8 de noviembre de 2015
El espíritu del Sínodo: ¡la maldición es para todos!
El espíritu del
Sínodo: ¡la maldición es para todos!
THE REMNANT 28 octubre, 2015
Todos hablan de lo conseguido en las últimas tres semanas de Sínodo. Ya se ven los primeros editoriales sobre la clausura ¿Y qué debemos pensar de todo ello? La dificultad de encontrarle sentido radica en que no partimos de premisas reales. Desde el principio se nos dio información inexacta, y como aconsejaba Aristóteles, no sólo será imposible alcanzar una verdadera conclusión, sino que a medida que avancemos serán cada vez más los errores.
Las informaciones publicadas hasta hoy nos cuentan que, tanto el Sínodo como los conflictos de la Iglesia en general, tienen su origen en diferencias entre los obispos “conservadores” de Juan Pablo II y Benedicto XVI y los liberales de Francisco y Kasper (Kung, Mahoney, Bernardin, etc). Este cuento ha sido adoptado por los medios de comunicación laicos y católicos. Desde el pontificado de Juan Pablo II, los católicos bien intencionados han sido adoctrinados para creer que la Iglesia está dividida entre “obispos conservadores buenos” y “obispos liberales malos”. A esto se suma el mito de que tanto el Papa como “el Vaticano” pertenecen al bando conservador.
Esto ha cambiado en los últimos tiempos con el relato de la facción liberal, respaldado por los medios de comunicación laicos. Francisco supone un cambio profundo en esa creencia, ya que él y sus amigos reformistas están en guerra con la curia “conservadora” del Vaticano, elegida mayormente por Juan Pablo II y Benedicto, los papas “conservadores”.
Esto lo han rechazado enérgica y desesperadamente los “medios católicos convencionales”, que en otros tiempos fueron organismos del partido “conservador”. Canales de noticias como el National Catholic Register y EWTN son reconocidos como parte del grupo “conservador”, y alcanzaron fama durante el largo intervalo de Juan Pablo II y Benedicto. El apelativo quedó y se utilizó para crear una imagen simplificada de la Iglesia, completamente falsa. Desde entonces, se han hecho algunos pequeños ajustes. El obispo que pensábamos que estaba de “nuestra” parte resultó ser un liberal disimulado, ¡qué escándalo! Pero el paradigma “liberal frente a conservador” ha sido nuestro esquema de trabajo. Y lo malo es que está completamente errado.
Hemos utilizado este esquema erróneo para analizar lo que sucede en Roma, en el Sínodo y otras operaciones de relaciones públicas como las visitas del Papa, sus discursos improvisados, etc. De ahí proviene toda esa narrativa. El otro día, John Allen exponía en un artículo algunas posibles variantes para las conclusiones del Sínodo, y enumeró las más obvias: “Sínodo amañado” (…) ”Nueva era de inclusión y de escuchar” (…) [aquí se puede añadir cualquier (tontería) periodística] bla bla bla…¿Cuál es el verdadero? Adivine.
Lo malo es que el Sínodo ha demostrado al mundo que todo ese esquema es falso. En los últimos cincuenta años hemos puesto todo nuestro esfuerzo en encontrar y definir la diferencia entre los “conservadores buenos” y los “liberales malos”, y este mes ha quedado demostrado que todo era un espejismo.
En realidad, los argumentos y escándalos del Sínodo no tienen que ver con dogmas ni doctrinas en sí. La batalla es por principios. Y lo que ha demostrado el Sínodo es que las diferencias entre obispos “buenos” y “malos” son falsas. Lo cierto es que no son diferentes porque todos aceptan básicamente los mismos principios o premisas generales: “La Iglesia era mala, pero gracias al Concilio Vaticano II ahora somos maduros y podemos mirar al mundo moderno como parte de la Iglesia, con la frente erguida y en lugares como la sede de las Naciones Unidas, en igualdad de condiciones en cuanto a asuntos internacionales.”
Todos los obispos concuerdan en esto. TO-DOS.
Esto es así porque en los últimos cincuenta años era la única prueba válida para ser nombrado obispo. Aceptar la evolución de los acontecimientos tras el grandioso Concilio después del cual ya no sería necesario celebrar más es lo que los hace parte del consejo de administración.
Este acuerdo sobre el maravilloso Concilio es el atributo que hace apto para el episcopado moderno. Es la razón por la que todos se quedaron hasta el final, por muy escandaloso que se volviera. No importaba que los cardenales y obispos blasfemaran o maldijeran al Señor porque el ideal de misericordia que Él tiene es diferente al de ellos. Daba igual que el Papa los amenazara e insultara.
Las disputas entre ellos eran sobre doctrina, considerada un simple tema de debate por los hombres modernos de la Iglesia. De ahí surgían todas esas noticias sobre lo bien que se llevaban todos en el Sínodo y de que a pesar de sus desacuerdos en alguna doctrina o práctica pastoral todos eran tan amigos y tan felices. Hemos oído hablar de la “unidad” y de “acuerdos de caballeros”. Es que, en líneas generales, están en el mismo bando.
¡Por eso los cardenales Pell y Napier se esforzaron tanto por asegurar a los fieles que jamás se opondrían al Papa! Es la razón por la que se nos cayó el alma a los pies cuando el arzobispo Chaput dijo que entre los obispos no hay campos de batalla. Nos dicen la pura verdad.
Y esto va para cada uno de los obispos (y aspirantes al cargo) a quienes se considera de los “buenos”. Por esto tenemos un Napier, un Chaput o un Pell, que nos dicen con toda sinceridad que se habló en medida suficiente de las inquietudes expresadas por los 13 firmantes de la carta al Papa. Era cierto. Mientras los cardenales y obispos blasfemaban y rechazaban la fe, sus inquietudes tenían que ver con los procedimientos. Dijo Pell: “Todo lo que deseamos, sea bueno, malo o indiferente lo que se diga en el Sínodo, esté representado.”
“A largo plazo redunda en beneficio de todos, porque sea cual sea el resultado, a la gente le gusta tener la impresión de que los obispos llegaron a él por medios honrados”. No se trata de la salvación de las almas. Ni de corregir cincuenta años de herejía modernista desenfrenada. Ni de la matanza continua de millones de inocentes. Sino de que los obispos sean representados equitativamente.
“La actitud entre los padres sinodales ha sido más amistosa de lo que imaginan los comentaristas,” continuó Chaput. “No hay ‘revolucionarios’ ni ‘reaccionarios’ en el aula del Sínodo; tan sólo obispos que intentan afrontar temas delicados y determinar un rumbo correcto para la Iglesia a la luz del Evangelio.” Estoy segura de que creyó que decía algo reconfortante.
No fue una traición; nunca fueron los héroes de la fe católica tradicional que los medios y blogueros pseudoconservadores querían que fuesen.
Hoy nos están llegando las primeras oleadas de editoriales, todos sobre el cuento de la oposición entre “liberales y onservadores”, cuando no se trata de eso. Las conclusiones variarán dentro de la misma línea de que el Sínodo ha puesto al descubierto profundas divisiones en el seno de la Iglesia, y nada más, pero la mayoría no la identificarán correctamente. John-Henry Westen, de LifeSiteNews, dice que la culpa es del Papa por permitir que se ventilen herejías en el Sínodo, pero no se detiene a pensar cómo es que los herejes llegaron tan lejos. Sin duda, otros culparán a “conservadores” intransigentes como Pell o los 13 signatarios de intentar descarrilar el magnífico “proceso sinodal”. Desde luego, es lo que ya hemos oído sobre el cardenal Wuerl y sus chicas.
Ahora tenemos que soportar noticieros que compiten para ver cuál emite algo que no haya dicho ya otro. En CNS tenemos a Cindy Wooden diciéndonos: “Una pregunta más profunda sobre el Sínodo: ¿Cómo debe relacionarse la Iglesia con un mundo más abierto?” Muy profundo, sí. Gracias, Cindy.
Un colega de What’s Up with the Synod escribió: “Creo que tengo alguna forma del Síndrome de Tourette, pero en vez de maldecir con palabras soeces estos desafortunados tiempos, grito: ¡PASCENDI!’ de tanto en tanto.” Seguramente los obispos concederán entrevistas tras la votación. No les quepa duda de que sólo hablarán de lo maravilloso que fue, de lo bien que se entendieron en sus desacuerdos y fueron una parte valiosa del proceso sinodal, de que están impacientes por oír el discurso del Papa y (si él decidiese escribirlo) leer su resumen escrito, y bla bla bla; ¡por un oído me entra y por otro me sale!
