HISTORIA MILITAR
Sangre y cañón. Diez batallas navales que enfrentaron a españoles e ingleses
MANUEL P. VILLATORO / MADRID
Día 02/09/2013 - 03.27h
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Ya sea venciendo o sufriendo estrepitosas derrotas como la de Trafalgar, la armada de nuestro país lleva cientos de años enfrentándose a la Royal Navy
7 Brión, el día que 2.000 españoles resistieron el ataque de 10.000 casacas rojas
Han sido muchas las ocasiones en las que la Royal Navy ha caído presa del ardor y valentía de los buques de guerra hispanos. No obstante, pocas han marcado tanto la Historia como la batalla de Brión, una contienda en la que, poco más de 2.000 españoles, resistieron el envite de una flota formada por un centenar de buques ingleses y más de 10.000 casacas rojas.
El año de este enfrentamiento fue el 1.800, apenas cuatro veranos después de que España hubiera firmado un tratado militar con Francia mediante el cual ambas potencias se comprometían a unir sus flotas contra Gran Bretaña. Sin embargo, parece que este acuerdo no gustó demasiado en Albión, donde, en un intento de contrarrestar a la armada combinada, se intensificaron los ataques contra los buques hispanos que –desde hacía 300 años- llegaban de las Indias cargados de riquezas.
En esos menesteres andaban las relaciones entre ambas potencias cuando el inglés, siempre deseoso en aquellos tiempos de buscar la desgracia española, elaboró un cruel plan con el que dar un golpe sobre la mesa ante la creciente potencia naval española. Concretamente, desde Londres se planeó iniciar un gran ataque sobre uno de los principales puertos de nuestra tierra, el de la Ría de Ferrol, el cual carecía, además, de defensas suficientes para resistir un asalto lo0 suficientemente coordinado.
«El pueblo se hallaba abandonado y entregado a su triste muerte. Su posición era, pues, muy propia para que cualquier enemigo, menos poderoso aún que la Inglaterra, lo atacase y aniquilase, destruyendo de un solo golpe de mano los notables establecimientos navales», señala el experto en historia ferrolana José Montero Aróstegui (1.817-1.882) en su popular obra «Historia y descripción de la ciudad y departamento naval de Ferrol».
Camino hacia España
Como era usual cuando se hablaba de derramar sangre española, Inglaterra no escatimó en gastos. «Corría el día 25 de agosto cuando la expedición inglesa, mandada por el almirante Warren, se presentó al frente de las costas de Ferrol. Componíase de 7 navíos de guerra, dos de ellos de tres puentes; 6 fragatas, 5 bergantines, 2 balandras, una goleta y 87 buques de transporte, que conducían tropas de desembarco al mando del teniente general Pultney. Según los papeles de Inglaterra, ascendía este ejército a 13.000 hombres», añade el experto en su obra.
Los oficiales españoles, de celebración, no creían las noticias del ataque
Con todo, y cuando el peligro se hizo evidente, todas las alarmas saltaron en el puerto y se iniciaron los preparativos para tratar de resistir el inmenso asedio. «La defensa del puerto se encontraba tan mal preparada, que la plaza y los fuertes de la ría carecían de tropas (y) ni un solo cañón estaba montado, (incluso) el depósito de armas de chispa carecía de lo preciso para su manejo», destaca Montero.
Primeros enfrentamientos
A pesar de ello, una flota española que había amarrada en el puerto tomó posiciones para bloquear la entrada a la Ría (lugar al que no habían llegado los buques enemigos). A su vez, se armó a 500 infantes, los cuales recibieron órdenes de dirigirse a marchas forzadas hacia las afueras de Brión -un pueblo ubicado a 8 Km de la playa de Doniños- para interceptar el avance de los casacas rojas.
