Reconocerse como pobre y dar el paso de pedir ayuda no resulta fácil. Menos aún si le toca hacerlo a un joven que hasta hace poco trabajaba o contaba con apoyo familiar. Plantarse en la puerta de una parroquia no es una solución que entre en los esquemas de personas que hasta hace unos años tenían un coche, pagaban una hipoteca y salían de copas en el fin de semana. La dureza de la crisis y la elevada tasa de desempleo (que roza el 50% entre los jóvenes) ha cambiado, sin embargo, esta situación. Y los jóvenes necesitan cada vez más ayudas sociales. “De los siete millones de personas que acuden a los Servicios Sociales, el 18% son menores de 35 años”, concreta Tomás Fernández, profesor de Trabajo Social y Servicios Sociales de la UNED. Son parte de los nuevos pobres, pero a la mayoría le cuesta aceptar su situación y buscar ayuda más allá de la tradicional red de apoyo familiar.
“Las personas en esta
situación tienden a negarlo”, dice un psicólogo
“Han aumentado sobre todo los españoles”, explica Juan José López, del Equipo de Estudios de Cáritas España, aunque el receptor mayoritario de las ayudas sigue siendo inmigrante (60%). Atienden a familias con hijos (40%), pero cada vez acuden más personas solas (del 21% al 30% desde 2008).“Percibimos cómo se van agotando las prestaciones y cómo se endurecen los requisitos para acceder a ellas. La mayoría de esas personas ya no tienen ingresos de ningún tipo”, añade López.
Un par de datos adicionales ilustran el descalabro: las peticiones de renta mínima se dispararon el 37,73% en 2009, y el
Instituto Nacional de Estadística (INE) recoge que el 26,1% de los hogares admite que llega a fin de mes con “dificultad o con mucha dificultad”.
Pobres o con riesgo de serlo
- El 21,8% de la población en España está en riesgo de pobreza, según la Encuesta de Condiciones de Vida del año pasado del Instituto Nacional de Estadística.
- El 27,2% de los hogares asegura tener dificultades o muchas dificultades para llegar a fin de mes.
- El 35,4% no puede afrontar gastos imprevistos y el 39,4% no puede permitirse una semana de vacaciones fuera de casa.
- La ONG Red Contra la Pobreza y Exclusión eleva a 11,6 millones los españoles en pobreza o riesgo de pobreza.
- A raíz de la crisis, la petición de la renta mínima de reinserción se disparó. En 2009 se multiplicó por 37,73% respecto a 2008, según cifras a las que tuvo acceso EL PAÍS.
- La red de acogida y atención de Cáritas cifró en 950.000 casos los asistidos durante 2010.
- En total, 250.000 más que en 2007. De ellos, 300.000 eran personas que nunca habían recurrido al servicio.
El papel de Internet
Haciendo frente al tabú de la pobreza, algunos jóvenes han puesto en marcha iniciativas a través de Internet para explicar que la precariedad puede causar frustración o ansiedad, pero nunca debe ser motivo de vergüenza. Santi Pérez, de 25 años, y Èric Lluent, de 26 montaron con este fin
el blog Els Nous Pobres. “Parece que la cara de la crisis sean los banqueros y los responsables políticos”, se queja Lluent. En su página animan a la gente a dar la cara y contar su historia. Solo ponen dos condiciones: que sea en primera persona y que la acompañen de una foto.
“Hay una pared de miedo en eso de dar la cara. Pero creemos que hay que romperla. Y dejar de pensar que la culpa es tuya. Dar un paso y admitir que somos pobres. Nos creíamos clase media y no lo somos”, añade Pérez.
Guillermo Fouces, doctor en Psicología, profesor de la
Universidad Carlos III y presidente de
Psicólogos Sin Fronteras, aprueba la estrategia. “Muchas veces, las personas en esa situación tienden a negar lo que ha ocurrido y siguen gastando como si tuviesen otro régimen económico”, explica. Eso genera nuevos problemas, más deudas y un pozo más profundo. “Hay que reajustar los hábitos de vida”, indica Fouces.
El blog 'Els Nous Pobres' ofrece el relato de jóvenes en extrema precariedad
En apenas cinco semanas el blog
Els Nous Pobres ha conseguido 40.000 visitas. Entre las historias que narra está la de Virginia, que hace un mes salió de su particular clandestinidad. “Era un día de bajón y decidí contarlo. Que la gente vea que existimos”, explica por teléfono. Es licenciada en filología inglesa, tiene un bebé de 16 meses y cero ingresos al mes. Ha trabajado como recepcionista y secretaria bilingüe durante siete años, y llegó a montar una panadería que no funcionó. Desde hace ocho meses vive con su madre en Medina del Campo (Valladolid). “Ella paga el biberón de mi hija, le compra los pañales y la ropa”, cuenta con crudeza. “Soy pobre, pero si me ves por la calle nunca lo imaginarías”, repite.
“Somos muchos más de lo que la gente cree. No dormimos bajo un puente, no somos indigentes, pero podríamos llegar a serlo si no tuviésemos a nuestras familias”, asegura.
Porque es cierto que el colchón familiar ha funcionado hasta ahora, pero cada vez es más fino. “Mucha gente estira hasta el infinito la ayuda de los seres cercanos, pero cuando toda la familia está mal, esto se vuelve imposible”, explica Luis Muela, presidente de la
Cruz Roja de Getafe. Patricia Moreno, una trabajadora social del mismo centro, abunda en la complicada tesitura en la que se encuentran estos perfiles de personas necesitadas pero que no están acostumbrados a lidiar con estrecheces: “Hablamos de personas desesperadas por tener que elegir entre dar de comer a sus hijos y pagar la hipoteca”.
Cáritas ha asistido a
950.000 personas en 2010
y casi un tercio eran nuevos casos
Uno de los retos de los trabajadores sociales y voluntarios es conseguir que quienes empiezan a recurrir a sus servicios los acepten sin sentimiento de culpa. “A veces creen que han fallado ellos, pero les explicamos que ha sido el sistema el que se ha caído”, cuenta Moreno.
El jesuita Javier Repullés, famoso por
una huelga de hambre en el año 1993 a favor del 0,7% para los países pobres, explica lo difícil que es llegar a esa población que él llama “los vergonzantes”, los que no quieren que se conozca su situación. En su fundación,
Pan y Peces, reparten alimentos a 251 familias al mes. Las familias llegan a su local, en Madrid, y llenan el carro de la compra con una cesta de productos por valor de 60 euros. Un grupo de voluntarias, mujeres elegantemente vestidas y bien peinadas, preparan la cesta al otro lado de una cortina y van entregándoselas a las familias que entran una a una, ordenadamente, sin colas. “La ola de la pobreza asciende grados, y tenemos que conseguir llegar a esas personas”, dice.
Las ONG, los comedores sociales y la caridad no solo están desbordados; además, pueden resultar una solución demasiado violenta para ciudadanos que hasta hace poco las veían como una puerta a la que nunca iban a tener que llamar. Ansel Cambra es un hostelero que en el año 2009 se dio cuenta de ello. En respuesta abrió la web
Acaba con la Crisis, otra iniciativa digital con cierto éxito. Ante la avalancha de gente a su alrededor que lo pasaba mal, instaurar una red de cooperación le pareció la mejor solución. En su web se mezclan peticiones de lo más variopinta (ropa, un coche viejo, empleo…) con sesiones de psicoanálisis, consejos para frenar un desahucio, recetas de cocina, poesías y clases de yoga. Un popurrí que habla de muchas necesidades insatisfechas. “Lo importante es no dejarse arrastrar por el pesimismo: se pueden hacer muchas cosas para estar mejor”, explica Cambra. “Algunos me dicen que la página no vale para nada, y yo respondo: ‘dile eso a los que han encontrado ayuda aquí’. En esta situación no nos podemos permitir ser negativos”. El profesor Fernández está de acuerdo con su enfoque: “Se deberían habilitar servicios de apoyo psicológico en contra del pesimismo”.
El 'colchón familiar' ha funcionado hasta ahora pero es cada vez más fino
Motivación positiva
Suena fácil decir que es necesario mantener una actitud positiva, pero hay situaciones realmente difíciles de afrontar.
María González, de 35 años, abre la puerta de la habitación de sus gemelas de seis años en Getafe. “Solo tengo una cama para las dos. Me gustaría comprar una litera, pero es imposible, así que dormimos las tres en mi cama”. María se independizó a los 21 años y ha trabajado de charcutera, moza de almacén y camarera. Estaba pagando ella sola su piso cuando, hace dos años y medio, perdió el último trabajo. Apretando los dientes acudió a su familia, pero ya no da más de sí. “Hasta mi abuelo, que está en la residencia, me da 20 euros de vez en cuando. Mi padre me paga el móvil para que busque trabajo”, cuenta. El último paso fue acudir al asistente social. Ahora cobra 270 euros de ayudas y cada dos meses pasa por la Cruz Roja a por alimentos. “Pero es que lo peor está por venir”, explica. “Cuando me quedé en el paro, negocié con el banco para congelar la hipoteca dos años. El plazo vence en mayo y, si no pago todo, me voy a quedar en la calle”.
María se define como una persona optimista, pero no puede evitar los ataques de ansiedad. Para vencer esos momentos, el psicólogo Fouces propone descargar la culpa, apoyarse en otras personas y, sobre todo, “trazar un plan” para salir del atolladero. “No queda más remedio que asumir que viviremos situaciones de estas, aunque nos cueste adaptarnos”, reflexiona. Además de levantarse cada mañana a patear las calles en busca de trabajo, los nuevos pobres tienen otra tarea ante ellos: no venirse abajo.
Resistir y cargarse de dignidad. No se trata de un consuelo barato. Parece la única receta para la supervivencia.
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