19 de junio de 2017
En la muerte del torero Iván Fandiño: la grandeza del héroe derrotado
En la muerte del torero Iván Fandiño: la grandeza
del héroe derrotado
Un referente de
valentía, se encerró en solitario en las Ventas con los toros más duros
Fandiño
recibe de rodillas a uno de sus toros el pasado 29 de mayo, su última tarde en
Las Ventas. PLAZA1
| EPV
Iván Fandiño fue uno de los v
erdaderamente grandes. Es muy lamentable
reconocerlo ahora que su cuerpo carece ya del pálpito de la vida, pero así es.
Fandiño llegó a la fiesta desde su natal Orduña, donde había más
pelotaris que aficionados a los toros; tuvo que perder muchos de los cien kilos
que pesaba cuando se hizo un nombre ante el frontón, y se instaló en
Guadalajara, donde conoció a su amigo y mentor Néstor García, con quien ha
compartido su vida torera hasta el instante final. En tierras manchegas aprendió
el oficio, y desde el más absoluto anonimato, sin más ayuda que la de su
esfuerzo personal, irrumpió en la fiesta y se encaramó hasta lo más alto.
A Fandiño se le notaba en la cara la huella del sacrificio: tez color
aceituna, seriedad en el semblante, hombre de pocas y sentenciosas palabras…
Pero encerraba en su interior la fuerza descomunal de un valor sin mancha y de
una acendrada vocación por la que luchó hasta el último aliento de su vida.
Fue figura a pesar del sistema que dirige la fiesta de los toros; desde
la libertad y la independencia, y de la mano de su apoderado y confidente, que
estuvo a su lado siempre, cuando el triunfo le permitió esbozar la que parecía
un forzada sonrisa y en los momentos de soledad taurina, que no fueron pocos.
Protagonizó la heroicidad de aceptar un muy complicado desafío cuando se
encerró con seis toros de las ganaderías más duras en la plaza de Madrid, y no
le perdonaron su fracaso. Lo apostó todo y lo perdió casi todo. Lo expulsaron
de la cima, se sintió incapaz de superar su propia decepción y ha muerto sin
volver a encontrar el camino que se ganó por derecho propio.
El dolor y los adjetivos se agotaron con motivo de la muerte de Víctor
Barrio; hoy, es preferible recordar a Iván Fandiño en sus momentos de gloria,
la que se ganó exclusivamente con su esfuerzo.
Se hizo grande en Madrid, donde protagonizó continuadas tardes de éxito.
Su ascensión comenzó en 2011, se confirmó al año siguiente, ganó en 2013 el
premio a la mejor faena isidril y sufrió un grave percance, y alcanzó la gloria
de la puerta grande el 13 de mayo de 2014.
Es de justicia recordar hoy el que fue el triunfo más importante en la
carrera de Iván Fandiño.
Bajo el título ‘Una locura maravillosa’, la crónica publicada en este
periódico decía lo siguiente:
“El
público de Las Ventas, entusiasmado con la faena vibrante, temperamental y
arrebatadora de Fandiño al bravo y encastado toro quinto de la tarde, se quedó
de piedra cuando el torero tiró la muleta y se perfiló para matar sin defensa
alguna a metro y medio de dos perchas astifinas que asustaban desde el tendido.
“Está loco”, pensó la plaza entera. Y Fandiño, entre el silencio ensordecedor
de la tensión extrema, se tiró materialmente sobre el morrillo del animal, que
lo encunó entre los pitones, lo lanzó hacia el cielo hasta dar una vuelta de
campana completa antes de estrellarse contra la arena. El torero se levantó
movido por un resorte para comprobar, feliz, que la espada estaba enterrada en
todo lo alto. Y los tendidos, de forma unánime, estallaron en un grito
emocionado, expulsado del alma, incapaz a estas alturas de aguantar tanta
turbación. ¡Maravillosa locura…!
Hacía
tiempo que no se vivía un momento tan arrebatador como el que protagonizó Iván
Fandiño, que expuso la vida de verdad, y apostó sin dudarlo entre la puerta
grande o la enfermería”.
Aquella tarde, Iván Fandiño se jugó la vida y ganó la gloria. Su sonrisa
abierta, sorprendente por infrecuente, era la imagen de la felicidad. No solo
había cometido la locura de entrar en matar sin muleta, sino que volvió loca a
la plaza con su valor y entrega sin medida.
Después, instalado en su consideración de figura indiscutible, se
atrevió con el salto mortal sin red, y se anunció el 29 de marzo de 2015,
Domingo de Ramos, en solitario, en Madrid, ante seis toros de las ganaderías
más duras del campo bravo. Esa sí que era una locura de un torero enloquecido
con su profesión.
Su primer triunfo fue llenar la plaza hasta la bandera, abarrotada de
aficionados que no daban crédito a que existiera en estos tiempos un torero
capaz de tamaña gesta; y el segundo, volver al hotel por su propio pie. Pero
entre uno y otro se abrió un abismo. Se lo jugó todo a una carta y perdió.
En el fondo, fue un reto al sistema; si los toros le hubieran ayudado, y
no le fallan las ideas ni la espada, se hubiera erigido en el jefe indiscutible
del toreo.
Pero no fue así. Le hicieron pagar su descaro, no fue capaz de superar
el fracaso y ha muerto sin volver a sonreír vestido de luces.
Quede, sin embargo constancia, de su gallardía como torero, reflejada en
unas líneas que quisieron expresar entonces lo vivido una de las tardes
verdaderamente históricas de la tauromaquia.
La crónica de aquel día decía, entre otras cosas, lo siguiente:
“Una
monumental división de opiniones despidió a Iván
Fandiño cuando el torero atravesaba el ruedo de la plaza al
final de la corrida en la que había lidiado con escasa fortuna seis toros de
hierros legendarios. Pero lo hizo con paso firme y convencido, seguramente, de
que había realizado la mayor gesta de su vida, sin suerte, sin recompensa y con
el sabor de la derrota en los labios.
Se
marchó Fandiño, pero quedó en la plaza el aroma de un héroe; vencido, pero un
héroe cuya gesta debiera marcar un antes y un después en la moderna
tauromaquia. Una heroicidad es llenar la plaza de Las Ventas en pleno mes de
marzo. Esa es una hazaña reservada para muy pocos. Otra, y no menos importante,
es encerrarse con seis toros de las ganaderías más temidas por la torería andante,
nombres que asustan con solo nombrarlos; y una tercera, si cabe, salir por su
propio pie de la plaza, que no es poco.
No
triunfó. Bueno, si triunfa con los toros que le tocaron en suerte, lo suyo
hubiera alcanzado el nivel de una epopeya verdaderamente histórica. Pero
Fandiño ha demostrado algo muy importante: que es posible otra fiesta de los
toros, basada en la emoción del protagonista fundamental de este espectáculo;
ha demostrado que el aficionado está cansado de animales aborregados y moribundos,
y que son necesarios héroes de verdad, capaces de apostar por la muerte o la
vida, por el éxito más rotundo o el fracaso más discutido.
Por
eso, en la derrota más cruel, Iván Fandiño ha firmado una página brillante de
su propia historia y para la gloria de la fiesta taurina”.
Fue un héroe derrotado, pero héroe por encima de todo.
Treinta actuaciones en Madrid, que se dice pronto, 11 orejas y una
puerta grande. Balance de figura del toreo.
Adiós a Iván Fandiño, torero de triste mirada, grande entre los grandes.
Adiós a un referente de la torería…
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