27 de octubre de 2012
Gutiérrez Mellado, el militar de la Transición
LA CUARTA PÁGINA
Estamos conmemorando el centenario del nacimiento del general Gutiérrez Mellado. Para las generaciones que vivieron la Transición supone la ocasión de recordar el protagonismo de un gran servidor del Estado. Pero muchos españoles, jóvenes y no tan jóvenes, apenas tienen más que un recuerdo aproximado de la significación del general. No está de más poner en valor sus méritos. Primero, como ejemplo de compromiso y, segundo, hacer presente un modo de enfrentarse a la situación convulsa y dinámica que nuestra sociedad transitó en los años posteriores a la muerte de Franco, una situación en la que de verdad nos jugábamos el futuro de España. Quizá sea la presión del subconsciente, pero no me resisto a decir que acaso puedan extraerse algunas consecuencias para situar los problemas de hoy.
Gutiérrez Mellado fue la figura militar de la transición política. Pero quizá convenga explicar un poco el contexto. Entendemos por transición el paso de un régimen autoritario a un régimen democrático caracterizado por elecciones libres y el ejercicio de las libertades ciudadanas. En el núcleo del problema suelen estar situados los ejércitos, porque las dictaduras tienden a apoyarse en las organizaciones que disponen del uso de la fuerza. De tal manera es así que el núcleo duro de la transición es el asentamiento de la supremacía civil, es decir, la ubicación de los ejércitos en el entramado social bajo el poder único del Estado democrático.
Así pasó en España. Numerosos militares participaron en la actividad política y formaron parte de las instituciones durante el franquismo, pero, probablemente por desconfianza del propio Franco, los ejércitos no intervinieron como tales en el sistema y solo limitadamente pudieron ejercer su influencia. A la muerte de Franco adolecían de muchas carencias: estaban sobredimensionados, sus cuadros habían envejecido, se encontraban mal equipados, con problemas de formación y aislados internacionalmente. Con todo, seguían manteniendo una fuerte presencia social: las fuerzas de orden público eran militares, los tribunales castrenses tenían una amplísima jurisdicción y, según la llamada doctrina del enemigo interno, las fuerzas armadas organizaban su despliegue mediante la ocupación del territorio nacional.
No improvisó. Quiso salir al paso de las carencias de los ejércitos y puso en marcha su ‘modernización’
Es verdad que en los setenta el Ejército ya no era monolítico. Apareció entonces el más importante movimiento de democratización de las fuerzas armadas, la UMD (Unión Militar Democrática), y un ala liberal entre los altos oficiales, bien que minoritaria, comenzó a expresar su doctrina. Pero la situación descrita alimentó la viejacuestión militar que, junto con la cuestión territorial y la cuestión religiosa, fueron los tres grandes problemas en la historia del constitucionalismo español. El hecho es que los ejércitos se sienten llamados a garantizar unos valores superiores que supuestamente definen el sentido de la patria, que están por encima de la autoridad democrática y cuya conculcación les legitimaría para intervenir. Por eso sería necesario mantener una fuerte dosis de autonomía con respecto del poder civil.
A esto hay que añadir la presión terrorista, que tomó como foco principal a los miembros de las fuerzas armadas con la intención de desestabilizar la implantación del sistema democrático provocando la involución militar. Entre 1978 y 1980 los terroristas provocaron 329 víctimas mortales, la mayoría militares.
En este contexto, el Gobierno de Adolfo Suárez va gestionando las crisis al tiempo que implanta la reforma política a partir de julio de 1976. El vicepresidente militar dimite como consecuencia de la reforma sindical, el ministro de Marina lo hace con motivo de la legalización de los partidos de izquierda, el restablecimiento de la Generalitat de Cataluña provoca un agudo conflicto interno. Precisamente como consecuencia de la primera de las dimisiones entra en el Gobierno el teniente general Gutiérrez Mellado; es septiembre de 1976 y puede decirse que ahí comienza la transición militar.
