2 de septiembre de 2013
El pasado manda en la Iglesia del futuro
LUCIA MAGI Venecia 31 AGO 2013 - 21:46 CET37
A los cinco meses del inicio de su pontificado, Francisco ha destituido al todopoderoso Tarcisio Bertone, de 78 años, salpicado por el escándalo de las filtraciones de los documentos vaticanos (el llamado Vatileaks), y ha nombrado nuevo secretario de Estado al nuncio apostólico en Caracas, el arzobispo Pietro Parolin. Con este gesto, el Papa argentino vuelve a la vieja escuela diplomática del Vaticano para arreglar a su imagen y semejanza el frente interno: la curia romana.
El nuevo secretario de Estado, un auténtico vicepapa (le sustituye si está enfermo, por ejemplo), tendrá control sobre la diplomacia y las finanzas del Vaticano. En declaraciones a Radio Vaticano, Parolin dijo que su nombramiento era “una sorpresa de Dios” y expresó su “renovada voluntad y total disponibilidad” a colaborar con el Papa por el bien de la Iglesia y el “progreso y la paz de la humanidad”. Para asuntos clave como la corrupción y la pederastia contará con el nuevo código aprobado recientemente.
El nuevo número dos de la Iglesia nació en el norte de Italia, cerca de Venecia, el 17 de enero de 1955. Ordenado sacerdote en 1980, seis años más tarde entró en el servicio diplomático vaticano. En noviembre de 2002 fue nombrado vicesecretario del departamento de Exteriores de la Secretaría de Estado, a las órdenes de Angelo Sodano. Su “línea de real politik, concreta y siempre dispuesta a mediar, abierta al diálogo” —según la descripción realizada por Lucio Brunelli, veterano vaticanista de la RAI 2—, contribuyó a gestionar las delicadas relaciones con China y Vietnam.
Hace cuatro años fue enviado a Caracas. “Era una persona de mucho aprecio entre los embajadores en la Santa Sede”, afirma el analista del semanal Panorama Ignazio Ingrao. “Recuerdo muy bien su disgusto cuando supieron que debía dejar Roma”.
Antes de abandonar el Tíber, Ratzinger le ascendió a arzobispo. Pero muchos leyeron aquella promoción como un alejamiento. Fue Bertone quien insistió en destituir a Parolin. Quería —y lo logró— sustituirle por Ettore Balestero, quien poco antes del cónclave fue enviado por Benedicto XVI como nuncio a Bogotá.
Las luchas entre bandos de interés contrapuestos eran muy agudas en aquellos momentos, tanto que justo en la misa en la cual nombró obispo a Parolin el Papa dijo: “El sacerdocio no es un dominio, sino un servicio”. Es el mismo concepto que Francisco repite a menudo.
“Sin embargo”, subraya Rachel Donadio, corresponsal en el Vaticano deThe New York Times, “Ratzinger era un sutil teólogo, concentrado en detallar las cuestiones doctrinales más que en regir con fuerza las riendas del Gobierno interno”. Los tiempos han cambiado. Y Parolin vuelve a los sagrados palacios como vicejefe de todo aquello. Termina la era de Bertone, que los documentos de Vatileaks pintan como el protagonista de un lobby de poder.
El nuevo primer ministro entrará en su despacho el 15 de octubre. Le queda tiempo a Parolin para cerrar los asuntos pendientes en Caracas y organizar su mudanza a Roma. Le queda tiempo a Bertone para llevar a cabo su último encargo: presidir el peregrinaje internacional a Fátima, en Portugal, del 12 y 13 de octubre.
Pero, sobre todo, este margen de 45 días permite al Papa comentar en persona su decisión al Consejo de la Corona, los sabios nombrados para reformar la curia. Los ocho cardenales se espera que hagan su entrada simbólica en la Santa Sede a principios del mes que viene. Son los días marcados en rojo en el calendario vaticano. Los días en los que arrancará la revolución de Francisco.
“Desde las primeras semanas tras el cónclave”, escribe Paolo Rodari, vaticanista de La Repubblica, “se sabía que Francisco iba a sustituir a Bertone por un diplomático. El nombre más sonado era el de Giuseppe Bertello, jefe de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano. Sobre Parolin, también probable en las quinielas, pesaba la edad: con 58 años sería el más joven reclutado para este puesto desde la época de Eugenio Pacelli”.
Bertello tenía a su favor que es una figura de mediación con el partido romano que prosperó en los últimos años de Juan Pablo II y bajo el mandato de Ratzinger. Es considerado cercano a Bertone pero, a la vez, goza de mucha autonomía. “Francisco ha querido dar un paso de discontinuidad más radical”, sella Rodari.
“La ruptura es evidente”, comenta Donadio. “Aquella época, en la que solo se miraba hacia dentro de los confines nacionales, ha terminado”. La nueva estrategia responde a lo que pidió la mayoría de los cardenales en las congregaciones previas al cónclave de marzo, preocupados por los escándalos y la lentitud de una curia superpoblada, dominada por un secretario de Estado que actuaba como un primer ministro. Fue este partido el que ganó en las elecciones secretas de la Capilla Sixtina y consiguió poner en el solio de Pedro al hombre “que llega casi desde el final del mundo”. Un embajador en el centro del catolicismo es garantía de apertura.
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