A nosotros nos huele a podrido, porque la verdad es que lo está. 1300 enmiendas propuestas para un documento final, redactado sin prestar atención a lo que decían los obispos, y por el mismo grupo de herejes tramposos y manifiestos que generan los documentos sinodales en los últimos dos años. Si los obispos dedican cinco minutos a estudiar cada enmienda, tardan 108 horas. Por tanto, tenemos a los padres sinodales expresando su “gran aprecio y admiración por la labor de los redactores que lograron plasmar el trabajo de las últimas tres semanas en el documento de trabajo…” Y, por supuesto, las inevitables exclamaciones de: “¡Viva, ganaron los buenos! ¿Ven? ¡Les dijimos que todo saldría bien! ¡Confíen en el proceso! ¡Los obispos saben lo que hacen!”
Pero la realidad se está revelando tal cual es, a la vista de todos. En este Sínodo se ha intentado fundar una Iglesia enteramente nueva. De hecho, en una de las conferencias de prensa de los últimos días, un obispo lo dijo fuerte y claro.
“El documento final es importante, pero es más importante que el Papa haya presenciado la experiencia sinodal, que sepa lo que está pasando y pueda hacer algo con ello.” [Ahora, si alguno dice que Francisco no sabe lo que se dice y hace en su nombre, cualquiera podrá burlarse y dejarlo públicamente en ridículo con la conciencia tranquila.] Porque absolutamente todo, desde el cuestionario hasta las últimas felicitaciones ante las cámaras, no han sido más que teatro.
La postura tradicionalista está estrechamente relacionada con la clásica advertencia de Aristóteles: se empieza por cometer un pequeño error, y mientras se avanza no se hace otra cosa que multiplicar, agravar y aumentar el error.Y el error del comienzo es tan grande como los Apeninos.
Nuestro enojo con los obispos del Sínodo, tanto con los “buenos” como con los “malos”, es a nivel de los principios. Es el Concilio Vaticano II, junto con la misa Novus Ordo, lo que hay que extirpar antes de hacer ninguna corrección. En efecto, la Iglesia debe dar marcha atrás. Si en una bifurcación se equivoca uno de camino, la solución no es seguir avanzando con la esperanza de que algún día los caminos vuelvan a juntarse.
Negarse a afrontar este principio, y por consiguiente no captar la verdadera naturaleza del problema, es lo que genera una confusión dolorosa entre pseudoconservadores buenos cada vez que un obispo “bueno” hace algo “malo”.
Cuando un Chaput dice a una organización provida que está a favor de dar a las víctimas de violación la abortiva pastilla del día después en hospitales católicos, los gritos de conmoción y traición resuenan en todo el mundo. “¡Y pensábamos que estaba de nuestra parte!”
Rezo con esperanza por que el Sínodo haya logrado enseñar que, si bien podemos coincidir con los obispos “buenos” en algunas doctrinas de la Iglesia -sobre todo en las relacionadas con el sexo- nuestra queja con ellos está precisamente a nivel de los principios. En estos, los “conservadores buenos” están de parte de los airados progresistas. Y debo decir que contra nosotros los fieles.
Al aclarar este paradigma, entendemos por qué tantos “conservadores buenos” desprecian a los tradicionalistas. Pueden percibir nuestra oposición a su postura en importantes cuestiones dogmáticas y eclesiales.
Voy a resumirlo para todos los columnistas que tratan de entender por qué un Sínodo lleno de “buenos” que en la “votación” del documento final “rechazaron” el programa de Kasper, CONTINUARÁ AVANZANDO PARA PEOR. Aunque el documento final sea un modelo (de lo que pasa por) ortodoxo (en la era postconciliar).
Hasta ahora teníamos la costumbre de pensar que el episcopado se repartía en dos facciones, y en cierto modo ha resultado útil para analizar el régimen del Novus Ordo. La confusión ha surgido porque no nos dimos cuenta de que todos están en el bando erróneo y eso les impide ser útiles en la lucha que libramos. Seguirán rechazando la única solución posible: la restauración.
Lo vengo diciendo desde hace años: el Novus Ordo NO ES CATOLICISMO.
Los tradis lo saben.
Ahora ya lo sabe también el resto del mundo.
Hilary White
[Traducción: Marilina Manteiga. Artículo original]
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