8 de junio de 2017
Así empezó y terminó el Popular: el banco del Opus que financió al PCE
Así
empezó y terminó el Popular: el banco del Opus que financió al PCE
La entidad, que entró en la élite de la gran banca
española bajo el mandato de Luis Valls, se resistió a la política de fusiones y
se hundió con la fiebre inmobiliaria
De
izquierda a derecha: José Luis Leal (AEB), Javier Valls Taberner (Popular),
Francisco Luzón (Argentaria), Emilio Ybarra (BBV), Mariano Rubio (gobernador
del Banco de España), Alfonso Escámez (Central), Mario Conde (Banesto), José
María Amusátegui (Hispano), Emilio Botín (Santander) y Luis Valls Tabernes
(Popular), en un homenaje a Rubio. Vídeo: clientes y accionistas del Banco
Popular muestran su preocupación. RAFA SAMANO / COVER / ATLAS
Hace ahora exactamente 40 años, en vísperas
de las primeras elecciones democráticas que España celebraba tras la dictadura
franquista, una noticia rompió todos los esquemas: el Banco Popular concedía al PCE dinero con que financiar su campaña. La entidad, presidida por Luis
Valls-Taberner, iba contracorriente. El partido comunista, que había sido
legalizado solo dos meses antes y afrontaba los comicios con muchas esperanzas,
había encontrado el rechazo generalizado de toda la banca, lo que ponía en
peligro su participación. Pero aquel banquero, miembro numerario del Opus
Dei para
más inri, apoyaba a los comunistas. Anatema
para el resto del sector.
No era la primera vez que Valls cambiaba el
paso a sus colegas, que le conocían como “el banquero florentino”, seguramente
por su pose y singular personalidad. Pocos meses atrás se había negado a
aportar los cuatro millones de pesetas que habían pedido a los grandes bancos
para la creación de la Confederación Empresarial Española (CEE), promovida por
Agustín Rodríguez Sahagún (mano derecha en asuntos empresariales de Adolfo
Suárez). Luego la CEE se integraría en la CEOE.
El Popular fue el único que se negó de los
entonces conocidos como los siete grandes bancos: Banesto, Central, Hispano
Americano, Bilbao, Vizcaya, Popular y Santander (por orden de activos).
De aquellos siete, solo quedan dos. Los bancos vascos se juntaron en el BBV
(luego lo harían con Argentaria, que había agrupado a toda la banca pública)
tras fracasar la opa del Bilbao sobre Banesto, comenzando al baile de las
fusiones. Y se da la circunstancia de que el último, el Santander, se ha comido
a cuatro (los tres primeros, en los noventa, y al Popular, ahora).
El Popular ha resistido los embates hasta ahora.
Siempre se quiso mantener al margen, aunque “sin perder la perspectiva y estar
atento a cualquier señal que le diera el Gobierno”, como le gustaba decir a
Valls. Prefería estar a lo suyo. Se había especializado en los años setenta en
banca comercial y se alejó de la industrial, sin obsesionarse por avanzar en la
clasificación de los siete grandes. Se escudaba para ello en que se había
convertido en un banco moderno, que, año tras año, era calificado como el más
rentable del mundo. En todo caso, una pieza de caza mayor que, a medida que se
avanzaba en la integración europea y la globalización, era cada vez más
codiciada por el resto de entidades, españolas y extranjeras.
La primera andanada que recibió fue la del
Hispano, al frente del cual el Banco
de España había colocado a Claudio Boada, y la Banca
March. Para los March, el Popular ya había sido objeto de deseo desde mucho
antes. Al Banco de España no le parecía mal, pero a Valls, sí. Era casus
belli. Le
pareció una traición entre colegas y encima tuvo que enfrentarse al gobernador,
Mariano Rubio. El florentino banquero logró frenar el asedio e iniciar una política de alianzas ante
posibles futuras asechanzas con entidades como la aseguradora Allianz, que ha
seguido hasta estos días, o los bancos Rabobank e Hipobank, y accionistas
individuales vinculados al Opus Dei, ya consolidado en el seno de la entidad
con la que empezó a coquetear en la postguerra, que cuenta con una sindicatura
de accionistas con mucho peso en el capital. Al tiempo hizo alguna escaramuza,
poco significativa, en Portugal, Francia (donde se alió con Crédit Mutuel) y
Florida.