Incomprensiblemente, los ingleses se retiraron cuando tenían el terreno conquistado
Bien sabían esto los soldados hispanos pues, aquella noche, detuvieron a base de plomo y espada a nada menos que 4.000 ingleses hasta que, extenuados, se vieron obligados a retirarse y cobijarse en el Brión. A pesar de la derrota, esto detuvo la acelerada marcha de los casacas rojas, que prefirieron no asaltar el pueblo con la llegada de la oscuridad.
Asalto en Brión
Por suerte, durante la noche los oficiales tuvieron tiempo para armar las defensas del castillo de San Felipe y posicionar varios navíos con los que detener un posible avance de la armada enemiga. Pero, a pesar de ello, todos sabían que la victoria se dirimía realmente en las afueras de Brión, donde los españoles enviaron toda la infantería que pudieron reunir: 2.000 hombres al mando del mariscal Conde de Donadio. Estas fuerzas se enfrentarían a más de 9.000 ingleses que, aprovechando también la marcha del sol, habían reforzado su línea.
Con las piezas colocadas, únicamente quedaba esperar a que rompiera el alba en la jornada del 26 de agosto para jugar esta macabra partida de ajedrez. «Apenas los primeros albores de la aurora pudieron hacer ver a los combatientes sus respectivas posiciones rompieron un vivo fuego. Las tropas de primera línea atacaron al enemigo con admirable serenidad, unión y valor, obligándole a abandonar con grandes pérdidas la ventajosa posición que tenía», determina el experto.
Pero ni siquiera la tenacidad española bastó para resistir al inglés y, aunque los defensores lograron incluso tomar algunas posiciones enemigas en los comienzos de la contienda, finalmente el ingente número de soldados británicos acabó por rebasar las líneas hispanas. Superados, ahora solo quedaba a los nuestros retirarse hasta la plaza de Ferrol, precariamente defendida, y acabar con el mayor número posible de casacas rojas antes de morir.
Los ingleses, por su parte, iniciaron los preparativos para atacar el castillo de San Felipe para avanzar después sobre la ciudad. No obstante, las defensas del enclave resistieron gracias a varias piezas de artillería que, a base de esfuerzo y fe, habían sido colocadas en un breve período de tiempo por los españoles.
Una incomprensible retirada
Sin embargo, aquel mismo día, y después de que la pérfida Albión tratara sin éxito de tomar San Felipe, un milagro quiso que los ingleses, por alguna razón, reembarcaran en sus buques e iniciaran una retirada a toda prisa hacia su tierra. Aún hoy, únicamente existen conjeturas –más o menos creíbles- sobre lo que pudo acabar con la moral de los británicos e impidió que tomaran la Ría.
«El enemigo, viendo el resultado de sus infructuosos ataques, la actitud guerrera de los buques y baterías, el considerable número de gente que cubría el recinto de los arsenales y de la plaza, las columnas volantes distribuidas por aquel quebrado territorio, y el aparato y decisión de un pueblo dispuesto a resistir vigorosamente su entrada; unido todo a la feliz circunstancia del amago de mudanza de tiempo, que sin duda hubiera hecho perecer en estas costas tan formidable convoy, había (…) reembarcado a las cuatro de la tarde del día 26 (…) con tal precipitación que dejó abandonados en las playas (…) caballos, tablonería, picas, sacos, tres lanchas y un bote que zozobraron», sentencia el autor español.
8 La sangrienta defensa contra el inglés en la Bahía de Algeciras
Con sable, cañón, y una férrea decisión de derramar sangre británica. Así combatieron el 6 de julio de 1.801 los artilleros españoles que, desde la Bahía de Algeciras, apoyaron con su fuego a una flota francesa cercada por la Royal Navy. Aquella jornada, los altivos ingleses, que contaban con una mayor potencia naval, clavaron la tapa de su propio ataúd al menospreciar la capacidad de las baterías de costa hispanas, las cuales, a base de una incansable lluvia de muerte, obligaron a los oficiales enemigos a correr –o navegar- por sus vidas.
