-
20 de enero de 2015
Martirio cristiano: entre el yihadismo y el relativismo
Martirio cristiano: entre el yihadismo y el
relativismo
(San Sebastián 2015)
Queridos sacerdotes concelebrantes; queridos donostiarras y devotos de
San Sebastián; estimadas autoridades:
Un año más, damos gracias a Dios por poder celebrar la fiesta de
nuestro santo patrono. Es de suponer que él, San Sebastián, nunca nunca
imaginara en vida, que su memoria habría de ser tan ruidosa… Y no me refiero
tanto a los redobles de la tamborrada, cuanto al eco que su martirio ha tenido
y sigue teniendo a lo largo de una historia tan dilatada. Un soldado de la
guardia pretoriana del emperador romano, veinte siglos después, es para
nosotros un referente luminoso. En realidad, es la muerte de Cristo la que
resulta luminosa, porque los mártires no han hecho sino intentar reproducir y
aplicar las actitudes de Cristo crucificado en sus propias circunstancias.
En efecto, la muerte de Jesucristo no solo es fuente de vida eterna
para nosotros, sino que también es un modelo aleccionador sobre cómo afrontar
la hora de la prueba: El Señor no devolvió mal por mal; murió perdonando a sus
verdugos, e incluso murió obteniendo la conversión de alguno de ellos (como es
el caso del centurión romano que estaba presente en el momento de la
crucifixión). De esta forma, Jesús nos descubre en qué consiste el verdadero
martirio: Mártir es el que da la vida por amor; el que está dispuesto a perder
la vida con minúscula, antes de perder la Vida con mayúscula; el que testimonia
que Dios es amor, y que no hay amor más grande que dar la vida por aquel a
quien se ama (a Dios, sobre todas las cosas; y al prójimo, como a uno mismo).
Pues bien, el martirio de San Sebastián, que es el martirio de
Jesucristo, alcanza una particular luminosidad por la actualidad del terrorismo
yihadista. En efecto, el término “mártir” está siendo deformado, hasta llegar a
ser considerado sinónimo de un fanatismo seudoreligioso que impulsa a la
inmolación en atentado terrorista. Se trata de una perversión del término, ya
que aquí el “mártir” deja de ser víctima, para pasar a ser verdugo; deja de
tener el amor como motor de su vida, para cambiarlo por el odio; su mensaje
final deja de ser el del perdón, y pasa a ser la venganza…
Lamentablemente, el inicio del año 2015 se ha visto convulsionado por
los atentados del terrorismo yihadista en el corazón de Europa. La opinión
pública se ha conmocionado, y los periódicos y las tertulias se han prodigado
como nunca, queriendo entender y valorar lo ocurrido. Por desgracia, parece que
no terminamos de ser conscientes del drama de la vida, mientras que no
acontezca en casa. Arrastramos una visión miope de la historia y de la
geografía, por motivo de nuestro eurocentrismo. Sin embargo, ¡hay vida más allá
de nuestras fronteras!: el ébola existía antes de que alguien de entre nosotros
se contagiase; el drama humano de los subsaharianos existía antes de que las
pateras llegasen a nuestras costas; y los cristianos estaban siendo perseguidos
en Oriente desde hacía mucho tiempo; antes de que nosotros nos sintiésemos
amenazados en Europa…
Lo acontecido en las semanas precedentes, deja patente el riesgo de un
choque de trenes entre un Oriente amenazado por el fundamentalismo fanático, y
un Occidente amenazado por el relativismo laicista. Sí, se trata de dos modos
muy diversos de fundamentalismo, pero, ambos errados. Y, es obvio que quienes
vivimos en Europa, identificamos con mucha mayor facilidad el fundamentalismo
de Oriente, que el de casa… Sin embargo, en estos días hemos sido testigos de
diversos signos que evidencian la existencia también de ese fundamentalismo
occidental:
Por ejemplo, el hecho de que se haya pretendido reivindicar el derecho
a la blasfemia, como algo inherente al concepto occidental de libertad, es
muestra de nuestra profunda crisis de relativismo, además de ser un profundo
error desde el punto de vista estratégico, ante el resto del mundo. Sería
terrible tener que elegir entre una fe patológica y un laicismo blasfemo e
irrespetuoso.
Otro signo que hemos escuchado con frecuencia tras el atentado de
París, es la acusación al hecho religioso de ser la causa de la violencia: la
raíz de la violencia estaría en las religiones. Según esta acusación, la fe
religiosa se creería en posesión de la verdad, de donde nacería toda violencia.
En definitiva, la acusación de Marx de que la religión es el opio del pueblo,
sería cierta, por lo que el mundo estaría condenado a seguir en guerra mientras
la humanidad no superase el hecho religioso. Pero claro, quienes hacen este tipo
de reflexiones antirreligiosas, olvidan que en la historia de la humanidad se
ha ejercido la violencia en nombre de Dios; como también se ha ejercido la
violencia en nombre del ateísmo (al grito de “la religión es el opio del
pueblo”, decenas de millones de personas fueron asesinadas en el siglo XX);
como también se ha ejercido la violencia en nombre de la libertad (¡recordemos
la guillotina francesa!); o en nombre de la raza, del dinero, del deporte, etc.
Y es que… ¡todo son excusas para eludir la propia responsabilidad! Las causas
esgrimidas para justificar la violencia son una mera coartada; olvidando que el
egoísmo, el materialismo, la soberbia, el deseo de poder, los celos, la envida…
son las verdaderas causas de la violencia.
Mención aparte merece el hecho de que ese choque de trenes entre el
fundamentalismo occidental y el oriental, se agrava por las políticas
internacionales de los países occidentales, que por ignorar el hecho religioso,
han cometido errores gravísimos, los cuales no han hecho sino dar alas a los
fanatismos religiosos en Oriente.
En definitiva, la manera de luchar contra el yihadismo no puede ser la
burla del hecho religioso, ni la reivindicación de una libertad de expresión
para faltar al respeto. Nuestro Papa Francisco ha tenido la valentía de decir
en el contexto de su viaje a Asia, que la libertad de expresión tiene sus
límites. Sus palabras han sido criticadas, pero sin duda alguna, aportan una
bocanada de aire fresco en medio de la confusión: La religión se pervierte cuando
justifica la violencia; y la libertad de expresión se corrompe cuando falta al
respeto…
Entre una fe fanática y patológica, por un lado; y un materialismo
hedonista e irrespetuoso del hecho religioso, por otro; sencillamente no
queremos elegir. La alternativa al fundamentalismo yihadista no es la blasfemia
ni el relativismo de una sociedad sin valores espirituales, sino una sociedad
abierta al verdadero sentido religioso de la vida, en la que se practique el
respeto, el encuentro y el diálogo entre todas las religiones, así como el
encuentro y diálogo constructivo entre creyentes y no creyentes.
Y volviendo a la fiesta que nos convoca, la figura de San Sebastián
dignifica al verdadero mártir: el que no responde al mal con la misma moneda;
el que muere perdonando; el que testifica que hay valores demasiado importantes
como para regatearles el precio.
La
mayor aportación a la paz que podemos hacer en este momento los cristianos, es
comprometernos a desterrar de nuestro interior todo odio, todo rencor, todo
racismo, toda antipatía. En definitiva, trabajar para que reine en nosotros el
amor que inundó a nuestro santo patrono. ¡San Sebastián, ruega por nosotros!
-
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario