10 de diciembre de 2018
NACHO ALDAY - PAZ
Blog Contra-Revolucionario
viernes, 7 de diciembre de 2018
NACHO ALDAY - PAZ – 08/12/2018
Con
respecto a la paz, hay dos actitudes doctrinales completamente diferentes, que,
por desgracia, la gente confunde a menudo:
La posición de la Iglesia Católica,
que considera la paz como un bien inestimable, pero admite la guerra en algunos
casos como un derecho y en ciertos casos incluso como un deber sagrado.
La posición de los pacifistas que
consideran la guerra como un mal intolerable y, por tanto, la paz como un bien
que a toda costa debe ser preservado.
Sobre la cuestión de la legitimidad
de la guerra, demos dos ejemplos clásicos. Uno es la legítima defensa. El otro
es la guerra santa. En el caso de la legítima defensa, la guerra es un derecho
indiscutible. En el caso de la guerra santa, no existe sólo un derecho, sino un
deber.
Estos son los principios de la
doctrina católica que se sintetizan en un pensamiento de San Agustín: el más
grave de los males de la guerra no está en la mutilación o destrucción de
cuerpos perecederos que, antes o después, han de corromperse en las entrañas la
tierra, en la humilde sombra de una tumba. El gran mal de la guerra es la
ofensa que Dios recibe con ella. Porque no se puede concebir un conflicto en el
que ambas partes sean totalmente inocentes. Al menos una de ellas tiene que ser
culpable. Y la ofensa que Dios recibe con la injusticia del agresor es, en el
fondo, el mayor mal que una guerra puede causar.
La paz obtenida a costa permitir la
consumación de la injusticia sería una suma injusticia a los ojos de Dios. Opus Justitiae pax, la paz es el fruto de la justicia.
Ahora bien, si la ofensa que Dios
recibe con una agresión injusta es grande, ¿qué decir de la ofensa por Él
recibida con la victoria del agresor y con la transformación de la injusticia
en un estado de cosas estable y duradero, que se convierta en una injuria
permanente a la Divina Majestad? La paz fruto de evitar la guerra permitiendo
la consumación pacífica e incruenta de la injusticia, cuando ésta podría
evitarse con la reacción armada, esa paz sería una suma injusticia a los ojos
de Dios y el pueblo avasallado clamará venganza con la misma vehemencia
patética con que clamó venganza la sangre inocente de Abel.
Así pues, imaginar cómo algunos
imaginan que debemos a toda costa evitar la guerra, aunque la paz así obtenida
signifique la injusticia campeando como el principio supremo del orden
internacional, es totalmente contrario a la doctrina católica.
La Iglesia
predicó varias cruzadas contra el islam cuando amenazó el Santo Sepulcro de
Nuestro Señor Jesucristo y la libertad religiosa de las poblaciones cristianas
allí residentes.
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