Para comprender los sucesos acaecidos en la batalla de Algeciras es necesario retroceder en el tiempo hasta 1.801, año en que Napoleón Bonaparte, ansioso como estaba de desbaratar a la pérfida Albión, firmó un tratado con España mediante el que ambos territorios formarían una armada con la que reducir el poderío naval inglés en el Mediterráneo. Mediante este acuerdo, los galos pretendían a su vez reforzar lo poco que quedaba de su escuálida flota y acudir en rescate de los soldados franceses que seguían combatiendo desesperadamente en Egipto.
Una vez suscrito el tratado, las armadas de ambos países determinaron que se reunirían en aguas españolas para plantar cara de una vez por todas al inglés. «En las clausulas adicionales al tratado se dictaron las disposiciones militares, de tal forma que dos contingentes navales galos, al mando de los contralmirantes Linois y Dumanoir, saldrían de los puertos de Tolón y Cherburgo para unirse en Cádiz a la escuadra delAlmirante Moreno» determina el Coronel Jefe del Regimiento de Artillería de Costa nº 5 Rafael Vidal Delgado en su obra «El fuerte de Santiago y la batalla de Algeciras».
Un fatídico encuentro
En virtud de estos términos, y a principios del verano de 1.801, el conde de Linois dirigió una parte de las fuerzas galas hacia aguas españolas para reunirse con la armada hispana. Bajo sus órdenes, el franco contaba con dos navíos de 80 cañones (el «Indomptable» y «Formidable»), otro de 74 (el «Desaix») y la fragata «Muiron». En principio, el viaje pareció plácido y fructífero para esta pequeña armée, pues en el trayecto llegaron incluso a capturar el navío de un conocido corsario inglés.
Sin embargo, la alegría de Linois pronto se diluyó en el mar cuando supo que los ingleses se habían enterado de sus planes y habían armado una flota para interceptar en Cádiz a los cuatro buques galos. La situación se puso difícil para los franceses que, ante la imposibilidad de dirigirse hacia el Atlántico debido al mal tiempo, decidieron fondear y plantar batalla a la Royal Navy en la pequeña Bahía de Algeciras.
Tenían mayor potencia naval, pero las baterías españolas destrozaron sus navíos
Los ingleses –al mando del almirante Saumarez- no tardaron en iniciar la marcha hasta Algeciras en cuanto conocieron los planes galos. De hecho, los defensores pudieron ver a las pocas horas como una imponente flota de 6 navíos (uno de 80 cañones y el resto de 74) y unafragata hacían su entrada en la bahía con la artillería preparada. Acababa de iniciarse el combate.
La tranquilidad antes de la lucha
Con casi 400 cañones, por los apenas 300 de la alianza franco-española, los ingleses sabían que contaban con una gran ventaja. Sin embargo, la armada combinada se aprestó a la defensa poniéndose en manos de las baterías costeras, las cuales estaban formadas por unos cañones temibles que, para su desgracia, la pérfida Albión infravaloró.
La sangrienta defensa contra el inglés en la Bahía de Algeciras
Por su parte, Linois decidió no arriesgar haciendo uso de extravagantes estrategias y apostó por la clásica inmovilidad defensiva francesa. Para ello, desplegó sus buques en línea y con las velas recogidas. A su vez, e intuyendo la maniobra inglesa, ordenó anclar sus navíos lo más cerca posible de la costa para aprovechar al máximo el fuego de las baterías españolas e impedir que Saumarez le envolviera.
Comienza la batalla
Tuvo que pasar casi media hora hasta que los ingleses abrieran fuego. Así, aproximadamente a las 8:35 de la mañana, la armada británica inició sobre los buques galos un fuego ensordecedor que, sin duda, provocó que se encogiera el corazón de los defensores.
