3 de septiembre de 2013
750.000 maneras de ser gitano
EL PAIS - REYES RINCÓN 2 SEP 2013 - 20:18 CET132
Antonia Núñez, de 25 años, malagueña de Benarrabás y gitana, recuerda una frase que su madre solía decirle cuando estaba a punto de terminar el instituto: “Si repites Bachillerato no pasa nada. Tú repite”. Pero ella aprobó, se apuntó a un grado superior de Educación Física y cuando lo terminó, dio el salto a la universidad e hizo Trabajo Social. Así se convirtió en el primer miembro de su familia con estudios superiores y en un motivo de orgullo para aquella madre a la que le daba miedo que su hija saliera del nido y se mudara a un piso de estudiantes en Sevilla desde su pueblo de 600 habitantes. “Ahora soy el ojito derecho de mis padres y un referente para mis primos pequeños”, admite.
A Antonia, como a muchas mujeres gitanas, le ha tocado romper barreras y protagonizar una evolución lenta, pero continua, en la que algunos ven semejanzas con la que vivió la mayoría paya durante la Transición española. “El cambio es similar, pero llega más tarde”, cuenta el director general de la Fundación Secretariado Gitano (FSG), Isidro Rodríguez. Es ahora cuando más se está visualizando esta transformación de la sociedad gitana y, en especial de la mujer, pero Rodríguez asegura que el proceso empezó hace años. “La sociedad gitana española ha cambiado mucho. Pero la sociedad general no se ha enterado”, apunta.
Aunque no hay un censo de la población calé en España, el último estudio de la Fundación Secretariado Gitano, de 2011, lo cifra en alrededor de 750.000, de los que casi la mitad (el 48,8%) tiene menos de 25 años. La edad promedio ronda los 28, frente a los 41,3 de la población general. Es por tanto una población joven que ha crecido con el Estado de bienestar y ha tenido la oportunidad de engancharse al sistema educativo, clave para explicar la evolución de los gitanos en los últimos años. “A mediados de la década de los ochenta prácticamente no había gitanos en las escuelas. Hoy, casi el 100% de los niños acaba primaria”, cuenta el director de la fundación. Los datos empeoran en la adolescencia y el 80% de las chicas y chicos gitanos que comienza la secundaria la abandona antes de terminar. “Ahí nos hemos dormido todos en los laureles. Es una de nuestras preocupaciones”, admite Rodríguez.
Los datos demuestran también que las mujeres siguen encontrando más obstáculos para acceder a la Educación Secundaria y ya en primero de ESO el porcentaje de chicos gitanos escolarizados (60,77%) es muy superior al de las chicas (39,3%). “Hay que ir rompiendo barreras poco a poco”, cuenta Antonia Núñez, la trabajadora social que llegó a Sevilla desde un minúsculo pueblo de Málaga. A ella le costó meses convencer a sus padres de que quería seguir estudiando, irse a una gran ciudad y que no se iba a casar pronto ni con su primer novio.
Por esa tarea pasó también hace más de 10 años Tamara Amador, aunque a ella le había allanado el camino su hermana mayor, con la que se lleva 14 años. La sacaron muy pronto del colegio para que se encargara de la casa, pero sin que la familia lo supiera se apuntó por la tarde a hacer FP de administrativo. El padre acabó enterándose y decidió dejarla terminar. “Eso lo cambió todo. Él estaba muy cerrado a los estudios y más en una mujer. Pero al final era el que estuvo encima de mí para que yo, que era muy mala estudiante, acabara”, cuenta Tamara, de 31 años, que recuerda que sus padres, dedicados a la venta ambulante, pasaban de vez en cuando con la furgoneta por la puerta del instituto para controlar que ella estuviera en clase.
Antonia y Tamara comparten hoy piso y trabajo en la federación andaluza de mujeres gitanas, Fakali. Son solteras y aseguran no sentir presión para casarse. “Supongo que hay la misma que podría tener una chica paya. Te preguntan si tienes novio, pero poco más”, apunta Tamara. Y en su trabajo comprueban cada día que muchas de esas mujeres casi de su edad que hace 15 años se casaron siendo adolescentes hoy son madres que quieren que sus hijas vayan más despacio. “La mayoría de las madres que nosotros atendemos son muy jóvenes. Ya han vivido lo que es casarse pronto y que eso les corte la vida. Son ellas las que le dicen a sus hijas que no se casen. Muchas veces las adolescentes son más antiguas que sus madres, que se desesperan cuando la niña les dice que se quiere casar. Pero hay niñas a las que les gusta ir de mayor y, si ven que su amiga de 20 años se casa, ellas también quieren hacerlo”, cuenta Tamara.
Frente a los tópicos que perviven cuando se habla de los gitanos, los datos y testimonios demuestran que la población gitana española es muy heterogénea. Y la tendencia es que cada vez lo sea más. “En España no hay un millón de gitanos, hay un millón de españoles que somos gitanos. Es un matiz importante”, advierte Joaquín Bustamante, director de la publicación Cuadernos Gitanos y del magacín Gitanos, arte y cultura romaní que se emite en Radio Exterior de España. La diversidad es pura lógica: una comunidad tan numerosa no puede ser homogénea, apunta Bustamante. “Hay diferentes creencias, religiones, ideologías, profesiones, formación”, sostiene.
Lo que sí hay, según coinciden las personas consultadas, es una conciencia muy arraigada de pertenencia al pueblo gitano. Y un orgullo de serlo. “Eso no se pierde. Al contrario”, señala el director de Cuadernos Gitanos. “El temor que existía de que la escuela pudiera apayar a la población es al revés: la educación da más herramientas intelectuales para entender mejor tu historia y tu cultura. Y para reivindicarlas”.
La evolución de la población gitana en los últimos 30 años ha traído nuevas formas de entender la gitanidad, un cambio cultural que ha llegado en gran medida de la mejora de las condiciones de vida. “En España ha habido un modelo de inclusión que ha funcionado”, afirma Isidro Rodríguez, el director de FSG. “El Estado de bienestar llegó a España más tarde, pero abarcó a todos. Cuando llegó la enseñanza o la sanidad universales llegó también para los gitanos. Y la vivienda social y las pensiones no contributivas...”. En 1978, el 75% de las familias gitanas habitaba en infravivienda. Hoy solo un 4% vive en chabolas y un 12% en infravivienda. “Eso supone convivir con los no gitanos, tener acceso a recursos y a empleos más diversos”, afirma Rodríguez.
Hay retos pendientes. Y el director de la FSG sitúa a la cabeza de estos la incorporación de los gitanos al trabajo por cuenta ajena: mientras que más del 85% de la población española ocupada es asalariada, solo un 36% de los gitanos trabaja por cuenta ajena. Además, la tasa de temporalidad de la población gitana asalariada duplica a la del conjunto del mercado de trabajo español: un 53,4% frente al 25,5%, según un estudio de la FSG elaborado tomando como base la EPA del segundo trimestre de 2011.
No hay censo de la población gitana española, pero la Fundación del Secretariado Gitano calcula que en 2011 eran unos 750.000. Casi la mitad (el 48,8%) tiene entre 0 y 24 años. La edad promedio de la población gitana es de 28,1 años y la de la población general, de 41,3.
El 70% de las personas gitanas mayores de 16 años son analfabetas absolutas o funcionales. Pero según el estudio Evaluación de la normalización educativa del alumnado gitano en Educación Primaria, de 2010, el 93,2% de los niños en edad de recibir educación primaria (de 3 a 12 años) está hoy escolarizado. Los datos son peores en Secundaria, donde la tasa de abandono es del 80%.
En 2011, un 77,5% del alumnado gitano no faltó a clase por largos periodos de tiempo, frente al 43% de 1994.
Según la EPA del segundo trimestre de 2011, el 36,4% de los gitanos estaba en paro, frente al 20% de la población en general.
En 1978 el 75% de las familias gitanas vivía en infravivienda. Hoy este porcentaje ha bajado al 12%. Un 4% vive en chabolas.
En la mayoría de las familias los cambios de los últimos años han supuesto hacer frente a “contradicciones”, un proceso similar, aunque con matices, al que vivió la mayoría paya española hace ahora tres décadas. “En general la situación es parecida a la que se vivió entonces, pero hay que hacer un análisis más riguroso”, afirma Joaquín Bustamante. El reto del que no quieren apartarse ni los jóvenes ni los mayores es adaptar los valores tradicionales de la cultura gitana a la sociedad actual. “Los valores tradicionales son buenos y son la base de la gitanidad: solidaridad, respeto a los mayores, ayuda mutua. Eso no podemos perderlo”, dice Bustamante.
Pero ha sido el miedo a que esos valores se contaminen lo que ha condicionado en gran medida la evolución de la cultura gitana. “Es un temor que ha existido, pero va desapareciendo”, asegura Isidro Rodríguez. “En España se ha demostrado que se puede hacer compatible. Las costumbres y tradiciones van cambiando para amoldarse a los tiempos. Uno no pierde su identidad de gitano porque haya tradiciones que seguían sus padres y él no”, añade el director de FSG, que recuerda que hace décadas “no era gitano” ir a la universidad o que las chicas trabajaran. Ahora sí.