El nuevo vicepresidente se aplica de inmediato a implantar sus criterios. Gutiérrez Mellado no improvisó. Quiso salir al paso de las carencias de los ejércitos y puso en marcha en poco tiempo un conjunto de medidas que atendían principalmente a las preocupaciones de lo que él llamó, mejor que reforma militar, modernización de las fuerzas armadas. Reguló los ascensos para salir al paso del envejecimiento de los cuadros profesionales, las retribuciones para solventar el pluriempleo de los militares, creó el Instituto Social de las Fuerzas Armadas para aplicar en el campo militar la protección social vigente en la Administración civil, procuró la integración social de los ejércitos instituyendo el Día de las Fuerzas Armadas. Como quiera que una de sus preocupaciones fundamentales fuera la organización de los ejércitos de acuerdo con criterios de eficacia, creó la Junta de Jefes de Estado Mayor y elaboró una primera ley de órganos superiores de la defensa. La aplicación de ciertos criterios ligados a la autonomía de la línea de mando se compensó con la apertura de cauces que permitieron la adaptación en la década siguiente de las estructuras militares a un concepto más estricto de integración institucional.
Pero, sobre todo, dedicó un esfuerzo especial a implantar algunas medidas de calado para apartar a los militares de la política o para reformular con arreglo a criterios democráticos la naturaleza de la organización militar.
Al primer objetivo obedece un decreto-ley muy temprano, promulgado tan solo unos meses después de llegar al Gobierno, que obligaba a los militares a solicitar el retiro si pretendían realizar actividad política o sindical e, incluso, desempeñar altos cargos en la Administración. La medida fue criticada entonces desde diferentes perspectivas y aun hoy por algunos analistas de la Transición. Sin perjuicio de la generalidad de su aplicación, la norma pretendía salir al paso de la vinculación de los militares a la política que había constituido una de las claves del régimen franquista. El propio Gutiérrez Mellado hubo de pasar al retiro en aplicación del criterio inspirado por él.
Al segundo objetivo responde, principalmente, la iniciativa de elaborar unas nuevas ordenanzas para las Fuerzas Armadas que se promulgan precisamente el mismo día que la Constitución. Las Reales Ordenanzas son la “regla moral de la institución militar y el marco que define las obligaciones y derechos de sus miembros”. E introducen, entre otras cuestiones, una nueva regulación de la obediencia debida por cuya virtud los militares no están obligados a cumplir las órdenes que vulneren la Constitución o el ordenamiento jurídico.
La medida a la que concedió el propio general la mayor importancia reformadora fue la creación en 1977 del Ministerio de Defensa, que había sido dividido al final de la Guerra Civil. En efecto, además de asegurar una mayor eficiencia y coordinación en la administración de las Fuerzas Armadas, el nuevo ministerio constituyó una plataforma de extraordinario valor para llevar adelante el núcleo de la reforma militar que se pone en marcha durante la década siguiente y que nos permite contar hoy con unos ejércitos modernos, bien formados, socialmente integrados y que constituyen un instrumento fundamental para el ejercicio de la soberanía del Estado.
Gutiérrez Mellado acaba su mandato en febrero de 1981. Deja el Gobierno junto a Adolfo Suárez después de haber regalado al pueblo español un gesto de honor de viejo militar el día 23 en el Congreso de los Diputados.
No fue un visionario. Fue un militar que construye su proyecto sobre el conocimiento profesional, pero que sabe asumir un compromiso histórico que le ocasiona no pocos problemas personales. Es posible que el discurrir del tiempo le hubiera impulsado a avanzar más allá en el cumplimiento de sus objetivos, pero también es cierto que lo que se hizo más tarde, durante la etapa de consolidación de la transición política, pudo hacerse porque se había construido una base suficiente por parte de Gutiérrez Mellado. Ese es el mérito fundamental de la transición militar y del personaje en particular. Esto le reconoce hoy la sociedad española y los ejércitos, de los que fue capitán general.
Gustavo Suárez Pertierra fue ministro de Defensa y de Educación y Ciencia.
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