Al poco, Saumarez comprendió que no debía haber subestimado los baterías de los defensores. Y es que, tras poco más de una hora de contienda, el fuego hispano que se escupía desde tierra había provocado un daño irreparable en los altivos barcos ingleses. El primer buque que sufrió las consecuencias del error garrafal del oficial fue el «Pompee», el cual, a base de bola de cañón española, quedó inmovilizado y tuvo que ser remolcado.
El «Hannibal» en problemas
Tampoco marchaban bien las cosas para otro de los navíos ingleses, el«Hannibal». Este, tras haber sido cañoneado por los españoles, había encallado mientras intentaba rodear a los buques franceses. Con el buque detenido, los artilleros hispanos no pudieron más que esbozar una sonrisa mientras apuntaban cuidadosamente su artillería hacia esta improvisada diana.
Ni siquiera los hombres enviados por Saumarez en su ayuda pudieron salvar al buque de su aciago destino. «Poco antes de la una de la tarde, el capitán Ferris del “Hannibal” ordenó arriar el pabellón, rindiéndose e incluyendo en la misma a las tripulaciones de los botes que le había enviado su almirante para desencallarlo», completa el militar español.
La marcha del inglés
Sobre la una de la tarde, tras casi cinco horas de combate, el panorama era dantesco para los ingleses: ninguno de los buques había logrado romper la línea francesa y los daños eran innumerables. A su vez, los defensores habían impedido a los ingleses desembarcar infantería con la que asaltar las posiciones españolas en la costa. Así, con la sangre tiñendo la madera de los navíos de Albión y los cañones transformando en astillas la, hasta entonces, indomable flota británica, Saumarez tocó a retirada.
«La batalla estaba perdida para los británicos. Saumarez pensó que era probable que hundiera a todos los buques franceses, pero le era imposible destruir a las baterías de costa españolas, que, incansables, lanzaban sus bolas de muerte sobre sus barcos. (…) (Finalmente) Saumarez dio la batalla por perdida y ordenó la retirada hacia Gibraltar», sentencia el autor.
9 Finisterre, la cruel e incomprensible derrota de la armada española
El mar gallego ha sido testigo mudo durante años de multitud de victorias protagonizadas por nuestros navíos, sin embargo, también lo ha sido de dolorosas e imborrables derrotas. Precisamente una de ellas es la que se produjo el 22 de julio de 1.805 cuando una expedición formada por buques hispanos y franceses se enfrentó a una flota inglesa de menor número. Ese día, y de forma incomprensible, el mando conjunto francés provocó una derrota que ni el arrojo español pudo salvar.
Vientos de guerra se cernían sobre los mares y océanos en 1.805. Y es que, como venía siendo tradición, Francia -ahora comandada porNapoleón Bonaparte- se encontraba por aquellos años en guerra contra Gran Bretaña. Sin embargo, parece que las incontables jornadas de contienda ya habían cansado al «pequeño corso» que, al fin, decidió que era hora de acabar con aquellas molestas islas haciendo uso de la fuerza.
Para ello, Napoleón planeó una ambiciosa operación que consistía en atravesar con sus tropas el Canal de la Mancha y plantar batalla al inglés en su propia tierra. Con todo, y si quería llevar a cabo su plan, el galo necesitaba que la flota británica que defendía la zona dejara aquellas aguas libres para sus buques de transporte.
Dicho y hecho. Conocidas sus necesidades, la maquiavélica mente de Napoleón empezó a cavilar un plan en el que incluyó a la que, por entonces, era su aliada: España. Según sus órdenes, una flota franco-hispana partiría hacia el sur de América para, a base de cañón y mosquete, dar toda la batalla posible a los buques de Albión que había en la zona. Después, y una vez que parte de la Royal Navy hubiera izado velas para interceptar a los barcos del «pequeño corso», estos volverían rápidamente a Francia para transportar a la «Grande Armée».
