Blog Contra-Revolucionario
miércoles, 12 de diciembre de 2018
SALA – 13/12/2018
El
emperador Carlos IV se marchó a vivir a Bohemia, la actual República Checa, de
donde era rey y toda la Corte se trasladó con él, por lo que construyó la
fortaleza de Carlstjen, a unos 80 kilómetros de Praga, para proteger el tesoro
del Sacro Imperio. Es un castillo que se conserva muy bien.
En su interior fue construida por un
artista francés una sala, usada también como capilla dedicada a la Santa Cruz,
en la cual se guardaba la corona de Carlomagno. Dentro de ella el rey se sentía
totalmente emperador. Y efectivamente allí uno se siente entero, es la sala por
excelencia. Es la gravedad con ornato perfectamente realizada. Se puede
calificar de fabulosa, de un feérico monumental con las paredes forradas por
2.946 piedras semipreciosas, con el techo y los arcos totalmente dorados
tendiendo al gótico, algo entre alemán y eslavo, con cuadros de santos, obispos
y emperadores o guerreros.
Al verla se piensa que es una
conquista para el espíritu pues una porción de cosas nace en el alma. Esto es
una especie de bendición dada por la Señora de todos los Pueblos. Uno se siente
bendecido por Ella, como si dijese, aquí esta lo que buscabas en esa eterna
búsqueda por algo que admirar. Los que tienen una especial vocación para lo fabuloso aquí encuentran la
realización de una fábula. Una sala tiene valor en la medida que favorece la
conversación por lo que también desde ese punto de vista esta sala es de gran
valor, por ejemplo, para tratar sobre el esplendor, término esencialmente
contrarrevolucionario.
La definición de esplendor como
brillo intenso es pobre. Es mucho más noble y solemne. Un aspecto de la
espiritualidad contrarrevolucionaria consiste en el momento de encontrarse con
algo maravilloso explicitar cómo eso evoca a Dios, viendo por una parte su
belleza y por otra su sacralidad. El brillo es propio de lo temporal y el
esplendor es más evocativo de lo sobrenatural. Habla de un universo de
realidades más alto y hace sentir nostalgia del paraíso en el que el hombre
vivía en un universo altamente simbólico, brillante y esplendoroso. Después del
pecado original los ambientes perdieron el aspecto paradisíaco y se hicieron
opacos, el esplendor se volvió ocasional. Hace pensar, atrae, ayuda a olvidarse
de sí mismo, destruye el egoísmo, ayuda a ser humilde viendo algo superior que
atrae. Tiene algo de poético, desproporcionado con nuestra condición humana,
como si fuera de otra dimensión. Hace sentir la presencia de Dios, impone
respeto, recogimiento e introspección ante el contraste con la mediocridad y
vulgaridad de tantos ambientes de la vida cotidiana.
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