19 de junio de 2017
El Rey realza su perfil diplomático tras la etapa adversa de la Corona
El Rey realza su perfil diplomático tras la etapa
adversa de la Corona
Felipe VI cumple
tres años en el trono con la representación internacional como horizonte
EL
PAIS - Madrid 19 JUN 2017 - 09:15 BRT
Tras la visita
de Estado a Japón, en la que el Rey abrió puertas al Gobierno y los empresarios,
los destinos de Reino Unido, Marruecos o Cuba levantan muchas expectativas para
España. Felipe VI, ha cumplido su primer trienio en el trono superando
adversidades, ahonda en una etapa en la que sus vínculos en la representación
internacional puede ser de gran utilidad para los intereses de España.
El
Rey recibe las cartas credenciales del nuevo embajador de Filipinas, Philippe
Lhuillier Jones. PACO CAMPOS EFE
Con la absolución de la infanta Cristina el pasado 17 de febrero empezó
el principio del fin de la etapa adversa de la Corona en España, que acabó
forzando la abdicación de Juan Carlos I el 2 de junio de 2014 y la proclamación
de Felipe VI, de la que se cumple el tercer aniversario este lunes sin ninguna
celebración oficial, aunque el Rey tiene un acto en la agenda sin palabras con
escolares en el Museo del Prado, tratando de identificar la Corona con la
cultura y uniendo historia con futuro.
Los tres primeros años del Rey en el trono, con los drásticos cambios
introducidos para salvar la institución, han estado conmocionados por ese
proceso y lastrados por la interinidad institucional tras la eclosión del
multipartidismo. Pero ese tiempo también ha sido el de la reversión del proceso
de descrédito de la Corona ante la opinión pública.
La sentencia absolutoria (que en ningún caso es el primer paso hacia la
rehabilitación de la Infanta, ni siquiera el de su acercamiento a La Zarzuela)
y la aparente estabilidad política han mitigado por ahora el estado de ansiedad
que ha vivido la Casa del Rey en este tiempo. Sin embargo, los relámpagos
siguen rasgando el fondo del horizonte.
El alivio político ha reavivado la actividad institucional del Rey,
tanto en España como en el exterior, aunque a un ritmo irregular, y, a menudo
particular, que le impone el Gobierno, que es al que, según la Constitución,
corresponde esa tarea.
Tras haberse curtido en cinco rondas de consultas, que le han aportado
un profundo conocimiento de la clase política y han reforzado su imagen como
jefe de Estado en un momento de fragilidad institucional, el Rey sigue teniendo
en el horizonte internacional su frente de expansión más potente.
En este nuevo tiempo, más allá de la proyección como reciente jefe de
Estado, es aquí donde los valores añadidos de la Corona, a través de los
vínculos que mantiene con las monarquías de otros países, se cargan de
contenido y adquieren mayor trascendencia.
Su reciente viaje de Estado a Japón, donde mantiene sólidos lazos con la
Familia Imperial, ha sido la primera muestra de ese potencial diplomático. Felipe VI ha
facilitado sin duda los contactos del Gobierno y unos empresarios muy
interesados en insertar a España y sus empresas en el flujo del corredor
marítimo Indo-Pacífico, un área de creciente importancia económica y
estratégica.
Su presencia ha engrasado también la relación entre ambos países con
vistas a los intereses de España en la cooperación bilateral y en los aspectos
particulares del Tratado de Libre Comercio y el Acuerdo de Asociación
Estratégica que negocian la Unión Europea y Japón. Como puede haber contribuido
a la disposición de los grandes empresarios japoneses a aumentar las
inversiones en nuestro país y a abrir vías a alianzas empresariales con España
como puerta de acceso a Sudamérica.
En ese sentido, la visita Estado
que el Rey realizará a Reino Unido en las próximas semanas, entre el
12 y el 14 de julio, se presenta como una nueva oportunidad para que sus
vínculos con la Familia Real británica, sin ser un factor categórico, puedan
constituir un componente favorable de cara a los acuerdos bilaterales que ambos
países puedan llegar a adoptar en un nuevo marco de relaciones tras el Brexit, en el que los intereses cruzados son muy
intensos.
Algo que también puede resultar positivo con Marruecos, donde las
relaciones entre ambas monarquías vienen de lejos y han resultado determinantes
en momentos de dificultad. El Rey tiene previsto visitar este año el país
vecino con el que España mantiene fricciones más o menos constantes en varios
frentes y también colaboraciones cruciales como en el ámbito del terrorismo.
Territorios afines
Pero esa cualidad de enlace aventajado
en las relaciones internacionales va más allá de las correspondencias entre
monarquías y se proyecta por los territorios afines, como los que conforman el
imaginario hispanoamericano, aun sin haber sentado los fundamentos de una
auténtica Commonwealth española.
Para los representantes de Hispanoamérica, la figura del Rey, por
simultaneidad cultural y no ser una consecuencia política del Gobierno de
turno, se sitúa en un plano simbólico diferente al del Ejecutivo español y su
presidente. El ejemplo más
extremo lo suministra Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela, amparándose
al Rey en sus exaltadas refriegas con el Ejecutivo español, pero la historia
diplomática reciente está plagada de muestras más verosímiles y consistentes.
Esa renta de situación, que ya aprovechó Juan Carlos I y sirvió a muchas
empresas y trabajadores españoles para ampliar su horizonte, puede resultar muy
oportuna para abrir las puertas atrancadas. Como, por ejemplo, Cuba, país que
todavía no ha visitado el Rey a causa de las contrariedades que mantienen ambos
Gobiernos y al que podría ir antes de la retirada de Raúl Castro en febrero de
2018.
La figura del Rey está descargada de las ansiedades que comparten las
autoridades cubanas y españolas y puede allanar las dificultades para que
España se incorpore al futuro de la isla, donde otros países llevan tiempo
posicionados. En este ámbito, la función del Rey se perfila como una
herramienta que puede resultar de gran utilidad a los intereses generales en
este nuevo tiempo.
Pero más acá del ámbito internacional, ese potencial diplomático puede
ayudar a encauzar situaciones internas desbordadas como la crisis territorial
catalana. En la situación límite del conflicto independentista catalán el Rey
también podría desempeñar algún cometido extraordinario como símbolo de la
unidad y la permanencia del Estado, al que corresponde la función arbitral
moderadora del funcionamiento de las instituciones, en este caso el Gobierno de
España y la Generalitat.
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