Se inician los preparativos
Complicado sí, pero no imposible. Bajo esta premisa partió de las aguas europeas a mediados de abril una flota al mando del almirante galoVilleneuve, el cual tenía bajo sus órdenes una veintena de navíos de línea (seis de ellos españoles dirigidos por el general Gravina).y siete fragatas.
«El 10 de abril, sin haber perdido día, hacían camino hacia las Antillasjuntos los 17 navíos y sus respectivas fragatas», explica el historiador y militar Cesáreo Fernández Duro (1.830-1.908) en su obra «Historia de la Armada española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón». Finalmente, y tras un viaje tranquilo, el 13 de mayo la armada combinada llegó a su destino.
Vuelta a Francia
Unas semanas después, tras capturar y llevarse al fondo a más de un buque inglés, la armada recibió al fin la orden que esperaban: debían volver a Europa y transportar a las tropas de Napoleón que esperaban en Boulogne (ubicada en el norte de Francia). Sin más dilación, los buques levaron anclas hacia el Canal de la Mancha mientras parte de la flota británica llegaba a las Antillas para plantarles cara.
A su vez, a Villeneuve se le disiparon todas las dudas sobre la importancia de la misión cuando recibió de su país una carta en la que, según recoge en su obra Duro, se podía leer lo siguiente: «Del éxito de la llegada ante Boulogne dependen los destinos del mundo. Dichoso el Almirante que asocie su nombre a la gloria de tal acontecimiento».
Por su parte, Inglaterra no se mantuvo cruzada de brazos, sino que, en cuanto tuvo constancia de la vuelta a Europa de los buques españoles y franceses, envió para interceptarlos una flota comandada por el vicealmirante Robert Calder. «El 15 de julio cruzaba el lugar recomendado el almirante Robert Calder con 15 navíos, cuatro de ellos de tres puentes, dos fragatas y dos avisos. Por noticias expedidas (…) se suponía que la armada franco-española no pasaba de 16 navíos medianamente armados y que podrían batirlos con superioridad los 15 ingleses», determina el experto español.
Tras sufrir varios días de mal tiempo, las dos armadas se encontraron en la mañana el día 22 en aguas del Cabo de Finisterre (ubicado en Galicia). Así, sin más posibilidad que la de derramar sangre para honrar y tratar de poner en práctica el plan de Bonaparte, las inmensas embarcaciones españolas y francesas prepararon pólvora y estoques para mandar al fondo del océano a los casacas rojas.
Comienza la batalla
Aquella jornada las pésimas condiciones meteorológicas parecían aventurar la matanza que se iba a producir. Y es que, entre los navíos se levantó una espesa niebla que redujo notablemente la visibilidad de los marineros. Fuera como fuese, sin casi discernir al enemigo o incluso a ciegas, los buques comenzaron a formar para caer sobre el enemigo sin piedad.
Al momento de avistar a los ingleses, la armada franco-española se desplegó formando una extensa línea a la cabeza de la cual se destacaron los navíos españoles. «Mandó el jefe inmediatamente formar línea de combate (…) tomando la vanguardia los seis navíos españoles, con el general Gravina en cabeza, siguiendo todos los otros hasta el completo de 20», añade Duro.
Los británicos hicieron uso de una táctica que, en un futuro, les daría la victoria en multitud de contiendas: formando en hilera, se dirigieron perpendicularmente hacia la fila de buques hispanos con intención de cortar y atravesar su formación. Por suerte, Gravina predijo este movimiento y, haciendo uso de una iniciativa de la carecía Villeneuve, ordenó a sus barcos virar en redondo. De esta forma, el español consiguió que la flota combinada se pusiera de cara a la de Albión y, así, evitar que los ingleses acabaran con ellos.
«Del movimiento resultó que Gravina se encontrara a la cabeza de la línea y rompiera el fuego iniciando el combate a las cinco de la tarde», señala el español en su obra. Una vez lanzada la primera andanada de cañón, las naves de guerra españolas entablaron combate con el inglés sabiendo que su vida dependía de la victoria. Villeneuve sin embargo, aunque sabía que el destino de Francia estaba en sus manos, prefirió mantener a casi la mitad de sus barcos en segunda línea sin ningún enemigo al que atacar.
