4 de noviembre de 2015
No nos enteramos
El 18 de agosto de 2006, las playas de Canarias batieron el récord de llegadas de inmigrantes irregulares: 512. Y ese fin de semana, las autoridades contabilizaron 1.268 indocumentados. El Gobierno sacó la calculadora: si ese ritmo se mantenía, podíamos esperar unas 175.000 llegadas al año. Estos sucesos, seguro que lo recuerdan, desataron una especie de histeria colectiva. Con los telediarios retransmitiendo en directo las llegadas, los medios comenzaron a hablar de “crisis de los cayucos”, el Gobierno convocó al gabinete de crisis y la diplomacia española se desplegó por todo el África subsahariana para lograr acuerdos de repatriación.
Más recientemente, el 6 de febrero de 2014, en lo que la prensa describió como un “asalto masivo”, entre 250 y 450 inmigrantes intentaron entrar en Ceuta. Y un mes después, 500 inmigrantes lo lograron en Melilla en un solo salto. Cuando ese mes un polémico informe del CNI avisó de que 30.000 inmigrantes esperaban para saltar a España toda medida fue poca: se reforzaron las vallas, se instalaron concertinas y se abrió el paso a las “devoluciones en caliente” y al uso de balas de goma, con funestas consecuencias.
Comparemos cifras. En el punto álgido de la crisis de los cayucos, en 2006, se registraron 39.180 llegadas. Y en 2014, 14.000 personas intentaron saltar la valla en Melilla pero sólo 2.000 tuvieron éxito. Ahora imaginen la situación en Grecia, con 9.000 personas llegando cada día a sus costas, es decir, todas las llegadas a Canarias de 2006 cada cinco días. O piensen en Eslovenia, un país de dos millones de habitantes con un ejército de 7.300 soldados que en solo una semana ha visto deambular por su país a 50.000 personas. ¿Se imaginan de qué estaríamos hablando si 9.000 personas estuvieran llegando diariamente a las playas de Almería? ¿O qué diríamos si un millón de sirios atravesara España en una semana? Tan inmersos que estamos en los contorsionismos políticos y jurídicos de Artur Mas, ERC y la CUP que no nos enteramos de lo que está pasando ahí fuera. Y lo que está pasando ahí fuera es de una magnitud descomunal. Como lo serán sus consecuencias. Pero preferimos no enterarnos. @jitorreblanca
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