hollac
diseña entonces un sitio marítimo, con barcos de poco calado, capaces de formar
un cerco formidable a través de los canales, dejando desabastecidos a los
hombres de Bobadilla, sin víveres, sin abrigo, sin esperanza alguna de recibir
refuerzos. Lo sensato es rendirse, y los holandeses -con tal de no tener que
llegar al cuerpo a cuerpo con los tercios- ofrecen una capitulación honrosa:
retirada sin prisioneros y abandono del lugar conservando las banderas. Bobadilla no parece considerar mucho esa
proposición: “Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya
hablaremos de capitulación después de muertos”. La frase parecería una
fanfarronada si no fuera acompañada por centenares de hechos de armas en esas
mismas tierras. Esos hombres son los que pocos años atrás capturaron Tournai,
Mastrique, reconquistaron Dunquerque y Nieuwpoort, pasearon sus banderas por
Brujas y Gante, pusieron sitio y conquistaron Amberes… En fin que sus
bravuconadas resultaban creíbles, así que el conde Hollac tiene una brillante
idea para desbaratar la terca resistencia sin tener que chocar el acero con los
sitiados: se dispone a inundar la isla de Bommel. Ordena volar los diques que
contenían los ríos Mosa y Waal, dejando el terreno que ocupan los españoles
prácticamente anegado. Sólo el montecillo de Empel sobresale de las aguas, y
allí se refugian los soldados de los tercios, tan cansados como antes, tan
hambrientos como siempre, y ahora, además, calados hasta los huesos y reducidos
a un pedazo de tierra fácilmente bombardeable por el enemigo.
Mientras,
el centenar de barcos holandeses ocupan todos los fuertes de la zona, uniendo
esa artillería a la que ya vomitaba fuego desde las embarcaciones.
Era
el 7 de diciembre. Además de plomo sobre el montecillo de Empel también caía la
noche. Los hombres de Bobadilla cavan refugios desesperados, y la pala de un
soldado choca con un objeto extraño, que al principio confunde con una piedra.
Lo coge y sacude la tierra que lo envuelve, es un trozo de madera. Según sus
manos retiran el barro y la arena, va descubriendo poco a poco colores azules y
blancos, hasta que aparece al fin -sobre aquella olvidada tabla flamenca- la
figura de la Inmaculada Concepción. El hallazgo no es una anécdota. Además de a
su rey, aquellas tropas están allí sirviendo a una fe. De hecho en las ciudades
católicas que están defendiendo -como Bolduque- los habitantes han sacado en
procesión al Santísimo Sacramento rogándole por los sitiados. Y justo entonces
aparece aquella imagen de la Purísima. La devoción española a ese dogma que
Roma tardaría aún varios siglos en reconocer se hace incluso más fervorosa
entre los soldados. La Inmaculada es veterana de las Navas de Tolosa y de la
conquista de Granada, a ella se encomendaron los vencedores de aquellas
batallas. Y ahora aparecía allí, en aquella ratonera de Empel, donde sólo un
milagro podía evitar la derrota.
Prometiendo
a la Virgen
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Oficiales
y soldados corrieron a construir un altar de piedras y barro, y sobre él la
bandera con las aspas de San Andrés, para venerar la imagen encontrada, a la
que le rezan una Salve.
Terminada
la oración, reconfortados aquellos hombres por aquella casualidad que haría
sonreír con escepticismo a nuestras mentes modernas, Bobadilla se dirige a sus
hombres: “¡Soldados! El hambre y el frío nos llevan a la derrota; el milagroso
hallazgo viene a salvarnos. ¿Queréis que se quemen las banderas, se inutilice la
artillería y abordemos de noche las galeras, prometiendo a la Virgen ganarlas o
perder todos, todos, sin quedar uno, la vida?”. Y quisieron.
El
plan era desesperado, pero no había otra alternativa: subir a bordo de algunas
barquichuelas que tenían, desafiar a la artillería enemiga y tratar de tomar al
abordaje los barcos holandeses. Pero lo verdaderamente prodigioso vino después.
Porque un viento poderoso y glacial comenzó a azotar aquellas tierras y
aquellas aguas. Todo se envolvió en hielo. Los barcos holandeses no tuvieron
más remedio que retirarse antes de quedar bloqueados. Para los españoles, por
el contrario, renacía la esperanza.
Tal
parece que Dios es español
A
marchas forzadas, corriendo sobre el hielo del río, los tercios de Bobadilla
asaltaron los fuertes, que cayeron uno tras otro. Y lo mismo hicieron con los
barcos que no habían podido escapar. Capturaron diez navíos, víveres, toda la
artillería y munición enemiga, hicieron dos mil prisioneros… una victoria total
que sólo unas horas antes parecía imposible. No sólo a los españoles les
pareció aquello fruto de una intervención divina. También Hollac empezó a
sospechar que luchaba contra fuerzas demasiado poderosas: “Para mí, tal parece
que Dios es español al obrar tan grande milagro”.
La
batalla aún continuó dos días. Llovió y el hielo se deshizo. Los holandeses
tuvieron que retirarse. La imagen de la Inmaculada fue trasladada a la iglesia
local en Balduque. Hasta entonces, cada tercio tenía su patrón o patrona;
después del Milagro de Empel la Inmaculada se convirtió en patrona de todos los
tercios de Flandes e Italia. Se fundó luego la cofradía de los Soldados de la
Virgen Concebida sin Mancha. Su primer cofrade fue Bobadilla. A ella
pertenecerán todos los alistados en los Tercios de Flandes e Italia.
El 12 de noviembre de 1892, la reina
regente Doña María Cristina firmaba la orden que daba carta institucional a lo
que ya era un hecho consumado desde tres siglos atrás: la advocación de la
Inmaculada como patrona del Arma de Infantería
¿Fue
un milagro? No hay dictamen canónico al respecto, aunque el insólito fenómeno
meteorológico que tuvo lugar aquel 8 de diciembre de 1585 en la isla de Bommel
ha sido objeto de estudio e investigación por historiadores y meteorólogos
holandeses. Hoy el Instituto de Meteorología holandés se limita a certificar
que aquello, la concatenación de circunstancias que produjeron que el agua
alrededor de la isla de Bommel se helase en una sola noche, fue un fenómeno por
completo inusual y nunca visto en esas tierras. Desde luego aquellos hombres sí
creyeron que la Purísima había acudido a rescatarles. Así, por el milagro de
Empel, la Inmaculada es la patrona de la Infantería.
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