Con todo, y a pesar de la ineficacia del francés, los españoles siguieron plantando cara a base de cañón a la armada inglesa. Fueron duros momentos para nuestros buques que, en aquel aciago día cubierto de niebla y humo, sufrieron la mayor parte del fuego de Calder por encontrarse en vanguardia. Cuando llegó la noche la estampa era dantesca, pues los casacas rojas, ante la inoperancia de Villeneuve, habían destrozado y capturado dos de los navíos hispanos, el «Firme»y el «San Rafael».
Aproximadamente a las nueve de la noche, y ante la incipiente oscuridad, los contrincantes detuvieron la batalla hasta el día siguiente. Sin embargo, parece que Calder tuvo suficiente pues, al observar que había capturado dos buques y que había impedido que la armada combinada transportara a la «Grade Armée» hasta Inglaterra, decidió abandonar la lucha y huir como vencedor. La batalla había acabado y, para desgracia francesa y española, lo había hecho en derrota.
Contando los muertos
Una vez terminada la lucha solo quedaba contar las bajas. «Relativamente a las bajas personales, se informó al público haber tenido la escuadra inglesa 39 muertos y 159 heridos, mientras que las de los aliados sumaban 149 de los primeros y 329 de los otros, correspondiendo a los dos navíos españoles rendidos las considerables cifras», finaliza Duro.
10 Trafalgar, el fracaso que inició el declive de la armada española
De entre todas las derrotas que la Royal Navy perpetró contra los buques españoles, hay una que, desgraciadamente, resuena en los albores del tiempo como la más humillante y dolorosa: la deTrafalgar. Esta contienda, librada en aguas gaditanas, marcó no sólo la destrucción de una buena parte de los navíos de su Católica MajestadCarlos IV, sino también el declive militar de nuestro país, que abandonó su papel de potencia mundial.
Malos tiempos corrían para la corona en los inicios del SXIX. Y es que, en 1.805 España se encontraba plegada a los intereses del Primer CónsulNapoleón Bonaparte quien, a base de tratado, había conseguido aliarse con nuestro país y disponer a nivel naval de la flota hispana, una de las más reseñables de la época.
La finalidad del «pequeño corso» no era otra que conquistar Inglaterra. Sin embargo, sabía que para poder llevar a cabo su plan necesitaba una gran cantidad de barcos que pudieran plantar cara a la armada británica y, así, disponer de vía libre en el Canal de la Mancha para transportar a su ejército.
La derrota de Finisterre
Tales eran los intereses de Francia -o, más bien, de Napoleón-, que, antes del verano de 1805, se ordenó a una flota combinada franco-española tratar de aniquilar a la Royal Navy que cercaba los alrededores del Canal de la Mancha. Concretamente, el galo pretendía destrozar las posiciones británicas a sangre y fuego buscando, de una vez por todas, tener vía libre para poder transportar a sus tropas por mar.
Pero dicha flota –comandada por el almirante Villeneuve- fue estrepitosamente derrotada en la batalla del Cabo Finisterre ante un número inferior de buques británicos. Esta capitulación ponía en serios problemas el plan del «pequeño corso» quien, poco a poco, veía como su sueño de convertirse en señor de Inglaterra se hacía añicos.
Villeneuve, en Cádiz
Por su parte, Villeneuve, vencido como estaba, desoyó las órdenes de Napoleón y se refugió en Cádiz. No pudo equivocarse más este marino, pues el «pequeño corso», al enterarse de que el almirante no había llevado a cabo su cometido, ordenó su destitución y envió inmediatamente a un sustituto a tierras gaditanas para tomar posesión de la armada combinada.