Mientras todo evolucionaba, Valls observaba
los movimientos y la llegada de nuevos actores al sector sin, aparentemente,
inmutarse. Junto a Botín (Santander) y Alfonso Escámez (Central), fue uno de
los pocos que no acudió, por ejemplo, a la investidura como doctor honoris
causa del
banquero de moda, Mario Conde, en junio de 1993 (en diciembre de ese año
sería intervenida Banesto). Tampoco se había mojado en febrero de 1983 cuando
el Gobierno socialista expropió Rumasa, presidida por su correligionario del
Opus, José María Ruiz-Mateos, quien le acusó de haberse puesto de perfil e
incluso de haber instigado la operación.
Luis Valls, que durante varios años
compartió la presidencia con su hermano Javier (un hombre en sus antípodas por
su forma de ser), abandonó el máximo cargo en 2004 y murió en 2006. Dejó el
puesto a Ángel Ron, un ejecutivo de la casa al que le recetó
que mantuviera la independencia y no se metiera en camisas de once varas. Quizá
transgrediendo la proclama de Valls o llevado por otros convencimientos, decidió comprar el Banco Pastor, una entidad asentada principalmente en
Galicia. El transcurso del tiempo ha demostrado que el Pastor fue una operación
fallida, que más que sumar restaba. Para entonces, el banco ya estaba metido de
hoz y coz en el ladrillo, con un riesgo que a marzo de 2017 supera los 36.000
millones y que ha sido la causa definitiva de su caída en picado.
Ron no supo enderezar la nave pese a las
dos multimillonarias ampliaciones de capital y haber acordado con la familia
mexicana Del Valle desarrollar BX+ en aquel país y adquirió el negocio de
tarjetas de Citibank en España. Luego ya vino su sustitución por Emilio
Saracho,
cuyo mandato ha sido tan breve como confuso; el interés de compra por parte de
varias entidades que (esta vez sí) sabían que el Popular no iba a resistir en
solitario, y la decisión de urgencia del Santander mientras el banco se
derretía en Bolsa.
91 años de vida
El Popular había nacido en 1926 como Banco
Popular de los Previsores del Porvenir por iniciativa del ingeniero de minas
Emilio González-Llana Fagoaga, miembro del Partido Conservador. En los
cuarenta, tras la Guerra Civil, trató de adquirir la Banca Arnús para asentarse
en Cataluña; pero le birló la compra el Central, que entonces presidía Ignacio
Villalonga y que tuvo el mérito de situar el banco entre los grandes y dotarlo
de un importante grupo industrial con presencia en los principales sectores.
Los hermanos Valls-Taberner Arnó, hijos del
historiador Ferrán Valls Taberner, habían aterrizado en el Popular en plena
postguerra de la mano de su primo Felix Millet Maristany, un empresario
barcelonés dedicado a los seguros padre del imputado expresidente del Palau de
Barcelona. Millet, un hombre de profundas convicciones religiosas, se había
hecho con las riendas del Popular en 1944, y tuvo de mano derecha a Juan Manuel
Fanjul Sedeño, lo que abrió las puertas del banco al Opus Dei, que se hizo
fuerte en su fortaleza.
Para Valls lo ideal para los banqueros era “estar
cerca de la política y no sentir la necesidad de intervenir en ella”
A partir de ahí tuvieron una carrera
imparable. En 1957, el mayor de los hermanos, Luis, fue nombrado vicepresidente
y, de facto, comenzó a llevar las riendas de la entidad, de la que sería
nombrado presidente en 1972. La entidad no dejaba de ser un pequeño banco
familiar, que modernizó y colocó entre los grandes. La pertenencia al Opus Dei
le permitió conectar con los emergentes ministros que la organización iba
colocando en el Gobierno de Franco y que participaron en el resurgimiento
económico a partir del Plan de Estabilización de 1959.
Para Luis Valls lo ideal para los
ejecutivos de la gran banca era “estar cerca de la política y no sentir la
necesidad de intervenir en ella”. En esos años, los empresarios (y sobre todo,
los banqueros) ganaron peso político. Un peso que se reflejó en la Transición,
cuando los presidentes de los siete grandes celebraban aquellas comidas en la
sede del mayor (Banesto) con José María Aguirre Gonzalo como anfitrión, en las
que hacían y deshacían en una actuación concertada que en estos tiempos estaría
radicalmente condenada por las autoridades de la competencia.
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