5 de marzo de 2012
Los agentes secretos que hicieron la Transición
Día 04/03/2012 - 11.47h
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Poco podía imaginar el teniente coronel San Martín en otoño de 1968 que aquellos cuarenta jóvenes oficiales que estaba reclutando iban a ayudar a la Transición democrática. Al fin y al cabo, la orden que le había dadoMuñoz Grandes era justo la contraria: vigilar de cerca a los dirigentes universitarios antifranquistas para evitar que el Mayo francés calara también en España. Con este objetivo, San Martín seleccionó a algunos de los militares que más despuntaban en la época. La mayoría eran diplomados del Estado Mayor, muchos eran también licenciados universitarios y, como mínimo, hablaban un par de idiomas.
En muy poco tiempo, justo el que necesitaron para aprender el oficio de agentes secretos, los hombres de Carrero Blanco pasaron a ser los hombres de Suárez. Y la Organización Contrasubversiva Nacional (OCN) fue rebautizada como Servicio Central de Documentación (Seced) y finalmente como Centro Superior de Información a la Defensa (Cesid). Nada ni nadie se movía en España sin que ellos lo supieran. «Tal era la importancia que todo el mundo nos atribuía, que prácticamente lo primero que hizo Suárez cuando llegó al poder fue convocarnos a nosotros. Podría haber elegido, qué se yo, al Consejo de Estado, o al Consejo Económico y Social, pero quería ganarse cuanto antes a los servicios secretos», recuerda Juan María de Peñaranda, entonces comandante encargado del denominado «Sector Político». Peñaranda ha dedicado los últimos catorce años de su vida a recopilar más de 6.000 documentos secretos elaborados entre 1972 y 1979. Su tesis doctoral se ha resumido en el libro «Desde el corazón del CESID» (Espasa).
Uno de aquellos informes es precisamente la transcripción del trascendental encuentro que Suárez mantuvo con sus espías y agentes. Dos semanas antes, el nuevo jefe de «La Casa», el teniente general Andrés Cassinello, les había advertido del cambio que estaba por venir. «Nos encontramos en progresión hacia un objetivo: la base de partida fue la situación pasada y el objetivo que se presume es el propósito del Rey de transformar el viejo régimen en una democracia de corte occidental». No era un propósito fácil porque, como reconoció el propio Suárez aquel 24 de septiembre de 1976, «hace años que no existe en este país ningún tipo de política de Estado». Y puso como ejemplo la famosa caja fuerte donde en teoría se guardaban los documentos secretos más importantes. Al abrirla por primera vez, «comprobó con desilusión y desánimo —narra Peñaranda— que allí solo había polvo, telarañas y algunos sobres y papeles sin importancia».
Desde ese día, Suárez decidió que con el primero que despacharía cada mañana sería precisamente con el director del Cesid. Durante los años posteriores, el presidente fue recibiendo información muy valiosa que «le ayudó a tomar decisiones con conciencia. Nosotros —afirma Peñaranda— teníamos la obligación de decirle lo que estaba pasando en cada momento, aunque esa realidad fuera dura». Pronto lo fue. Y mucho. El 11 de diciembre de 1976, los Grapo secuestraban a Oriol. Y un mes después, pistoleros ultraderechistas asesinaban a cuatro abogados y un empleado de un bufete laboralista en la calle de Atocha. Todo ello, en mitad de un recrudecimiento de los atentados de ETA. Pero lejos de aconsejar la declaración del estado de excepción, como muchos pretendían, los servicios secretos difundieron una nota interna en la que aseguraban que «las especiales circunstancias del momento actual obligan a una mayor cautela. Se han de evitar aquellas acciones que puedan estimarse no aconsejables, tales como extender a otros grupos el tratamiento debido a los terroristas, con lo que se facilitaría la formación de un frente más amplio alrededor del Grapo [...]. Especial atención a la derecha, teniendo en cuenta que cualquier defensa de alguno de los extremistas de este signo se interpretaría como complicidad».
A esta primera crisis terrorista le sucedieron otras muchas. Fue, sin duda, el problema que más mella hizo en la imagen de Suárez. Y el que mayores tensiones produjo con los militares, incluidos los del Cesid. «Era lógico; cada semana asesinaban a tres o cuatro militares, y cada mes, a un general. En cualquier otro sector hubieran reaccionado con la misma indignación contra el presidente del Gobierno por ser incapaz de parar aquello», asegura Peñaranda, quien considera que el terrorismo incidió bastante más en el malestar de los militares que la legalización del PCE o los nacionalismos. «En el Cesid —continúa— había gente más moderada, gente más exaltada y tíos que podíamos llamar “ultras”. Pero todos teníamos el sentido común de saber lo que nos correspondía hacer en ese momento».
Así que en esta situación tan complicada llegaron las primeras elecciones generales. Y a Suárez le entró la tentación de utilizar el Cesid (entonces Seced) para configurar las listas de UCD. «Cassinello —recuerda Peñaranda— le dijo que, como presidente del Gobierno, le podía pedir lo que quisiera, pero no como presidente de un partido». Así que elaboró una nota en la que apostaba por la neutralidad de los servicios secretos en el panorama político español, en el que ya despuntaba la figura de Felipe González. Los agentes habían trabado contacto con él tiempo atrás. En esa primera cena, González le hizo una revelación sorprendente al propio Peñaranda: «Me dijo que en su casa tenían un respeto imponente por Carrero Blanco, porque es el que le dio el pasaporte para ir a Suresnes y ser secretario general. Y me recalcó: “Así que no consiento que en mi presencia se ataque a Carrero, que es el que me hizo secretario general del PSOE”».
Las relaciones del Cesid tanto con los socialistas como con el resto de los partidos políticos serían muy intensa durante todo ese periodo. Al fin y al cabo, todo aquel que quería ser alguien en España debía pasar primero por el trámite de contactar con los agentes secretos. Eran más confesores que espías al estilo James Bond. «Lo de los espías —zanja Peñaranda— es una novela. Uno de cada cien en el actual CNI será espía, y hará cosas de novela, que también hay que hacerlas. Pero yo he estado 17 años en ello y nunca he sido espía. Ni he querido serlo».
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