El calendario marcaba entonces el 14 de octubre, una fecha que sería muy dura para el almirante francés, pues fue el día en que recibió las primeras noticias que le informaban de que debía abandonar su puesto. No obstante, fue curiosamente cinco jornadas después cuando, casualidad o no, Villeneuve ordenó izar velas y, en contra de lo que opinaban muchos oficiales españoles, hacerse a la mar para combatir en aguas de Cádiz, bloqueadas por el inglés.
Las flotas se arman
Para tratar de romper el frente inglés, Villeneuve y su segundoDumanoir contaban con 18 navíos franceses y 15 españoles, además de varios buques menores. Entre ellos, se destacaban el «San Juan Nepomuceno» (un buque de 74 cañones al mando del conocidoCosme Damián Churruca); el «Príncipe de Asturias» (comandado por el popular Federico Gravina) y el impresionante «Santísima Trinidad», un inmenso e impresionante castillo de los mares que sumaba 140 cañones –algo poco usual en aquella época-,
Mientras, los británicos sumaban, además de algunos buques de acompañamiento, 18 navíos al mando de los almirantes Horatio Nelson y Cuthbert Collingwood. Entre la flor y nata de la flota británica destacaba el «HMS Victory», un buque de 100 cañones dirigido por el propio Nelson.
Comienza la batalla
Apenas tres jornadas después de salir de puerto, el día 21 de octubre, ambas armadas se divisaron en aguas cercanas al cabo de Trafalgar. Según órdenes de Villeneuve, la flota española formó una inmensa hilera mediante la cual pretendía cañonear a los buques enemigos. «A las ocho de la mañana mandó Villeneuve virar por redondo todos los navíos a un tiempo (…) para quedar alineados. (Pero) mientras procuraban alinearse, quedaron formando línea curva irregular de cinco millas de extensión», determina el militar e historiador Cesáreo Fernández Duro (1.830-1.908) en su obra «Historia de la Armada española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón».
Por su parte, Nelson no lo dudó y, ante la falta de creatividad de su enemigo francés, llevó a cabo una táctica que resultó demoledora: organizó dos hileras de buques y se dirigió perpendicularmente y formando una punta de flecha hacia el centro de la flota combinada.
La incapacidad de Villeneuve impidió la victoria aliada
A pesar de la pasividad de Villeneuve, a Gravina le asaltó el terror cuando observó la estrategia británica. De hecho, el oficial español pidió permiso al galo para poder maniobrar libremente con los buques que tenía bajo su mando. Al poco, el francés le hizo señas indicando que se mantuviera en su posición. Antes de comenzar el destino de la batalla ya había quedado sellado por la voluntad de un único hombre que no había aprendido de sus errores anteriores y que debería haber sido sustituido.
Primeros combates
Durante la mañana, la buques de la flota combinada izaron sus banderas ansiosos de derramar sangre inglesa. Mientras, los británicos no se quedaron atrás, como bien demostró uno de sus almirantes. «Nelson (…) por medio del telégrafo marino (transmitió) una sobria alocución que produjo delirante entusiasmo. “Inglaterra espera que todos cumplirán su deber”», determina Duro en su obra.
Aproximadamente al medio día se disparó el primer cañonazo por parte de la flota combinada. Concretamente, el encargado de ello fue el navío español «Santa Ana». Tras él, comenzó una ensordecedora andanada tras otra. «Los aliados (…) rompieron el fuego que de enfilada tuvieron que sufrir las columnas (británicas) cerca de media hora, sin poder devolverlo. Collingwood mandó acostar a la gente en cubiertas, preservándola del estrago que, a ser mas diestros los artilleros y menores los balances, hubiera podido hacer arrepentir al Almirante británico de su arriesgada manera de atacar. Nelson, por no adoptar en el Victory igual precaución, tuvo 20 muertos, 30 heridos, despedazada la rueda del timón y no escaso daño en la arboladura», añade el experto.