Sara Giménez, abogada de Huesca y responsable del área de igualdad de la FSG, vivió en su casa ese temor de los padres a que el contacto de su hija con el resto de la sociedad en la universidad la apartara de sus raíces. “Yo tenía en mi casa dos discursos: la sociedad mayoritaria y mis profesores, que me decían que me formara; y mi familia, que tenía miedo, algo así como ‘a ver si estudia y va a dejar de ser gitana”, cuenta la letrada, de 35 años, tercera de cuatro hermanos y la única con título universitario en su familia. “A todos nos dieron las mismas oportunidades, pero yo fui la que las cogió al vuelo”, dice.
Esta abogada se convirtió en el año 2000 en la primera gitana de Aragón licenciada en Derecho y está convencida de que la mujer es la que está propiciando “el gran avance” del pueblo gitano, a pesar de que sigue enfrentándose a una “discriminación múltiple”. “La sociedad gitana es muy patriarcal y en la sociedad mayoritaria chocamos con la dificultad añadida de ser gitanos. Las dificultades son enormes, pero la mujer gitana está demostrando más ganas y es la que saca fuerzas para toda la familia”, asegura.
Además de una paulatina incorporación a la formación y al trabajo, se está retrasando, como en el resto de la sociedad española, la edad de matrimonio y las mujeres cada vez tienen menos hijos. “Son realidades superadas en las que la educación ha sido clave”, señala Joaquín Bustamante. “La población gitana es muy joven, por lo que tenemos futuro. Lo que hay que hacer es preparar a esos niños y niñas para competir”.
Eso es lo que quieren para sus hijos María Sánchez, Pedro Nieves y Domingo Jiménez, vecinos del Polígono Sur de Sevilla, una de las zonas más desfavorecidas de la ciudad y con una alta proporción de población gitana. Los tres llevaron a sus niños el curso pasado al aula del programa Promociona, un proyecto de la FSG que trabaja con chicos de 5º y 6º de primaria y de ESO para que no abandonen los estudios. Les ayudan en las materias en las que necesitan más refuerzo, les orientan sobre qué estudios pueden seguir cuando acaben la etapa obligatoria y, sobre todo, les muestran que tienen a su alcance muchos más caminos de los que ven en su entorno más cercano.
“Se trata de crearles referentes positivos. Eso es importantísimo”, cuenta Fátima Narbona, técnica de acción social y una de las trabajadoras de la FSG que atiende a los niños en estas aulas. Son chicos que quieren estudiar, cuyos padres quieren que estudien y que a diario van al colegio o al instituto. “Cogemos a niños de contextos difíciles y apostamos por ellos para que terminen los estudios. El 80% de los chicos que tenemos lo consigue. Hay familias en las que estos son los primeros niños que emprenden un camino de educación reglada y aspiran a ir a la universidad. Es básico motivarles y que sientan que estudiar no significa perder su identidad”, cuenta.
Antonia Núñez y Tamara Amador, las dos compañeras de piso y de trabajo en la asociación Fakali, saben que para sus familiares más jóvenes son ese referente. Y lo viven con orgullo y como una responsabilidad. “Mis primos al enterarse de que me iba a Sevilla pensaban que me había casado. No se les ocurrió que me fuera del pueblo para estudiar. Pero ahora ven que no paro y, los más pequeños dicen que quieren hacer como yo”, cuenta Antonia.
Rocío Delgado, gitana de 38 años, técnica de acción social y mediadora intercultural en la FSG intenta ejercer esa misma influencia en su propia casa. Ella se casó con 15 años, se separó hace una década y es para sus tres hijos el referente positivo que a ella le faltó. El mayor, de 18 años, estudia peluquería y los pequeños, mellizos de 11, han terminado 5º de primaria. “A mis niños les hablo de mi experiencia para que aprendan. No quiero que se casen tan jóvenes, prefiero que sigan estudiando, vivan y luchen”, dice Rocío, que se considera parte de esa gran mayoría que ella llama “los gitanos invisibilizados”. “Solo se habla de los que siguen las tradiciones más antiguas. O de los flamencos. Pero en medio estamos el resto, que cada vez somos más”.
Entre esa mayoría invisible causó este año indignación el programa Palabra de gitano, una serie documental estrenada en Cuatro en febrero pasado que, según sus críticos, solo mostró la cara más tópica de los gitanos españoles. Los padres del Polígono Sur de Sevilla que llevan a sus hijos a las aulas del programa Promociona están acostumbrados, y también cansados, de que su barrio solo sea noticia por sucesos o para ilustrar la imagen más simple y tópica de los gitanos. “Aquí cuando vienen a hacer un reportaje graban las candelas y la gente bailando alrededor. Nadie viene a las siete de la mañana cuando están las paradas de autobús llenas de gente que va a trabajar”, lamenta Pedro Nieves. “De los gitanos siempre se buscan los tópicos, no la verdad”.
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