Choque de las columnas inglesas
En la columna sur, el «Royal Souvereign» de Collingwood fue el primero en plantar cara a la línea defensiva combinada al penetrar en el hueco que había entre los buques «Santa Ana» y «Fougueux» (francés). Este enfrentamiento fue uno de los más cruentos, pues el navío inglés soltó una fuerte andanada sobre el barco hispano provocando severos daños y la muerte de multitud de fieros combatientes.
Con todo, los soldados del «Santa Ana» no estaban dispuestos a caer sin llevarse al fondo del mar a su enemigo y, después de recibir estos impactos, bombardearon hasta la saciedad al «Royal Souvereign». Al despejarse el humo de los disparos no había duda: ambos navíos habían quedado totalmente destrozados. De hecho, los daños fueron tan severos que Collingwood tuvo que abandonar el buque.
Mientras, en la otra columna inglesa, Nelson cargó a bordo del «Victory» contra la línea aliada. Haciendo honor a su reputación, el almirante soltó varias andanadas de cañón sobre todo aquel que trataba de detenerle. Sin embargo, no le quedó más remedio que detener el avance en seco cuando su buque pasó tan cerca del navío francés «Redoutable» que sus costados chocaron.
Dumanoir decidió huir en lugar de socorrer a sus compañeros
«Nelson (…) era opuesto a poner mosquetería en los (palos) altos, opinando no servir para otra cosa que poner en riesgo de incendio el velamen; idea cuyo error demostró a sus expensas la bala que, partiendo de la cofa de mesana del “Redoutable”, le privó de la vida, entrando por el hombro izquierdo y alojándose en la espina dorsal», señala Duro. No obstante, esto no sirvió de mucho, pues, al poco, varios navíos acudieron a ayudar a su almirante acabando con el buque francés.
Los casacas rojas destrozan la línea
Para desgracia de la armada combinada, decenas de buques llegaron detrás del «Royal Souvereign» y el «Victory». El plan del inglés funcionó a la perfección, pues la gran línea de buques franco-españoles quedó dividida por el centro. Esta ingeniosa estrategia obligó a los aliados a combatir en clara inferioridad numérica contra los navíos de la Royal Navy mientras que, por el contrario, los extremos de la formación de Villeneuve no tenían enemigo al que cañonear.
«Toda la escuadra (inglesa) atacó con superioridad a los navíos del centro (…): los 27 navíos que las dos sumaban hicieron blanco en los 19 últimos de la línea aliada, y no de una vez; destrozaron primeramente los de más arriba y fueron corriéndose a la retaguardia con irresistible empuje, envueltos en una nube de humo que el viento calmoso no disipaba», completa el experto.
De nada valió que, con gran valentía, oficiales como Churruca combatieran a la vez contra seis navíos ingleses poniéndoles en serios aprietos, pues la estrategia de Villeneuve había condenado a la armada combinada. Ni siquiera el gigantesco «Santísima Trinidad» logró dar la ventaja a los aliados, pues cayó finalmente al enfrentarse contra tres navíos enemigos.
Huída por la vida
Aproximadamente a las cuatro de la tarde la batalla se había decantado casi en la totalidad a favor de los ingleses, los cuales incluso consiguieron tomar el navío de Villeneuve. Sin esperanza, Dumanoir, que aún aguardaba con una escuadra de reserva, sorprendió a todos los marinos tocando a retirada y abandonando a su suerte a los supervivientes. Sin lugar a dudas todo había acabado.
El recuento de bajas fue descorazonador. Y es que, los aliados sumaron más 2.500 heridos (1.383 hispanos) y tuvieron que llenar 4.500 ataúdes (1.022 españoles). A su vez, la armada combinada perdió 10 buques españoles y 11 franceses. Mientras, los británicos únicamente tuvieron 1.250 heridos, 450 muertos, y no perdieron ningún navío.
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